Los problemas de salud mental de la población infantil y adolescente que, actualmente, se deriva a los centros de salud mental son diferentes a los que presentaban hace unos años.

Trabajo como psicóloga en un centro de salud mental infanto juvenil público en el sur de Madrid.
Al inicio de mi trayectoria profesional, hace 25 años, venían a nuestras consultas niños y adolescentes con problemas de salud mental específicos, un tanto diferentes a los que nos derivan ahora.
Los que nos llegan actualmente a la consulta, enviados por el pediatra o el médico de atención primaria, suelen presentar problemas relacionados con cuestiones de adaptación que antes se trataban en la familia, en el colegio o en la Iglesia; en definitiva, en la comunidad. El malestar se ha medicalizado. Acudir al psicólogo se ha instalado en la sociedad como un producto de consumo que trata de problemas sociales que la comunidad, por sí misma, se siente incapaz de enfrentar.
Junto a los trastornos mentales, como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), alteraciones de conducta, o trastornos obsesivos y de ansiedad, se observan nuevas patologías como el acoso y absentismo escolares, el estrés familiar, el abuso, o las sobrecargas familiares. Con frecuencia nos preguntamos qué les pasa a los jóvenes, por qué se dan tantos intentos de suicidio, cuáles son las causas de su escasa capacidad de resistencia, de las depresiones infantiles o las ideas de muerte.
Los jóvenes, inmersos en un mundo en red, se sienten observados y comparados, inseguros y apenas toleran las situaciones de frustración.
Uno de los efectos post pandemia: las visitas a urgencias de adolescentes se han disparado. Los jóvenes no han podido vivir con autonomía, ni hacer sus gamberradas habituales…Vivieron una pandemia con todas las alarmas puestas en acción y en grado máximo. Esa alteración de la vida normal haya sido el caldo de cultivo para lo que ocurre ahora.
«En la post pandemia las visitas a urgencias de los adolescentes se han disparado»
Es tiempo de reflexión, tiempo para ofrecer calma, cuidados, estimular la capacidad reflexiva. Tiempo para el silencio y la escritura, para dialogar, para navegar con nuestros adolescentes en las redes sociales, como cuando se ve con ellos una película en el salón.
Ayudarles, en definitiva, a crear de nuevo capas de cebolla que se han perdido durante la pandemia, por la alarma, por el aislamiento, por el susto mundial…
«Es tiempo de reflexión, tiempo para ofrecer calma, cuidados, estimular la capacidad reflexiva»
Pienso en los jóvenes como A.,paciente de 15 años, encerrado en casa desde hace tres, sin ir al instituto, ni al centro de salud mental, ni siquiera con fuerzas para sacar al perro o ir a por el pan. Personas que se quedan en casa con el ordenador y se niegan a salir, encerradas durante largo tiempo, denominados en Japón hikikomori. El fenómeno comenzó en este país y se ha ido extendiendo, incluso multiplicándose los casos de absentismo escolar.
Las intervenciones desde un centro de salud mental han cambiado a raíz de casos como el de A. No queda más remedio que el profesional se acerque a la casa. Pienso que como profesional es mejor acompañamiento terapéutico… dejar la bata a un lado y situarse en su propio contexto, como un agradecido invitado que participa en la casa del paciente, con las manos abiertas y sin la barrera de la consulta. Nuestra labor consiste en hacer de puente de comunicación entre padres e hijos, haciendo comprensible su situación a adultos desconcertados y siempre atareados.
«Nuestra labor consiste en hacer de puente de comunicación entre padres e hijos»
La infelicidad de los niños viene dada por la falta de condiciones adecuadas para su desarrollo pleno. Nos encontramos con padres y madres con trastornos, deprimidos, con problemas de drogas o en la cárcel; hay casos en los que por falta de recursos económicos o culturales viven agobiados por el trabajo y vuelven cansados a casa. Aquellos que están separados usando a los hijos como forma de reproche… Muchos han recibido una educación basada en el autoritarismo y están obsesionados por los estudios de los hijos, presionando para que no tengan una vida tan difícil como la de ellos. Infancia sobreprotegida, con duras exigencias, con demasiadas actividades.
Por tantos condicionantes sociales que tiene la salud mental intentamos coordinarnos con los servicios sociales y comunitarios, con asociaciones… para trabajar con las familias, dar pautas adecuadas de crianza, ayudas económicas u opciones de ocio…
No podemos seguir así, evitando abordar el problema social
Quizá el pasar al acto de los jóvenes sea un síntoma, un grito de socorro para urgirnos a cambiar el modelo de sociedad.
Por mi parte también observo cambios. Sin duda he pasado por muchas fases en mi trabajo. A pesar de que estoy acostumbrada a los pacientes y a su padecer, hay algunos que me tocan especialmente y atraviesan el callo que, a veces, me fabrico para poder trabajar con el sufrimiento.
Ahora tengo menos miedo al dolor y más confianza en que ese momento de reconciliación uede llegar.