Panteístas

En una obra de Eugène Ionesco, ante la sorpresa de un suceso inusitado, uno de los personajes exclama: “Aquí haría falta un lógico”. A lo que uno de los circunstantes responde: “Yo. Yo soy uno. Aquí está mi carnet de lógico”.

Creo que esta escena, del teatro del absurdo, podría repetirse hoy bajo distintas formas. Por ejemplo: “Aquí está mi carnet de panteísta”. Y todos, educados y tolerantes, lo aceptaremos sin rechistar.

Yo pensaba que, viviendo en el siglo XXI, en un occidente que ha pasado por la Ilustración, en una sociedad científica y técnica, habría determinados temas ya solucionados y sin marcha atrás. Pues resulta que no.

Un señora de mi edad me cuenta que fue con una amiga –de los tiempos del “beaterio”, precisa– a ver a una conocida con un cáncer terminal y que se vio sorprendida por la serenidad y la paz con que la enferma afrontaba ese trance. Su amiga pretendió consolarla: “Pronto entrarás a formar parte del cosmos”.

Una amiga mía con un ramalazo esotérico, con motivo del día de los difuntos, me envía uno de esos mensajes a los que alguna gente es tan aficionada. Se trata de una foto de una tumba y, sobreimpreso, el texto siguiente: “Si vienes a verme, no estoy aquí; estoy en el aire, en el viento…”.

Más ejemplos. Una web de pensamiento más o menos cristiano reproduce una larguísima oración a la tierra que comienza así: “Querida Madre, me inclino ante ti con el más grande respeto y la clara percepción de que estás presente en mí y yo soy parte de ti. Tú me diste la vida y me proveíste de todo lo que necesitaba para nutrirme. Me diste aire para respirar, agua para beber, alimentos para comer y hierbas medicinales para curarme cuando estaba enfermo. Porque me diste vida una vez, sé que en el futuro continuarás dándome vida una y otra vez. Es por eso que no puedo morir nunca. Cada vez que me manifiesto soy fresco y nuevo; cada vez que regreso tú me recibes y me abrazas con gran compasión”.

Puedo entender que un budista del Tibet diga cosas semejantes si las siente así, pero no entiendo a los occidentales que al final añadían sus comentarios entusiastas. La tierra es un planeta con materia orgánica e inorgánica en el que nos movemos y del que sacamos materiales para vivir. Sin duda es mucho pero no es más que eso. No hay que rezarle ni pensar que es compasiva, porque además no lo es. Mejor dicho: ni lo es ni deja de serlo porque no tiene sentimientos.

Sigamos. No hace mucho, un escritor de temas espirituales publica un artículo en Deia y en todos los periódicos de la cadena Noticias. Dice cosas como estas: “La vida está hecha de materia ‘inerte’, pero es como si la materia inerte estuviera hecha de aliento vital eterno. Como si la materia fuera espíritu y el espíritu fuera materia, madre de todo lo que es”. “No fue primero Dios y luego el mundo, como no es primero la conciencia y luego el cerebro. Son y crecen juntos”.

Siempre he creído que la materia inerte es inerte y el espíritu –se defina del modo que sea– es algo distinto y la verdad es que lo sigo creyendo. No me parece que una piedra y un poema sean intercambiables. Y, desde luego, no acepto que Dios nazca a la vez que el mundo. Vaya un Dios, con fecha de nacimiento.

La última tía que se me murió fue hasta el final guapa, elegante y con buena cabeza pero yo me daba cuenta de que este mundo ya no era su mundo. Quizá me está ya ocurriendo a mí lo mismo (lo del mundo, quiero decir) pero yo pienso seguir con mis ideas y si estoy en Sant Jordi en Barcelona regalaré un libro y no un guijarro alegando que está recorrido por el espíritu. Y, desde luego, si un día hay un viento fuerte no se me ocurrirá asomarme a la ventana a ver si pasa mi abuelo. Serán manías de viejo no panteísta.

Carlos F. Barberá
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