Los países situados en Centro y Sudamérica están actualmente entre aquellos que sufren de manera más virulenta los efectos de la covid-19, traducidos en un alto porcentaje de enfermos y fallecidos. Además, ha sacado a la luz y ha profundizado una crisis social preexistente.

Hace poco más de un año el mundo se transformó en un valle de espanto y sinsentido, en el que el Covid 19 desangra la vida de la humanidad de manera artera.
En América Latina y el Caribe, en donde habita poco más del 8% de la población mundial, se registraron casi el 28% de las muertes del planeta por este virus que posó su espíritu mortecino en un continente cuyo sistema sanitario cuenta con profesionales altamente idóneos, a la hora de zurcir con conocimiento y ternura las fragilidades y esperanzas de sus pacientes, pero históricamente careció de las inversiones necesarias para equiparlo, modernizarlo y ensanchar su horizonte.
El origen de esta cantidad atroz de muertes puede hallarse, entre otras variables que confluyen de manera siniestra, en la impericia de algunos gobernantes de la región que subestimaron la contagiosidad y letalidad del Coronavirus. Así, por ejemplo, el año pasado Jair Bolsonaro catalogó a este virus como una «gripezinha» y hoy en día, al haber minimizado la pandemia y no haber tomado medidas drásticas para intentar mitigar sus efectos, Brasil superó las 400.000 muertes por Covid 19 y tiene su sistema de salud colapsado.
En América Latina y el Caribe, en donde habita poco más del 8% de la población mundial, se registraron casi el 28% de las muertes
Ahora bien, la emergencia sanitaria que continúa fustigando sin descanso a Latinoamérica trajo consigo, además de muerte y desasosiego, la profundización de una crisis social ya existente. Se estima que actualmente alrededor de 209 millones de personas —22 millones más que en el 2019— viven en la pobreza; dentro de ese universo de necesidades básicas insatisfechas e ilusiones truncas y maltrechas, transitan 78 millones de seres humanos —8 millones más que en el 2019— en pobreza extrema.
Una de las razones del aumento de la pobreza continental, que se traduce en millones de esperanzas que se desvanecen como pompas de jabón antes de ver la luz del sol, puede encontrarse en el hecho de que a lo largo del 2020 cerraron aproximadamente 2,7 millones de empresas regionales, lo que generó una cruel profundización de la desigualdad social ya existente, que se traduce en mayores índices de desocupación, desmoronamiento de los trabajos informales y un mayor índice de vulnerabilidad social.
A este árido panorama hay que sumarle la penuria de que, en medio de la era digital por la que transitamos, se estima que unos 40 millones de hogares latinoamericanos no cuentan con acceso a Internet, de manera que sus moradores no tienen posibilidad alguna de recibir educación a distancia, con lo cual, en los próximos años, seremos testigos de una profundización en la desigualdad educativa en América Latina y el Caribe.
En relación a esta cuestión un dato no menor radica en que un número significativo de hogares latinoamericanos acceden a Internet a través de un único dispositivo -con frecuencia, un celular obsoleto-, con el que todos los habitantes del lugar tienen que sostener sus clases virtuales; por las dificultades lógicas que esta cuestión acarrea, muchas veces terminan abandonando el sistema educativo.
Unos 209 millones de personas viven en la pobreza, 78 millones de las cuales están en situación de pobreza extrema
Por si este escenario no fuera por sí solo estremecedor y desolador, también hay que tener en cuenta que las alicaídas arcas de los Estados de América Latina y el Caribe —sobre sus hombros acarrean frondosas e históricas deudas con organismos internacionales— no cuentan con suficientes recursos económicos para mantener la inversión monetaria de 2020 para intentar sostener la existencia de quienes paulatinamente fueron quedando al margen de la vida laboral, social, sanitaria y educativa de sus comunidades.
Esta realidad se torna aún más preocupante y desalentadora en países como la Argentina, que el año pasado tuvo una inflación del 36,1% y en el transcurso del 2021, un promedio del 4% de inflación mensual cuestión que, sin lugar a dudas, impacta con mayor gravedad en quienes no poseen un empleo formal o poseen un trabajo precario o, sin más ni menos, habitan en la pobreza y la indigencia.

En este contexto, y teniendo en cuenta la deficiente distribución de las vacunas contra la covid-19 que actualmente se concentran en el 10% de los países más ricos, los líderes de EEUU y de la UE parecen estar cayendo en la cuenta de que existe una imperiosa necesidad de liberar las patentes de las vacunas para que la elaboración de las mismas pueda realizarse a nivel mundial sin restricciones.
La desigual distribución de las vacunas en la región está profundizando la brecha sanitaria en el continente
Más allá de la complejidad que esta cuestión conlleva —muchos países tendrían serias dificultades para acceder a los insumos que contiene la vacuna y no poseen la tecnología necesaria para procesarlos—, sería de suma importancia avanzar en este sentido para democratizar el acceso a la salud a nivel mundial.
Si bien la escasez de las vacunas afecta a toda la región, por lo cual se estima que la población latinoamericana no alcanzará la tan anhelada inmunidad de rebaño este año, también es cierto que no todos los países transitan por ella de igual manera y que, por ende, la desigual distribución de las vacunas en la región está profundizando la brecha sanitaria en el continente. Por ejemplo, de acuerdo a la Fundación Avina que toma en cuenta el ritmo con el que se están suministrando las vacunas, mientras que a Uruguay le faltarían 9 semanas para concluir la vacunación de su población, a Guatemala le restarían 1.337.
Por lo narrado hasta aquí, la situación social y sanitaria en esta comarca del mundo no es nada alentadora, sino más bien preocupante y en muchos casos francamente siniestra. Resulta también evidente que, para poder salir de este escenario escalofriante, América Latina y el Caribe necesitarán inevitablemente el apoyo económico y sanitario internacional para sortear de manera digna e inclusiva este moribundo momento histórico que está transitando.En caso contrario, sin eufemismos y sin posibilidades de describir el panorama con poesías que lo embellezcan, el futuro cercano del continente será más mortecino que el actual y recrudecerá el conflicto social vigente o latente en muchos países latinoamericanos.