Conciencia fiscal y ética ciudadana

Por Ana Gamarra Rondiel

Los Presupuestos de 2019 ponen un interés particular en la capacidad recaudatoria del sistema a través de la creación y el aumento de los principales impuestos y la lucha contra el fraude. En ese sentido, nos preguntamos: ¿qué otros medios existen para combatir la evasión y la elusión fiscal más allá de la intervención coercitiva? Albergar todos estos conceptos supone un reto de largo alcance, aquí simplemente queremos dar ciertos bosquejos a la construcción de lo que proponemos como conciencia fiscal.

Los impuestos, desde la perspectiva económica

En el enfoque coercitivo la decisión de evadir o no evadir no es una cuestión de sobrevivencia ni de principios morales, sino de ventajas. No es una cuestión de sobrevivencia en cuanto que el defraudador es el individuo que tiene suficientes ingresos como para tributar y no lo hace porque le resulta más beneficioso reportar sólo una parte de su verdadera renta. En consecuencia, el individuo realiza un análisis coste-beneficio que depende del ahorro fiscal de no pagar los impuestos, de las ventajas de la formalización, del precio de la multa, del riesgo a una inspección, etc.

En este contexto, el pago de impuestos es una cuestión más coercitiva que moral; en ella influye la eficacia de la Administración Tributaria a través de políticas que aseguran el cumplimiento tributario. Estas políticas son conocidas en la literatura como tax enforcement y son, por ejemplo: los arrestos, las multas, el cierre de negocios, la confiscación de bienes, etc.

Desde el enfoque conductual, los impuestos se entienden como distorsionadores de las decisiones económicas de los distintos agentes (empresas, consumidores, trabajadores, etc.) porque crean incentivos o desincentivos que afectan su comportamiento. Los contribuyentes modifican su comportamiento económico dentro del marco de la legalidad o fuera de ella (lo que se conoce como evasión fiscal). Dentro de la legalidad o formalidad, los individuos pueden tomar decisiones relacionadas a su oferta laboral (horas de trabajo, nivel de esfuerzo, tipo de trabajo, etc.) y a la manera cómo declaran sus ingresos (cumplimiento fiscal).

De ahí que, según este enfoque, toda política fiscal afecta de manera importante las decisiones económicas del individuo (sobre el ahorro, el consumo, la inversión, el trabajo, la predisposición a la evasión y/o elusión fiscal, etc.), lo que genera distorsiones en la actividad económica real, en la manera cómo declaran los contribuyentes, en la distribución de la renta, etc., y que a su vez crean costes en términos de bienestar o pérdidas de eficiencia. Estas distorsiones son difíciles de eliminar, pero sí pueden ser reducidas siempre y cuando se conozca cómo reaccionan los agentes económicos y los canales que usan para cambiar sus decisiones ante modificaciones en los impuestos.

Los impuestos, desde una perspectiva ciudadana

Como afirma Zubiri (2014)1ZUBIRI, I. (2014). Una evaluación del sistema fiscal español y las reformas necesarias. Razón y fe, t.269, núm. 1384., primero debemos decidir cuál es el modelo de sociedad que queremos y luego, construir un sistema fiscal que haga posible este modelo, y nunca al revés. El primer modelo es el modelo europeo, conocido comúnmente como Estado de bienestar, basado en criterios de responsabilidad colectiva y caro fiscalmente porque garantiza un suelo mínimo para todos sus ciudadanos en términos de educación, sanidad y servicios sociales. El segundo modelo es el modelo anglosajón, fiscalmente más barato porque no garantiza los mínimos universales y todo recae sobre la responsabilidad individual.

Si a la pregunta formulada anteriormente por Zubiri respondemos que queremos un Estado de bienestar, entonces – como argumenta el autor – necesitaremos de un sistema fiscal con capacidad recaudatoria sustancial; lo que exige a su vez un sistema fiscal bien diseñado (sin agujeros) y gestionado (sin evasión).

