¡Qué fuerte, mamá! ¡Ya soy cura!

pag12_quepunto1_web.jpgCon estas palabras comencé la homilía de mi primera misa en Guadalajara, el pasado 1 de mayo. Había sido ordenado en Madrid el día anterior. Desde entonces soy un presbítero o un sacerdote o un ministro ordenado o, sencillamente, un cura. Eso es lo que soy, eso es lo que Dios ha querido que sea… Me gustaría hablar de Él y de mí, de cómo me siento amado y llamado por Dios a esta misión, de cómo lucho cada día por responder a tanta confianza que ha puesto y sigue poniendo en mí para realizar este servicio. Por un lado y por otro se dice que hay crisis en el sacerdocio, que hay escasez de curas, que hay que replantear muchas cosas en el ministerio eclesial, que si debería hacerse opcional el celibato o posibilitar la ordenación de mujeres, etc. Tengo mi opinión y mi perspectiva sobre estas y otras cuestiones “clericales”, pero no pretendo abordar aquí ninguna de ellas. Simplemente voy a compartir algo de mí, sin pretensiones, sin intención de dar lecciones, ni de adoctrinar… A quienes más me conocen quizá les suene familiar lo que voy a contar.

La convicción y el sentimiento profundo que más abundan en mí en estos momentos se podrían resumir diciendo: “¡Qué bien hace Dios las cosas!”. Verdaderamente, cuando le dejamos, se las apaña para conducir nuestra historia y convertirla en historia de salvación. Al menos para mí, Dios ha sido y es el Dios bíblico que acompaña a sus hijos, que los sostiene, que nunca deja de ser fiel al amor y a la alianza iniciales. A lo largo de mi historia personal —en medio de mis fragilidades, tentaciones, debilidades, incoherencias, faltas de amor y generosidad— este Padre-Madre se ha empeñado en quererme y llamarme para un servicio que me supera y me desborda y para el que me sigo sintiendo indigno. Pero hoy más que nunca, conociendo más y mejor quién soy y cuál es mi realidad concreta de luces y sombras, misteriosamente experimento la bondad y el amor misericordioso de Dios que quiere servirse de este barro para llevar su palabra y su amor a muchas personas. Y, por más que me rebelo, ahí sigue Él, erre que erre… No son palabras bonitas, ni aprendidas de memoria. Son la expresión de una experiencia que me sigue rompiendo esquemas y me “descentra” totalmente. Porque dejarse querer de esa manera por Dios es lo único que nos salva. Ése debería ser el primer mandamiento del cristiano… Y del cura, por supuesto.

Humanamente ocurre algo parecido. Algunas veces experimentamos el amor incondicional de ciertas personas, que nos conocen muy bien y nos quieren con todo el “pack”, es decir, con nuestras grandezas y nuestras miserias, con todo lo que somos. Probablemente cada uno pueda contar con los dedos de una mano a esas personas, pero, sin duda, son sacramento de un amor más grande. Son imagen del amor primero. Que nos quieren por lo que somos, no por lo que hacemos. Que nos quieren gratuitamente, sin pasar factura. Aunque no lo merezcamos… Y, sobre todo, cuando no lo merecemos. Pero es que el amor “funciona” así. El amor que encarnan esas personas con nombres y apellidos nos acerca poco a poco a Dios, que es quien realmente se ha acercado a nosotros, queriendo expresarse en el hombre Jesús. La iniciativa es suya, al final todo es cosa de Dios. Y Dios hace muy bien las cosas…

A mí todo esto me remueve por dentro y me pregunto: “¿Por qué yo experimento algo así y otras muchas personas no? ¿No será que Dios me llama a comunicar todo esto, a responder con toda mi vida?” Y hoy puedo decir que sí, que aunque yo no sea muchas veces un buen instrumento suyo, aunque a veces desafine, él quiere seguir tocando su melodía a través de mí, ya sea con las cuerdas de su cariño, o con el viento de su Espíritu. Hace años, cuando empecé todo este proceso vocacional, pensaba que esta partitura era mía, que era yo quien elegía interpretarla. Pero ahora cada vez más siento que es cosa suya, que este concierto lo ha organizado Él. Después de estos diez años preparándome para saltar al escenario, tras luchar mucho interiormente, si tuviera que elegir yo solito, no elegiría pertenecer a esta orquesta. Y sigo sin saber por qué Él se empeña en darme un puesto en ella. Pero es cosa suya, Él sabrá lo que se hace conmigo… Yo no hago más que fiarme, porque antes Él ha confiado en mí. Y una y otra vez le pido más fe y la generosidad y la fuerza para desear de corazón lo que Él desea: que toque su melodía, de la manera en que Él me pide, amando como Él quiere que ame…

pag12_quepunto3_web.jpgTodavía me queda mucho por descubrir y desplegar de mi sacerdocio (¡acabo de abrir el regalo!), pero ya estoy inmensamente agradecido por este don. Como me decía un hermano salesiano hace unos años, “date ya por pagado con la confianza que ha puesto en ti, por haberte confiado este rebaño”. No sé si seré capaz de responder con todo mi corazón a esta confianza, ser fiel a este amor que quiere transformar mi vida y, a través de la mía, la de otras personas. Sólo espero ir creciendo, con su fuerza y la ayuda de muchas personas, para ser poco a poco un cura santo y sabio… (es lo que mi abuelo pide cada día en su oración para mí). Espero aprender a ser un buen cura, para los jóvenes, para la gente que está más perdida y más necesitada, para los que nunca se han sentido queridos… Espero vivir con coherencia esta vocación de servicio, saber comunicar Evangelio con mi propia vida, acercar a la gente a Dios, mostrarles cuánto les quiere, cuánto quiere transformar nuestros corazones y nuestro mundo. El que me ha metido en este lío sabe hacer muy bien las cosas. Espero no estorbarle mucho…

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1 comentario en «¡Qué fuerte, mamá! ¡Ya soy cura!»

  1. ¡Qué fuerte, mamá! ¡Ya soy cura!
    Y siguiendo tu (muy buena) metáfora podríamos resumir que Dios es pura música.
    Aunque ya te dí mi opinión hace varios días, como «discipulilla» vuestra, y tuya por supuesto, creo que estáis consiguiendo lo que pretendíais, dar ese cariño siendo vosotros mismos.
    Espero que te vaya todo genial por aquellos lares, y espero más aún poder verte más a menudo.

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