
Por doquier (¡cómo me gusta doquier!) aparece esta frase en las paredes de nuestras ciudades. ¿Quién las escribe? ¿Una persona kurda, miembro de un pueblo con milenios de historia y siglos de lucha por la libertad? ¿Una jubilada de la Marea pensionista que se bate el cobre en defensa de las pensiones de sus hijos y sus nietos? ¿Tal vez una comitiva de la PAH de camino a impedir un desalojo? ¿El superviviente de una patera? ¿Acaso un ciudadano de alguno de los muchos pueblos sin Estado empeñados en conquistar el derecho a decidir su destino? ¿Las Kellys, algún rider de una empresa de reparto de comida a domicilio?
¿De dónde sacar fuerzas para rendirse, sin mirar la larga historia de gentes peleando, defendiendo derechos con uñas y dientes (perdiendo, de paso, dientes y uñas), sin mirar tanto dolor, tanto oprimido -tanto opresor-, tanto derecho vulnerado, tanta falta de techo, de pan, de libertad?
Ahora que se acerca otro 8 de marzo, puede que la mano fuera de una mujer. A las mujeres -como a tantos colectivos- nos han pasado tantas cosas que ya no nos quedan fuerzas para rendirnos. Para luchar, ya ves, las tenemos enteritas.
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