¿Castillos de arena en el Sáhara Occidental?

Foto. Ulrich KornCada verano llegan a España miles de niños del Sáhara Occidental para salir por unos meses de su árido entorno y vivir una experiencia nueva, disfrutar, aprender y conocer a una familia con la que después establecer vínculos que trasciendan este corto periodo de convivencia. Pero este verano no todos los previstos pudieron hacerlo, porque faltaban familias de acogida. Las organizaciones lo achacan a la crisis económica, lo que lleva a preguntarse si realmente sale tan caro compartir durante unos meses con uno de estos pequeños.

Hace unos meses, el pasado mayo, acudí al Festival de Cine Internacional del Sáhara, el Fisahara, el único evento de este tipo que se celebra en un campamento de refugiados (el de Dajla, en territorio argelino). El entorno inhóspito contrastaba enseguida con la gran hospitalidad de sus gentes, que acogen a los recién llegados y comparten todo cuanto tienen durante una semana de intercambio cultural y de creación de vínculo; durante siete días que los sacan de una rutina cruel de arena, polvo, calor asfixiante y vacío.
Esos días los habitantes de Dajla y de los campamentos vecinos llegan para participar en los eventos organizados en torno al festival, para ver cine bajo las estrellas –para muchos, el festival, que nació hace siete años, supuso la primera vez que veían una película en pantalla grande-, para unirse a los foráneos, para participar en las fiestas, en los partidos de fútbol o las carreras de camellos, para comer en uno de los pequeños restaurantes o cafeterías que abren sólo durante el festival… pero también para denunciar su situación política, mostrar su sufrimiento y vislumbrar un futuro que podría ofrecerles el mundo del cine.

alandar270_quepunto2b.jpgLos saharauis aprovechan el festival para contar. Para contarnos su hartazgo, su sufrimiento, para borrar prejuicios, para decirnos que no siguen viviendo así, como de paso, por placer, sino que siguen esperando, pacientes y pacíficos una solución que nunca llega. Para insistir en que son un pueblo maduro, instruido –un porcentaje muy alto de jóvenes sale a estudiar en universidades españolas, cubanas y venezolanas, sobre todo, pero también de otros países latinoamericanos- y preparado para la democracia, que sigue viviendo de las promesas y de la paciencia que continúa exigiéndoles la ONU desde hace casi 20 años, desde que en 1991 firmaran un armisticio en el que se les prometió un referéndum que nunca llegó, bloqueado una y otra vez por Marruecos, que no quiere perder su soberanía en el territorio ocupado.

Y también para decirnos que ya están pensando que quizá el mundo no los mire porque no toman las armas, porque no hay guerra y que cada vez más jóvenes se alistan al Ejército. Incluso el gobierno reconoce que se está viendo obligado a hacer un esfuerzo extraordinario para contener una marea entre la opinión pública y que no sabe hasta cuándo podrá hacerlo.

alandar270_quepunto2c.jpgDurante el Fisahara, un grupo de diez activistas que llegan de la zona ocupada son recibidos como héroes: llegan para narrar sus historias de discriminación y represión entre marroquíes, pero su gesto es todo un desafío, porque nadie sabe lo que les espera a la vuelta en represalia por haberse atrevido a cruzar a los campamentos y a hablar.

Y en este entorno de intercambio y de denuncia, el cine se erige como un vehículo mucho más poderoso que un simple medio. Decenas de jóvenes se apuntan a los talleres de formación cinematográfica que se celebran durante el festival, en busca no sólo de un entretenimiento, sino de un futuro profesional. Durante sólo siete días trabajan de sol a sol en los talleres de guión, actuación, imagen y sonido y edición, en clases impartidas por profesionales voluntarios que lo dejan todo por ofrecer un medio con el que denunciar su situación, pero también un arte para el aprendizaje y el desarrollo humano. Fernando, Rita, Carlos, James, Giles –estos dos últimos llegados de Nueva York- coinciden en que la situación política del pueblo saharaui era omnipresente durante las clases, porque es algo que influye en cada aspecto de su día a día; pero también salieron a flote temas de ficción y humanos que trascendieron la política.

alandar270_quepunto2d.jpgLos organizadores del festival –dirigido por Willy Toledo y Javier Coruera– han querido ir más allá y construyeron la Escuela de Formación Audiovisual (E.F.A.) Abidin Kaid Saleh, en el vecino campamento 27 de febrero, que arrancará su primer curso este mes de septiembre, con quince alumnos de entre 18 y 21 años seleccionados por colaborar con la televisión saharaui en Rabuni o participar en los talleres celebrados durante el festival en Dajla. La escuela depende de profesores dispuestos a trasladarse al campamento para impartir una asignatura de forma intensiva durante un mes, y completar así un primer curso de diez meses del que salgan ya los primeros titulados como técnicos superiores en cine, vídeo y televisión. De ellos, dos irán a la Escuela de San Antonio en Cuba, que colabora con el proyecto, durante tres años, de donde se prevé que vuelvan y se conviertan en profesores de la escuela, alimentando así un ciclo autosuficiente. El objetivo: formar una cantera de cineastas capaces de mostrar al mundo, mediante este vehículo tan poderoso, sus problemas, sus inquietudes, sus alegrías y su día a día.

alandar270_quepunto2f.jpgEl Fisahara nació como un festival provisional. Ahora, ha decidido convertirse en permanente y se ha establecido una meta un poco más ambiciosa: que un día pueda celebrarse en la verdadera Dajla, una hermosa ciudad en la costa occidental africana que forma parte de los territorios ocupados. De momento, el proyecto ha llevado la esperanza a un pueblo que la está perdiendo. Pero debemos seguir trabajando para que todo ello no quede en meros castillos de arena en medio del desierto.

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