La Unión Europea se ha cansado de caminar sola en la lucha contra el cambio climático. Empujada por sus ideales -y con el viento de la economía a favor- estableció una ambiciosa agenda de descarbonización en el año 2007. Sus objetivos –fijados para 2020– buscaban reducir las emisiones de carbono, dar impulso a las energías renovables y rebajar el consumo de energía. Ahora, después de más de cinco años de crisis, la UE ha cambiado sus prioridades: ha suavizado de forma drástica sus objetivos para 2030. La intención está clara: dar aire a la industria europea, lastrada por la crisis y ahogada por unos costes energéticos muy elevados. La necesidad ha vencido al ideal.
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