Una vicaría de la diócesis de Madrid ha organizado a lo largo del curso pasado unas charlas para curas. La última corrió a cargo de Marcial Cuquerella, director general de Intereconomía. La verdad es que asistí sobre todo estimulado por la curiosidad. Para la quincena de auditores el orador se mostró como un creyente católico que, como tal, aspira a ser santo -así lo dijo- y me pareció, como el Bruto de Shakespeare, un hombre honrado.
Con su tono emotivo y exaltado, se quejó del acoso moral que se está produciendo en esta sociedad. “No puede ser, decía, que los católicos estemos arrodillados, víctimas de ideologías contrarias”. “Es la hora de los valores, del cambio” y, por tanto, de la lucha contra Zapatero porque “Zapatero quiere acabar con la España católica y si España deja de ser católica, desaparece como país”. A juzgar por sus semblantes y actitudes, los sacerdotes asistentes estaban encantados.
Si comienzo contando este suceso no es para hablar de Intereconomía, a la que conozco muy superficialmente, sino de esa idea de la España católica. Y lo hago sobre todo porque quiero ponerme yo mismo en claro.
Precisamente unos días antes de la charla citada había yo asistido a otra de Rafael Díaz Salazar en la que éste afirmaba que, por necesidad, las sociedades plurales son sociedades laicas. Esta afirmación me parece absolutamente razonable. Una sociedad ha de tratar de armonizar los intereses, las ideologías, la cultura de sus miembros. Cuando -al contrario de lo que ha ocurrido hasta ahora- esta sociedad es plural, una religión no puede aspirar a imponer sus ritos, su moral, sus tradiciones porque junto a ellas habrá otros ritos, otras morales y otras tradiciones. La dificultad es irlas encajando todas para lograr una convivencia armónica pero en ese proceso ninguna religión o ideología puede imponerse como dominadora.
Pero, por otra parte, ¿es legítimo afirmar que una nación es católica? Parece que católica puede ser una persona o un grupo o una asociación pero ¿una nación? Al contrario que Mahoma, Jesús no fue un reformador social. Su mensaje se dirigía a la renovación de la persona a la vez que dejaba al César lo que es del César. No por casualidad, las sociedades influidas por el cristianismo han evolucionado hacia sociedades seculares mientras que las islámicas tienden a ser teocráticas.
Pero, entonces, ¿es que el catolicismo no tiene nada que decir en una España plural y debe, como algunos propugnan, reducirse a la intimidad de las personas? Sin duda que no. El catolicismo debería tener mucho que decir a la sociedad pero precisamente ahora está en discusión el camino para hacerlo.
Para sectores católicos de los últimos cincuenta años -y aún más- ese camino pasa por el acceso de católicos a altos puestos de la política, pero justamente esa vía no parece haber dado resultado. Yo mismo pregunté a Cuquerella: Durante los años de la democracia ha habido ministros católicos, ¿han sido en algo distintos de los otros? ¿Isabel Tocino, Acebes, Trillo, por no hablar del propio Aznar? Parece que el ponente no iba por ese camino. “La filosofía del pasado, dijo, es la del poder como motor del cambio. Ahora es la hora de los valores”. No se puede estar más de acuerdo. Lo difícil es conciliar esa postura con el odio al enemigo, con los insultos, las descalificaciones y hasta las calumnias de Intereconomía y sus canales mediáticos. Así se lo manifesté al ponente pero me negó la mayor. Yo mismo le leí algunos de esos insultos pero Cuquerella volvió a decir que en Intereconomía no se insulta. Así lo afirmó y sin duda alguna Cuqerella es un hombre honrado.
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