Las nuevas tecnologías han permitido la celebración del 40 Congreso de Teología de la Asociación Juan XXIII, retomando, aunque virtual, su larga trayectoria, solo interrumpida el año pasado por la maldita pandemia.
Las actas que la organización del Congreso editará en un libro recogerán, sin duda, mucho mejor que aquí, el contenido de las conferencias impartidas. Sirva esta tardía crónica para revivir aquellas jornadas o abrir boca del banquete que, más pronto que tarde, estará disponible para personas interesadas.
A nadie se le escapa que no ha sido lo mismo, ni mucho menos, pero quien más y quien menos nos hemos acostumbrado — a la fuerza ahorcan — a relacionarnos a través de las pantallas y glosar, haciendo de la necesidad virtud, las bondades de las técnicas que difumina barreras geográficas y amplían, no hay que olvidarlo, las infinitas brechas sociales.
Sin abrazos, ni codazos, sin poder mirarnos a los ojos en busca del alma, no quedaba otra que escrutar la pantalla y prestar oídos. Más de 300 personas, muchas de ellas habituales del teatro Marcelino Camacho donde se suele celebrar este congreso, siguieron remotamente las sesiones de este encuentro, con una disciplina encomiable, solo rota en los entreactos, para intercambiar saludos entre las caras conocidas.
Como dijo Pedro Casaldáliga: «La globalización neoliberal es la gran blasfemia del siglo XXI»
El lema del congreso era “El neoliberalismo mata”, traducción moderna del aforismo “no se puede servir a Dios y al dinero”, o del dicho vaticano “la economía de la exclusión y de la iniquidad mata”. Una verdad conocida ya, salvo para corazones de pedernal o autosugestión inducida, que, sin embargo, nos mantiene derechitos hacia el colapso de la civilización. Nuestro querido, recordado y añorado Pedro Casáldaliga ya dijo que la globalización neoliberal era “la gran blasfemia del siglo XXI”.
Con memoria agradecida hacia quienes, como el poeta catalanobrasileño habían puesto su granito de arena en estos 40 años de congreso, rompió el hielo Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger, conciencia crítica de nuestra sociedad por el maltrato a los inmigrantes, para ponerle cara al sujeto que conjuga muerte.
Un franciscano de frontera
Este bendito hombre de Dios, incansable en su denuncia pública, utilizó la primera persona del singular, removiendo la viga en el ojo propio antes que el dedo en yaga ajena. “Si digo: ‘el neoliberalismo mata’, diciendo verdad fácilmente comprobable, puedo dar la impresión de que me refiero a algo que está fuera de mí y se queda fuera de mí. Pero no es así: la voluntad de posesión es mía, está dentro de mí, en mi corazón”.

Por supuesto, también manifestó que hay opciones que matan, como hay una información dañina, una indiferencia culpable, un poder insaciable o una riqueza egoísta, por no hablar, como él habló, de fronteras, rayas, muros, escudos y porras que hieren y siegan vidas. Pero lo que el franciscano quería poner de relieve era que “es en el corazón donde se decide a qué señor servir, a cuál amar y a cuál despreciar, a quién dedicarse y a quién no hacer caso”.
Para disipar las dudas, dejó un mensaje claro: «el aliento del Dios de la Vida, el que nos confió un paraíso, y el proyecto de Jesús para llevar una vida plena nos llaman a conservar la mirada limpia hacia el hermano y la hermana, a engrandecer nuestras entrañas de misericordia y a disponer nuestras manos, lejos de la cartera, prestas a la acogida».
La esperanza con acento brasileño
Recogió el testigo el brasileño Frei Betto quien ejerció, a ratos, de periodista de los buenos, a ratos, de teólogo para la liberación y, siempre, de fino, y dulce, adjetivo que siempre pega al acento carioca, intelectual.
Si dolió ver las calificaciones que la humanidad en la primaria de este siglo ha obtenido en su gran despliegue de medios, rotundo suspenso en justicia y en fraternidad, es asombroso comprobar la lucidez con que dibujó la estrategia de la esperanza.
Frei Betto interpeló: «Qué haría Jesús en una situación como ésta?»
Al preguntarse “¿qué haría Jesús en una coyuntura como esta?”, señaló con la claridad de un aventajado alumno de Paolo Freire, tres actitudes básicas, que aquí se resumen, pero podrán ampliarse consultando las actas del congreso: “denunciar las causas de este genocidio”; “promover acciones eficaces de solidaridad con las víctimas y sus familias y con los sectores más vulnerables de la población”; y “repensar nuestra misión como discípulas y discípulos”.