La importancia de los impuestos en el modelo de sociedad que queremos

El Estado promueve el bienestar social y son los contribuyentes los que lo financian; de ahí que los impuestos adquieren especial importancia en la construcción de una sociedad. Por ello, “los impuestos son un verdadero compromiso social con el bienestar de la colectividad” porque “financian un interés general o un bien colectivo, no un interés particular” (Durán-Sindrey 2016, p.14)DURÁN-SINDREY BUXADÉ, A. (2016). Reflexiones y alternativas en torno a un modelo fiscal agotado. Real Academia Europea de Doctores.. De ahí que, la tributación encarna un componente solidario y, en ese sentido, los impuestos pueden ser entendidos como mecanismos de solidaridad, en consecuencia, el fraude y la corrupción son atentados a dicha solidaridad. Los impuestos tienen su origen en una visión solidaria de la vida ‘en sociedad’ o ‘en convivencia’; por lo tanto, el individuo asume el compromiso y la participación responsable como miembro de dicha sociedad que aspira ser más justa e igualitaria, a través del pago de sus impuestos. A esto nos referimos como conciencia fiscal.

La construcción de una conciencia fiscal – lo que no es sinónimo de cultura o educación tributaria – supone “una educación en los valores intrínsecos de la ‘persona’, del ‘ser humano’ como tal y de su ‘potencial desarrollo’” (Durán-Sindrey 2016, p.17). Como vemos, se trata de construir una sociedad educada en ciertos valores (y no únicamente en cuestiones tributarias) como: “la confianza, la honestidad, la responsabilidad, la cooperación, la solidaridad, el compromiso, el esfuerzo, el respeto y la generosidad” (Durán-Sindrey 2016, p.19).

Cuando los impuestos son vistos únicamente como una obligación legal desaparece todo atisbo de solidaridad en éstos y, en este contexto, el factor represivo alcanza su plenitud. No obstante, la evolución hacia el Estado de bienestar debe ir en paralelo a la aceptación de la función que los impuestos tienen en éste. Para ello, creemos que la mejor manera es creando conciencia fiscal, lo que requiere de una educación asentada en valores que enseñen a vivir ‘en convivencia’, en ‘sociedad’. Finalmente, la conciencia fiscal nos es más que la relación bilateral entre impuestos y ciudadanía: la ciudadanía crea individuos responsables con sus obligaciones cívicas y, viceversa, el pago de impuestos legitima al individuo como ciudadano, partícipe en la construcción de una sociedad y responsable de los demás.

Autoría

  • Ana Gamarra Rondinel

    Peruana de nacimiento, pero ciudadana del mundo en la actualidad. Hace más de una década, en Perú, de la mano de Gustavo Gutiérrez - padre de la Teología de la Liberación - descubrí que debía (y podía) poner la economía al servicio de la vida. Llegué a Europa con este objetivo, pero me topé con el 15M y los grandes recortes al Estado de Bienestar. Esos años me marcaron tanto que decidí enrumbarme por el mundo de la fiscalidad. Terminé viviendo en Bélgica en búsqueda de más herramientas para poder hacer propuestas serias y reales desde el mundo de la tributación. Hace poco terminé el doctorado en economía pública y ahora me dedico a estudiar el impacto de las políticas fiscales en la eficiencia económica, el bienestar económico y la recaudación tributaria. Los nuevos aires me llevan a desempeñar estos análisis en Melbourne Institute: Applied Economics & Social Research (University of Melbourne). Creo firmemente que  los impuestos son una herramienta de transformación social, instrumentos de cambio sobre todo en los países pobres. Mi apuesta personal es ¿cómo hacer que la fiscalidad tenga rostro humano? Actualmente, soy militante en el Movimiento de Profesionales Cristianos (PX), colaboradora en la revista Páginas-CEP (Perú) y Análisis Tributario-AELE (Perú) y desde hace dos años pertenezco a este Consejo de Redacción. Contacto: www.anagamarra.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *