Conectar con el pulmón oriental de la Iglesia, un pulmón al que la Iglesia no puede renunciar

“La Iglesia cristiana tiene dos pulmones: el occidental y el oriental. Y necesita de los dos para respirar”. Esas palabras de Juan Pablo II se hacen más actuales estos días en que los cristianos orientales sufren presiones y persecuciones en Oriente Medio y en que todo el mundo espera que las religiones puedan superar los conflictos de otros siglos y unirse a servicio de la paz, la justicia y la defensa de la Tierra, nuestra casa común. En febrero, el papa Francisco aceptó encontrarse con Alexis II, patriarca de Moscú y de toda Rusia.

Es la primera vez que se encuentran un papa de Roma y un patriarca de la Iglesia rusa. Desde el Concilio Vaticano II y, principalmente, después del fin de la Unión Soviética, las relaciones entre las dos Iglesias no han sido fáciles. Los católicos orientales ligados a Roma (uniatas) han invadido templos ortodoxos que habían sido católicos antes de la revolución comunista (1917). Los ortodoxos esperaban unas palabras de Juan Pablo II en contra esas invasiones. No hubo ninguna. Al contrario, el papa nombró un obispo católico para Moscú y sin consultar al patriarcado. Por eso y por otros problemas, para aceptar la invitación del papa Francisco, el patriarca Alexis II imponía algunas condiciones. El papa dio un gran ejemplo de humildad y aceptó todas las exigencias del patriarca. Fue a encontrarlo en La Habana, un territorio neutro, en el aeropuerto y no en una iglesia o nunciatura. Y todo eso para abrazarlo y poder llamarlo “hermano”. Aunque muchos católicos orientales han criticado abiertamente ese encuentro y la declaración común, el gesto del papa nos invita a llevar más en consideración la herencia espiritual que recibimos del cristianismo del oriente.

Con el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica contó por primera vez con la participación como observadores de representantes de diversas Iglesias ortodoxas en un encuentro oficial. En 1964, el papa Pablo VI y Atenágoras, el patriarca ecuménico de Constantinopla, cancelaron la excomunión recíproca que sus antecesores habían publicado en 1054 y oraron juntos en Jerusalén. Cincuenta años después, ese gesto fue retomado por el papa Francisco y por el patriarca Bartolomé I.

La importancia de la iglesia orientalEn el plano teológico, la Iglesia católica, que durante siglos había concentrado su teología en el pecado y en una espiritualidad medieval centrada en la pasión, aceptó aprender de los cristianos orientales, restauró la centralidad de la resurrección de Jesús en la vida de los creyentes y empezó a testimoniar una espiritualidad más centrada en la unidad del misterio pascual. De igual manera, en los días actuales, después de que el papa Francisco publicara la encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común y la urgencia de una ecología integral (que integre el cuidado del ambiente y la justicia social), todos nosotros nos damos cuenta de que también en ese camino necesitamos de nuestros hermanos del cristianismo del oriente.

En la tradición teológica de occidente, la teología de la creación no parecía muy bien articulada con la teología y la espiritualidad centrada en la redención. Y, de alguna forma, la teología parecía connivente con el antropocentrismo que, después de la época moderna, dominó el mundo occidental. En oriente, la tradición patrística y la doctrina de los grandes doctores -como Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría, los padres capadocios y Máximo, el Confesor- siempre nos han enseñado la dignidad de la creación como sacramento divino (una especie de cuerpo de Dios presente en el mundo). La teología ortodoxa actual ha desarrollado más -y de una forma integrada con la fe y la espiritualidad litúrgica cotidiana- la responsabilidad de las Iglesias frente a la actual crisis ecológica.

En América Latina intentamos unir lo más posible la fe y la vida concreta. Para quien tiene esa mirada, las Iglesias ortodoxas, con sus liturgias muy solemnes y muy tributarias de los siglos antiguos, pueden parecer muy imperiales y fuera de la realidad. De hecho, quedamos contentos de saber que ellas preparan para 2017 un sínodo panortodoxo que tendrá, justamente, ese tema fundamental. Sin embargo, comprendemos que ellos tienen su forma propia y legítima de ligar fe y vida. Y, en muchos aspectos, nosotros debemos aprender de ellos.

Estos días todo el mundo recibe con sufrimiento y preocupación las noticias de persecución y martirio de cristianos orientales en países de Oriente Medio. Quien vive en América Latina viene de cincuenta años de sufrimiento para cristianos (católicos y evangélicos) que han querido vivir su fe en la solidaridad con campesinos perseguidos, pueblos indígenas amenazados de extinción y comunidades periféricas marginadas por un sistema social y económico que excluye a los pobres. Como ocurrió con monseñor Óscar Romero, con muchos curas, religiosos/as y laicos/as, esos cristianos han dado su vida como mártires del reino de Dios y su justicia. Su martirio nos invita a buscar de todos los modos posibles estar mas junto de nuestros hermanos de oriente, donde están sufriendo persecuciones. Tenemos que apoyarlos en su lucha pacífica por la justicia y la paz en sus países. Queremos defender sus vidas y las vidas de sus vecinos cristianos, budistas, islámicos o sin religión. Y, con ellos, dar testimonio de que el martirio no es solo una forma de morir, sino de vivir, es decir, vivir en comunión, solidaridad y por un mundo nuevo posible.

Marcelo Barros
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