Para ello, por bueno que sea tirar de buena voluntad, invitó a cultivar “una espiritualidad de compromiso libertador, en la línea de “Iglesia en salida” tan requerida por el papa Francisco y no encerrada en su burbuja de comodidad y omisión, lejos de los pobres y con miedo de desagradar a los ricos”.
Mujeres libres
La perspectiva aconfesional la puso la profesora de Filosofía Moral y Política de Universidad de Rey Juan Carlos, Ana de Miguel. Invitada como estaba a analizar el impacto del neoliberalismo en las mujeres, denunció la “nueva versión de la firme creencia patriarcal de que las mujeres forman parte de “los bienes” intercambiables de una sociedad, las mujeres son “objetos”; divinos o muy apreciados, pero objetos. Las groseras cadenas se han convertido en invisibles códigos de barras impresos en el cuerpo de las mujeres, que eso sí, tienen reconocido el derecho a “la libre elección” de entrar en el circuito comercial.
“Las mujeres siempre han ‘disfrutado’ de formas específicas de mercantilización”, explicaba. Triste consenso también el que se da entre los fundamentalismos religiosos: “No parece que haya habido mucho choque de civilizaciones a la hora de permutar, intercambiar, raptar, comprar, alquilar o vender mujeres”. Pornografía, prostitución o vientres de alquiler (o en términos aristotélicos, comercio de ‘vasijas vacías’), en pleno siglo XXI demuestran que la mercantilización de las mujeres no remite tanto como nos gustaría.
Larga vida ha de tener el feminismo: “Queremos pensar y cambiar nuestra situación en el mundo y, con ello, la de los hombres, para repensar conjuntamente que es lo bueno y lo valioso y qué estructuras necesitamos para desarrollarlo”. Palabra de De Miguel.
Librémonos de la opresión
Nada que afecte a la mitad de la humanidad puede ser ajeno a la teología que, por fortuna, se abre también a la perspectiva feminista. Dignísima representante de esta corriente es la cubana afincada en Brasil Nivia Ivette Núñez de la Paz, que compartió con el congreso sus “Reflexiones feministas sobre la vida digna”.
Para Nivia Ivette Núñez de la Paz: «La vida digna significa, entre otras cosas, deconstruir desde lo cotidiano»
Tradujo con su decir florido el neoliberalismo como “danza de la muerte”, y lo definió como un sistema que “se vende muy bonito pero que en realidad absorbe lo mejor de cada persona a cambio de nada, un sistema de aniquilación, sistema de destrucción, de deshumanización”.
A su entender, escoger la vida digna significa, entre otras cosas, “deconstruir desde lo cotidiano”, desde la vida de cada día y recuperar, entre otras cosas, “los cuidados”. La misión fundamental ha de ser, insistió, “buscar la vida con dignidad para todas las personas”.
Como no, dentro de la Iglesia, no precisamente inmune al partriarcado, hay tarea que hacer: “también dentro de las iglesias, tienen que deshacerse de esas opresiones”, desde dentro, no desde fuera, “porque la opresión nos hace daño a todos y todas”.
El broche final, al tercer día, le tocó al vasco José Arregi, que ya sin miramientos clamó desde el primer minuto de su intervención por “una humanidad posestatal, poscapitalista, pospatriarcal, tal vez, posreligiosa, pero más espiritual”.
Nos recordó que “con su anuncio y propuesta, Jesús desautorizó el orden social, que era y es valor supremo en toda la cuenca del Mediterráneo, para cambiarlo por la liberación de los campesinos y de los deudores, romper la familia patriarcal, curar enfermos como gesto de compasión y acto de fe en los propios enfermos”.
La revolución cristiana, apuntaba, no aspira a convertir a los pobres en nuevos ricos, cambiando solo el orden de la fila, para que al final nada cambie, sino permitir que los nadie, los últimos, los descartados sean “saciados, consolados y liberados”.
“Podemos esperar que este modelo económico cambie y ese otro mundo sea real”, faltaría más, nos va la vida en ello. Pero tomando conciencia de que “esperar no es tener expectativas de que algo suceda y aguardar a que pase, sino vivir de acuerdo al espíritu profundo que nos mueve, y caminar en dirección al horizonte que vislumbramos”.
A continuación puedes volver a ver las conferencias del 40 Congreso de Teología: