He recordado una vez más la frase que cito a menudo porque siempre me ha fascinado. Es aquella en que Ernst Bloch, el filósofo marxista, afirmaba: “Debajo del citoyen se escondía el bourgeois. Dios nos libre de lo que se esconde debajo del camarada”.
Ahora ya sabemos que debajo del camarada se escondía el Putin y debajo del catalanista el Pujol y debajo del liberal, el Rato. Dios nos libre de lo que se esconde debajo de las ideologías.
Digo que he recordado de nuevo esa frase y ha sido en una ocasión reciente. En una cena de amigos se encontraba una musulmana. Occidentalizada en sus costumbres pero creyente y observante. Entre los temas de la conversación salió el de los yihadistas y ella saltó, bastante ofendida: el islam es una religión de paz y no lo que dicen esos barbudos.
Yo me atreví a decir que algo habrá en el islam que lleva al yihadismo, como algo habrá en el cristianismo que en su momento llevó a la Inquisición.
Hay otra cita que también recuerdo muchas veces y que procede de Georges Bernanos. Hablando de los jesuitas, el novelista francés argumentaba que, cuando en la historia las cosas les iban bien, lo atribuían a los méritos de su sistema pero cuando, hartos de ellos, los expulsaban de muchas partes, eso ocurría por la intervención del enemigo. Con mayúscula, del Enemigo.
He visto repetir la misma argumentación hablando de la Cuba castrista, de la Grecia de Tsipras, de la Venezuela bolivariana y hasta de Podemos. En todos los casos los éxitos eran propios y los fracasos los provocaban adversarios poderosos.
Toda esta introducción no es para ensayar juicios políticos sino para introducir una pequeña reflexión sobre la verdad en el cristianismo. Porque estoy convencido de que la Inquisición no fue la invención de un papa autoritario ni de reyes revanchistas, sino la consecuencia lógica de sentirse en posesión de la Verdad, también en este caso con mayúscula. Si una institución es detentadora de la verdad quienes están fuera o contra ella se hallan en la mentira. Se engañan y engañan, son letales para las conciencias y para la sociedad. Hay, pues, que combatirlos y hasta anularlos si se puede.
Pero, ¿no dijo Jesucristo que él era la verdad? Sin duda. La tradición cristiana ha creído siempre que en él habitó la plenitud de la divinidad, pero sin olvidar a la vez que se manifestaba en una existencia humana. Con Jesús la verdad de Dios tomó cuerpo en acciones y palabras bien humanas. Por lo mismo, para interpretarla y transmitirla echó mano de afirmaciones que participaban de la relatividad del acontecer humano.
A la vez que la verdad, Jesús dijo que él era el camino y nos invitó a hacer en su seguimiento nuestro propio recorrido. Somos una comunidad itinerante que va viviendo experiencias y que las va poniendo en común. De este modo va elaborando la verdad en que se apoya, trasunto de la de su pastor. Pero sabe que se trata siempre de intentos, de aproximaciones, de tanteos para reflejar la infinita verdad de Dios.
Sin esa prevención, sin esta cautela, podremos comprobar una y otra vez que debajo del cristiano se esconde el Torquemada, a veces con figura de obispos de cuyo nombre no quiero ahora acordarme.
A mi modo de ver, por ahí va el estilo de Francisco: camina, avanza, hace gestos y después nos comunica lo vivido. No es alguien centrado en la doctrina sino alguien que reflexiona sobre el caminar de la Iglesia. Justo lo que le reprochan los pequeños inquisidores.
No sé si conocerá una frase de Karl Barth que también cito muchas veces: “Hablo de Dios pero el que habla es un hombre”.
Me doy cuenta de que, como viejo que soy, repito mucho las cosas. Sin embargo, como decía T.S. Eliot en sus Cuatro cuartetos, “¿Dices que repito algo que ya había dicho? Volveré a decirlo”.
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