Lo bueno que tiene el nuevo Alandar es que uno puede escribir sobre un tema sabiendo que será publicado casi de inmediato y sin perder actualidad. En este caso sobre los impuestos, en unos meses en el que todas las personas nos relacionamos con Hacienda para comprobar si hemos contribuido bien al erario público. Por otro lado, ha surgido un debate interesante en la sociedad española que, más allá de lo anecdótico sobre si hay que pagar un peaje o no por usar una carretera, sirve para hacer una pequeña reflexión sobre el sentido de lo público y cómo financiarlo.
No pretendo hacer aquí una historia de los impuestos, pero sí veo necesario recordar que ya desde los tiempos de la Grecia clásica está presente, de una manera u otra, la idea de la necesidad de que la ciudadanía participara en los gastos que contribuyen al interés general, aun cuando, más a menudo de lo que querríamos, ese interés no sea tan general.
Así los gastos militares han sido una constante in illo tempore, aunque ya en la Grecia clásica existía también la obligación de financiar coros y otras manifestaciones culturales, la convicción de que ningún ciudadano debía pasar hambre y por lo tanto había que contribuir a la redistribución de la riqueza, o la de que el Estado debía pagar a determinadas profesiones (médicos y profesores). Luego llegarían los señores feudales, los recaudadores medievales, las tasas aduaneras entre reinos, la Revolución Francesa y un largo etcétera de acontecimientos fiscales hasta llegar a nuestros IRPF, IVA, IBI, y ahora el proyecto de peaje por circular en coche por una carretera.
Los impuestos son, de alguna manera, aceptados en las economías de corte progresista y denostados en las más liberales
Los impuestos son, de alguna manera, aceptados en las economías de corte progresista y denostados en las más liberales. En aquellas corrientes y escuelas que consideran la existencia del Estado como un mal menor que debe adelgazar hasta, en algunos casos, la anorexia y que basa todo su esquema social y económico en la meritocracia, la propiedad privada y el valor de la individualidad, los impuestos son la soga en casa del ahorcado.
Estas sociedades prefieren los impuestos indirectos, aquellos que gravan actuaciones de consumo o de pago por uso, con independencia del poder adquisitivo de quien consume, usa o necesita de un bien. El IVA es el ejemplo más claro de ello y de ahí las discusiones en el seno de la UE cuando unos países pretenden implementar un IVA reducido o superreducido a bienes de primera necesidad, para no perjudicar al que necesita, pero no tiene, y otros en cambio, con Alemania a la cabeza, abogan por una subida del mismo y piensan que los países que se oponen a ello son insolidarios y poco comprometidos.
En las inclinaciones socialdemócratas, donde garantizar el Estado del Bienestar es la summa cum laude de la actuación en política económica y fiscal, el impuesto es un instrumento redistribuidor de la riqueza y garante de que todas las personas y la sociedad en su conjunto se benefician por igual de los bienes de interés general como la educación, la sanidad, la atención a la dependencia y a las personas más vulnerables o la solidaridad intergeneracional. El impuesto preferido en este caso es lo que se conoce como indirecto y grava la riqueza y el patrimonio de los y las ciudadanos/as de manera progresiva: cuanto más tienes más contribuyes.
De alguna manera, a través de los impuestos, también se pueden potenciar o desanimar determinadas conductas como por ejemplo el uso de coches contaminantes o el consumo de tabaco. En mi pueblo (ya tardaba en salir) se bonifican por ejemplo los impuestos y tasas municipales a aquellas personas que participamos en determinadas actividades prioritarias (compostaje domiciliario de basura orgánica, por ejemplo).
Me parece peligroso instaurar en nuestra sociedad, de tradición solidaria, equitativa y generosa, el discurso neoliberal
Así las cosas, pretender como parece que pretende nuestro Gobierno (de izquierdas, por cierto) una tasa, un pago por el uso de las carreteras, con la explicación de que hay que mantenerlas, que es caro hacerlo y que no es justo que el que no la usa no la tiene por qué pagar cae más bien en la primera de las corrientes y atenta contra la consecución de una sociedad justa e igualitaria.
No obstante, a mí me parece perfecto que esta nueva forma de pensar se instale en nuestra sociedad, ya que como no uso, ni pretendo usar, ejércitos ni armas voy a dejar de pagar lo que me tocaría por utilizarlo. Claro que hoy por hoy, toquemos madera, tampoco tengo mucha necesidad de usar otras cosas como sanidad (una vez que ya he pasado la COVID-19 todo lo demás es pecata minuta) o los servicios del SEPE (Servicio Público de Empleo Estatal) así que tampoco voy a pagar por aquello que no uso.
Bromas o no tan bromas aparte, me parece peligroso instaurar en nuestra sociedad, de tradición solidaria, equitativa y generosa, el discurso neoliberal. El siguiente paso, y ya se intentó hace unas pocas legislaturas, es establecer el copago sanitario. ¿Qué vendrá después? Mientras tanto, voy a ver si acabo de hacer mi declaración del IRPF de este año.
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