Desde el despertar de una conciencia cristiana o budista, quiero compartir lo descubierto en el libro “La balsa no es la orilla. Conversaciones hacia una consciencia budista-cristiana”. Un libro del monje budista zen, vietnamita, Thich Nhat Hanh, y el sacerdote jesuita norteamericano, Daniel Berrigan, cuyo prólogo fue escrito por la activista feminista norteamericana Bell Hooks.

El libro narra la historia de la fructífera amistad entre los autores del libro, de tradiciones religiosas diferentes, originarios de Vietnam y Estados Unidos, en un contexto de enfrentamiento, como fue la guerra de Vietnam, una guerra injusta, sin sentido, que provocó una inmensa crisis social mundial y existencial que sacudió en lo más íntimo de sus conciencias a ambos autores. Una historia común: la de la humanidad sufriente por las guerras que se recrea mediante la palabra y que encuentra la iluminación en las más terribles de las circunstancias.
Nos encontramos con una mística de base, con la práctica ética irreprochable y contraria a la guerra, que se aviva y renace en un momento clave de la humanidad; con una amistad afectiva y contemplativa de primer orden, perfectamente entroncada en sus personas, en muchos de sus compañeros de camino, pobres y sufrientes. Asimismo, con un despertar espiritual y profético, capaz de romper con los criterios establecidos e institucionalizados por el poder político y militar que provoca la guerra, al que los autores se enfrentaron valiente, responsable y espiritualmente, comprometiendo sus vidas.
Esa postura vivida, como diría Santa Teresa de Jesús, con “determinada determinación”, radical, arrastró a Thich Nhat Hanh a vivir en el exilio en Paris, y a Daniel Berrigan a pasar por grandes desprecios, desprestigios y prolongadas temporadas en la cárcel. Ante semejantes retos, ambos se situaron en la perspectiva de unas comunidades de resistencia con las que colaboraron para engarzar sus conciencias, extendiendo así el espíritu de vida, coherencia, comunión y solidaridad que se manifestaba en ellos mismos y en sus propias comunidades.
En sus conversaciones de exilio fueron repasando durante horas y horas todo lo que les unía. De aquello que pretendía atenazarlos y que intentaba romperles su equilibrio profético, místico, poético y transformador que les afianzaba y potenciaba en sus desvelamientos y experiencias de fe y confianza. Uno se imagina sus encuentros sosegados, prolongados en torno al té, a la calidez de su amistad, a la grabadora, a su fe confiada y a su profunda y luminosa espiritualidad. Esas conversaciones les ayudaron a transformar tanta negatividad vivida y experimentada en una vivencia compartida de radicalidad y belleza.
Dos hombres y un destino: fundamentar la paz, desde la implicación de sus personas y la recepción crítica o reposada de las luces que sus tradiciones eran capaces de entrelazar al servicio de la causa del ‘no a la guerra’ y del ‘sí coherente y auténtico’. A una paz que curase y sanase todas las heridas, desde la asunción inocente y sabia de la humilde verdad y la abolición de toda mentira, tanto personal y consentidora del mal, como la institucionalizada y perversa que mata y destruye.
Sus conversaciones -que trataron todo tipo de temas: el sacerdocio, el propio exilio, la inmolación, o las figuras de Jesús y Buda- pueden seguir dando pie a nuevos libros que adecúen sus enseñanzas a la experiencia que hoy nos achanta y desmoraliza, sumergiéndonos en un torpe hedonismo individualista carente de sensibilidad humana y comunitaria. Porque la guerra sigue viva, y como leemos: “ante la amenaza de ser invadidos, uno ha de resistir”.
Después de leer el libro, se espera que también nosotros construyamos comunidades de resistencia, activas y de espera, de ojos abiertos, con una nueva conciencia que nos lleve también a nacer de la fuente espiritual compartida y de la misma praxis profética de la historia concreta. “Tu amistad -le dice Daniel Berrigan a Thich Nhat Hanh- ha llevado la balsa si no a la orilla, sí más cerca de ella… Estamos más cerca. Nuestros ojos disciernen la orilla, los verdes y suaves contornos de la Tierra Prometida. Pronto estaremos en casa”.
Leer el libro de estos dos profetas y poetas guiados por la fe y la espiritualidad ha sido un placer y a la vez un llamamiento para alcanzar un compromiso activo con lo más auténtico, fresco, natural, solidario y fraterno de la humanidad. Todo un ejemplo y un reto. No dejéis de leerlo.