Confieso que soy miedosa. Le tengo miedo a muchas cosas pero sobre todo a la gente. Recuerdo la vez en que le confesé a mi mejor amiga que era tímida, se rió hasta que pensó que estallaría porque la cara se me puso rojísima. Teníamos dieciocho años y mucha razón de mofarse porque era yo quien armaba los planes de los fines de semana, cómo abordar a tal chico, dónde ir a bailar; eso no lo hacen las personas tímidas. Lo que desconocía mi compinche es que sin ella, sin la protección que me brindaba su presencia, nunca hubiese podido siquiera abrir la boca. Sola nunca me atrevería, ¿o sí?
A medida que me hice mayor y tuve que echarme a andar sola afronté situaciones por demás ruborizantes: responder preguntas de desconocidos en la calle, entrevistas de trabajo, evitar la apariencia de apática y aburrida cuando me presentaban a gente nueva, encuentros inesperados con viejos amigos y hasta recibir bromas de mis allegados.
Nunca entendí porqué me resultaba tan fácil colorear mi rostro y comenzar a sudar. Hasta hace poco, gracias a una revista en la que leí un extracto del libro “El laberinto sentimental” de José Antonio Marina, que compré, me enganchó y llevó a que lea su otra obra “Anatomía del miedo”. Hallé mi caso en cada palabra del capítulo referido a las fobias sociales, no sólo era tímida como creía, tenía miedo a socializar, a la desaprobación y a toda la serie de hechos que se muestran en ese capítulo, tal cual.
Otro de mis miedos reconocidos es el que me lleva al estrés en un dos por tres: la búsqueda de la “cuasi perfección” de las cosas, la obsesión por tener el control de cualquier situación. Aquello que se me escapa de las manos me aterra. Con mi terapeuta estuve muy cerca de llegar a lo que Marina develó en poco tiempo de lectura. Mi problema ahora es cómo perder el miedo a situaciones desconocidas en el campo profesional o en cualquier cosa que emprenda. Una ventaja que tengo es que ya sé que me provoca pánico ser un pez fuera del agua.
Además de reconocer mis miedos también pude darme cuenta de que no soy tan cobarde como lo imaginé. Los seres humanos somos miedosos por naturaleza y la intensidad de los miedos depende de la experiencia de cada uno (muchas veces heredada). Es por esa razón que respondemos de diferente manera a las situaciones que nos asustan.
Como a mí, Marina te ayudará a reconocer a qué le temes y te dará pistas para averiguar el porqué. Del descubrimiento personal te llevará a lo general: comprenderás por qué el miedo es la principal herramienta del poder, cómo se valen del miedo los políticos, los medios de comunicación e incluso los que dirigen las religiones para someternos. El miedo nos ha hecho creer que vivimos en una sociedad en constante riesgo: amenazas de atentados terroristas y guerras nucleares, violencia en las calles, inseguridad y hasta los efectos del cambio climático. Estamos convencidos de que todo ello podría afectar a nuestras vidas cotidianas en cualquier momento. Lo cierto es que nos infunden miedo para que callemos nuestras conciencias, exterminemos cualquier atisbo de rebeldía y cedamos hasta convertirnos en marionetas.
Curiosamente, el miedo no resulta ser del todo malo, incluso puede ser positivo si es bien utilizado. Cuando “Anatomía del miedo” apela a la historia universal encontramos que en la Revolución Francesa se utilizó el terror como arma principal, una máxima jacobina reza: “Para poder ser justos mañana tenemos que ser injustos hoy”. Personalmente no creo que infundir miedo sea bueno pero, según Maquiavelo, hasta resulta necesario para disminuir el nuestro: “Los hombres desean no temer, comienzan a hacer temer a los otros y aquella injuria que quieren ahuyentar de sí la dirigen contra el otro”. Ahora entiendo por qué Marina citó a Heideegger en las primeras páginas de su libro: “No podemos ni siquiera imaginar cómo sería el mundo visto con los ojos de un valiente”. Todos, irremediablemente, tememos.
El viaje que nos propone Marina en su libro nos lleva a conocer toda la gama de los miedos, de los simples a los patológicos, además de conseguir interesantes souvenirs que pueden ayudar a que nos espantemos menos y hasta a erradicar algunos temores. El capítulo final es alentador, nos habla de la valentía, aquella que después de todo lo leído parece tan difícil de alcanzar. Sin embargo no es así. La valentía ayuda a aplacar nuestros miedos alimentándose solo de fuerza de voluntad, de la que podamos ser capaces.
“Y este secreto me dijo la vida misma: Yo soy aquello que debe siempre sobrepasarse a sí mismo”. Friedrich Nietzsche, del libro “Así habló Zaratustra”.
“Anatomía del miedo” es una experiencia imperdible de reconocimiento y crecimiento personal. Un colchón de extractos de libros y escritores grandiosos con los que Marina nos endulza para hacernos adictos a seguir descubriendo. No es un libro de autoayuda pero, bien administrado, puede llegar a liberarnos.
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