Ganas de morirse antes de poder votar

27 de Junio de 2022

La salud mental de los niños, niñas y adolescentes se ha convertido en un problema de gravedad creciente que desemboca en cifras nunca vistas de autolesiones, ideaciones e intentos de suicidio.

Por M. Ángeles López Romero

Foto: Jatuporn Tansirimas

“Llevo unas semanas sin ganas de nada, y no puedo ir al instituto por la ansiedad. Tampoco quiero hacer actividades. Solo tengo ganas de morirme”. Son palabras pronunciadas por una niña de 14 años. Su testimonio, anonimizado para garantizar la confidencialidad, forma parte de las 7.770 peticiones de ayuda que la Fundación ANAR, ONG especializada en la atención a niños, niñas y adolescentes en riesgo, recibió a lo largo de 2021 sobre ideas suicidas, intentos de suicidio y autolesiones de menores de edad. Una cifra mareante si se tiene en cuenta, además, que se ha multiplicado por 18,8 en la última década. Más mareante aún si se sopesa lo que no se puede medir ni calcular: el enorme sufrimiento que hay detrás.

Las principales organizaciones no gubernamentales que trabajan a favor de la infancia, UNICEF, Save the Children y ANAR, vienen advirtiendo de este fenómeno creciente relacionado con la salud mental de menores, que se ha agudizado con el confinamiento, y otras medidas derivadas de la lucha contra la pandemia del coronavirus.

Fundación ANAR

En el Informe 2021 del teléfono y el chat ANAR, que la Fundación publica anualmente, se observa cómo en materia de salud mental, junto al suicidio, que ha experimentado el crecimiento más preocupante dada la gravedad de sus consecuencias, las autolesiones se han multiplicado en los últimos 13 años (con una tasa de crecimiento superior a 5.514%), pasando de 57 casos -atendidos a través de las Líneas de Ayuda en 2009- a 3.200 en 2021.  Los trastornos de alimentación crecieron 154,7% en 2021, el duelo 138,9%, los síntomas depresivos/tristeza 31,5%, las adicciones 41%, la baja autoestima 27,9% y la ansiedad 25,6%. Son datos fundamentales para comprender la dimensión de la realidad a la que nos enfrentamos; sin embargo, con el exceso de cifras corremos el riesgo de terminar enmascarando los hechos porque vemos solo porcentajes, comparativas, gráficas, pero no llegamos a comprender en toda su dimensión la tragedia humana que cuentan.

Si alguien se acerca a las cristaleras que cierran la sala de orientación de la Fundación ANAR, a cualquier hora del día o de la noche, verá 43 puestos de atención telefónica y vía chat, atendidos en turnos rotatorios por más de 200 psicólogos, en su mayoría mujeres. Son profesionales formados expresamente para la atención psicológica y emocional de menores de edad, tengan el problema que tengan. Cuando detectan en la conversación que están manteniendo motivos de gravedad o urgencia, se pone en marcha un estudiado protocolo por parte de los coordinadores y se avisa, según el caso, a trabajadores sociales o abogados de los departamentos social y jurídico del teléfono y el chat; o a fuerzas y cuerpos de seguridad u otros recursos nacionales, autonómicos o locales.  Algunos llaman a las puertas mismas de un intento de suicidio, buscando al otro lado de la línea un mensaje, un consejo, una razón para no hacer lo que están pensando hacer.  Se actúa con la máxima urgencia.

En este contexto, que no afecta solo a menores de edad, el Ministerio de Sanidad ha puesto en marcha el teléfono 024 de atención a la conducta suicida. El primer día de funcionamiento recibió 1.000 llamadas, según dicho Ministerio. En un mes se ha intervenido en 241 suicidios en curso. Las adolescentes constituyen el perfil más común de quienes han acudido a este servicio, como ocurre con las llamadas al Teléfono ANAR 900 20 20 10 y el chat.anar.org. “Todos los días tengo pensamientos suicidas. Hoy los tengo multiplicados por tres”, afirma una adolescente de 16 años. ¿Qué puede estar pasando en su vida para que le ocurra esto?

Causas, motivos y posibles soluciones

Sobre las causas del aumento de problemas psicológicos, Benjamín Ballesteros, director de programas de la Fundación ANAR y doctor en Psicología, apunta “la ‘soledad acompañada’ producida por las nuevas formas de comunicación y las tecnologías, la falta de referentes emocionales, los problemas de comunicación, la mayor exposición a la violencia a través de la tecnología y otros problemas graves como el coronavirus o la invasión de Ucrania en la actualidad generan problemas psicológicos, sociales y económicos que aumentan la frustración, la desmotivación, la incertidumbre, el malestar y, en ocasiones, provocan desesperanza”.

Fundación ANAR

Entre los problemas que los especialistas de ANAR detectan tras los 4.542 casos de niños, niñas y adolescentes con ideas suicidas que han tratado a lo largo de 2021, están los que tienen que ver con trastornos o problemas psicológicos previos que no han sido tratados terapéuticamente y no se han resuelto.

Benjamín Ballesteros subraya la importancia de recuperar los servicios sanitarios de atención primaria, diezmados desde el inicio de la pandemia, fundamentales para detectar riesgos y atajarlos en primera instancia. “Un adolescente con ideas suicidas no puede esperar para conseguir una cita”, afirma.

La educación también juega un papel relevante, no solo en la prevención. Como explica Diana Díaz, directora de las Líneas de Ayuda ANAR “las chicas suponen suponen el 70% de las llamadas a las líneas de Ayuda, frente al 30% de los chicos. Ellas se acercan mucho más a hablar de los problemas que les preocupan, de sus emociones, porque dentro de nuestro desarrollo educativo evolutivo se encuentra más integrado que las mujeres seamos más abiertas para hablar de las emociones y no se integra tanto que el varón pueda expresarlas”.

Conviene poner cara a las cifras para percibir la verdadera gravedad de este fenómeno que va en aumento desde hace años. ¿Qué está pasando para que niños, niñas y adolescentes piensen siquiera en la posibilidad de suicidarse, crean que no hay otra salida (¡el suicidio nunca es la salida!) y tengan que llamar al Teléfono ANAR (al que denominan cariñosamente en las redes sociales “el cuenta penas”) en lugar de pedir ayuda en su entorno familiar o escolar?    

Como sociedad y como Iglesia tendríamos que preguntarnos qué está ocurriendo con la salud mental de los menores de edad, qué podemos hacer para ofrecerles ayuda, solidaridad y, sobre todo, esperanza. Un bien que no solemos incluir entre los de primera necesidad, pero que es imprescindible para crecer, vivir, caminar.

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