
Nuestro mundo está erigido con deseos sin límite que, sin tregua, dirigen los países y las vidas. Más o menos (des)orientados intentamos entender lo que ocurre e intentamos recomponer un puzle con piezas que no encajan. Queremos comprender, pero evitamos comprobar que nos pasan y nos pesan demasiadas cosas.
De esto trata También la Lluvia (2010) una película orquestada por la directora madrileña Icíar Bollaín y con libreto de Paul Laverty, guionista de buena parte de los films de Kean Loach. Fiel a su cine honesto y que siempre visibiliza a las mujeres, Bollaín arriesga para poner frente a frente dos espejos que se miran y cuya imagen se refuerza o se difumina en función de la dignidad, la memoria y el respeto que los asole.
Y es que mirarse con detenimiento a un espejo hace que nos percatemos de fallos o singularidades en las que nunca antes habíamos reparado o evitábamos reparar. En uno de los espejos de También la Lluvia se ve la historia de un equipo de rodaje que llega a Cochabamba, Bolivia, en marzo de 2000 para grabar una película sobre la llegada de Colón América. Un film que da protagonismo a fray Bartolomé de las Casas, el defensor de los derechos de los indígenas y que critica la conquista española.
El rodaje se ve afectado cuando estallan los disturbios en la calle por la guerra del agua, el rechazo de la población de Cochabamba a la privatización del agua a manos de una empresa norteamericana. Este hecho –considerado por los grupos que defienden los derechos de los indígenas y antiglobalización como un ejemplo de triunfo de la población civil sobre la ola de privatizaciones en Latinoamérica– interactúa con la ficción que se graba en la película.
La visión cruel del gobierno de Colón la posiciona en una postura de condena a la masacre que los conquistadores cometieron contra la población local. Sin embargo, no escucha el clamor de la población boliviana ante la privatización del agua, otro atropello contra las mujeres y hombres de Latinoamericana. Estas dos tramas se miran para interpelar sobre los modos de colonialismo en el siglo XX y XXI con la globalización económica y el no respeto a la población local, considerándola como personas de segunda.
Al mismo tiempo aparece en el espejo la picaresca del productor de la película –interpretado con mucho atino por Luis Tosar– que rueda en el país latinoamericano para reducir costes. Si la cinta se grabase en un país como España, Estados Unidos o Alemania los costes serían más altos.
En este sentido resulta muy interesante la escena en que Sebastián (Gael García Bernal) le pregunta al alcalde de Cochabamba cómo la ciudadanía podrán asumir la subida del agua en un 300% con tan sólo dos dólares al día de renta, a lo que el regidor le recuerda que el sueldo que ellos le pagan al elenco y extras contratados para la película también es de dos dólares. En ambos casos nos encontramos ante el expolio de un país y al aprovechamiento de los y las débiles defendiéndolos en la teoría, pero explotándolos en la práctica.

Otros dos procesos que se miran son la evolución de los personajes a los que dan vida García Bernal y Tosar. El productor de la cinta va desde un cinismo occidental y desesperanzador hasta una posición de compromiso que le lleva a dejar a un lado la película que graban y atender la petición de ayuda de la madre boliviana que no encuentra a su hija herida en medio de los disturbios de la guerra del agua. En cambio, el director –interpretado por García Bernal– hace el viaje inverso, partiendo de la generosidad y la consideración para acabar en el egoísmo y la propia salvación.
Y en medio del baile de espejos que plantea También la Lluvia está la frase que acompaña al cartel del film: “Algunos quiere cambiar el mundo… pocos quieren cambiarse a sí mismos”. Desde entonces no dejo de mirarme el espejo y repetirme esta frase. El cambio interior también se refleja en el espejo.