
“El demonio no existe. Es un invento de los curas para acojonar a la gente. Parece que porque el hombre peca, Dios le castiga. En tiempo del Evangelio, los ciegos, paralíticos o desgraciados lo eran porque habían pecado -y si no él, su abuelo-, y se les consideraba endemoniados. Pues Jesús se cargó la religión de su tiempo al negar que hubiera gente con el demonio dentro. Les dice que, hagan lo que hagan, Dios les quiere, pero añade: no peques más”. Manel Pousa, más conocido como pare Manel, diserta sobre el Evangelio en la parte trasera de un bar cochambroso de la calle Borrell antes de que le interrumpa un camarero, que le escuchaba atentamente desde la distancia. “Oye, Manel, no lo entiendo bien”. Y Manel sonríe antes de repetir su explicación. El sacerdote, tristemente famoso últimamente por la apertura de un proceso canónico que podría suponer su excomunión, disfruta rompiendo esquemas, abriendo mentes.
Además, sabe de lo que habla cuando se refiere a los endemoniados. La fundación que lleva su nombre trabaja desde hace años con presidiarios, acompañándoles en su estancia en la cárcel –Manel cruza unas 50 cartas al mes con personas privadas de libertad– y apoyando su reinserción social. Entre otras cosas, Manel da clases particulares a chavales con dificultades, acoge en su casa a exprisioneros y disfruta como un joven más siendo monitor de niños y niñas que viven en contextos de riesgo social.
El periodista Agustí Fancelli relataba hace semanas en la edición catalana de El País que, en su taquilla del Club Natació Barcelona, Manel tiene un listado de teléfonos para localizarlo cuando se le necesite y un cartel donde invita a dejar ropa para donar. La anécdota retrata al personaje.
Ahora que acabamos de pasar la Semana Santa, Manel confiesa que aborrece las procesiones y las grandes escenificaciones que vienen y reivindica su propia espiritualidad: “Lo interesante es cómo explicarle a un chaval con cero bagaje religioso qué es Dios”. Manel, que además de con presos trata con niños y niñas en situación de riesgo social, relata que les introduce la experiencia divina a través de Jesús, pero también de Mahoma, Buda o Martin Luther King. “Descubrir a Dios no es adherirse a esquemas, sino hacerlo dentro de uno mismo o en los propios referentes”. ¿Y usted se considera referente? “Pues con toda la inmodestia del mundo -y habiendo tenido yo otros- sí”. Ser referente para los jóvenes no es, según Manel, decirles lo que deben hacer, sino acompañarles, “descubrir la vida con ellos”.
Manel Pousa siempre ha sostenido que intenta vivir la fe dentro de la Iglesia, pero a su manera. Ahora su pertenencia y su cargo dependen de un procedimiento administrativo milenario (literalmente) iniciado por la archidiócesis de Barcelona, que verificará si apoyó un aborto, lo que supondría su excomunión.
En una biografía de reciente publicación, Pare Manel. Més a prop de la terra que del cel (Angle Editorial), del periodista Francesc Buxeda, el propio Pousa admite que costeó dos intervenciones abortistas para proteger a las chicas embarazadas, procedentes “de familias desestructuradas” con 14 y 15 años respectivamente. El libro describe una situación en la que Pousa ha agotado todos sus argumentos ante las chicas -como la adopción- y éstas se muestran convencidas de poder realizar un aborto casero. Pousa, que años atrás había oficiado el entierro de una chica muerta en similares circunstancias, decide pagar el proceso para que se realice de forma segura, a pesar de su declarado antiabortismo. Según su biógrafo, Manel Pousa “salvó la vida” de las chicas al financiar abortos seguros, porque iban a hacerlo “de cualquier manera”.
Ante el riesgo palpable en el que se encontraban las dos chicas, ¿qué solución tenía Manel? Desde luego, la ortodoxia católica no da una solución satisfactoria. El dogma antiabortista no cabía en la cabeza de las jóvenes, desesperadas. Y si Jesús permitió trabajar un sábado y boicoteó el apedreamiento de una adúltera, ¿por qué no salvar dos vidas asegurando un aborto limpio?
Por alguna otra confesión incluida en el mismo libro, como el apoyo al sacerdocio femenino, el oficio de una boda entre presos (los dos con “o”) o a la voluntariedad del celibato, el arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistachs, le ha llamado a capítulo.
A Manel le incomoda esta polémica. Nunca se ha distanciado de la Iglesia porque se considera parte de ella, pero critica la “falta de tolerancia hacia la pluralidad” de algunos sectores dominantes. Lo previsible según la ley eclesial es que se constate su colaboración con el aborto y que sea excomulgado de un plumazo. Como cristianos de base tendremos entonces que musitar aquello de “perdónalos, que no saben lo que hacen” y seguir el ejemplo de Manel y los demás repudiados por la jerarquía, véanse Kung, Pagola, Sobrino, Casaldáliga, Castillo o González Faus. Si nuestros referentes siguen iluminándonos en la oscuridad, para qué perdernos en quejas.
Sonrojan, eso sí, los ataques de la jauría de integristas de la red, que cuentan aquello de que su tarea social “es muy loable” pero que muchos otros religiosos realizan trabajos similares desde el anonimato y dentro de los mandatos de la ortodoxia. La discreción puede ser virtud en muchas ocasiones, pero necesitamos líderes visibles, referentes -tanto en la Iglesia como fuera de ella- y Pousa es testigo vivo de la palabra evangélica, esto es, del escándalo.

Porque Manel nos ayuda hasta en la crítica: “A mí cuando alguien ataca la opulencia de la Iglesia me dan ganas de preguntarle por qué se va de vacaciones”. Por ejemplo. No veamos al demonio pues –o no de forma absoluta– en la discrepancia, por rabia que nos dé, por injusta que la encontremos, porque Manel, afortunadamente, seguirá haciendo lo mismo con o sin etiqueta de sacerdote. Seguirá siendo ejemplo de compromiso, de compañía al puteado, de coherencia. Seguirá siendo un seductor, alguien inspirador, un reducto de utopía en sí mismo.
El camarero del bar cochambroso, por cierto, sigue a lo suyo: “¿Dios existe?” Y Manel se echa una carcajada: “No lo sé, pero yo vivo de él”.