El tema del aborto es un tema difícil en círculos cristianos. Tema espinoso porque los mal llamados “defensores de la vida”, valedores de la postura oficial católica, lo estigmatizan y criminalizan. Nada tan conflictivo como tocar desde el punto de vista de la ética cristiana las líneas fronterizas que marcan el principio y el final de la vida humana. El argumento teológico de fondo reside en la imagen del Dios cristiano, Creador y dador de vida y la vida humana como don divino por excelencia. De ahí que los representantes jerárquicos de la Iglesia católica, garantes y cancerberos de esa doctrina, consideren reprobable la intervención humana en casos de interrupción de un embarazo. La pregunta es si un constructo teológico elaborado en los albores de la Edad Media y carente de reinterpretación en las coordenadas sociales y científicas actuales puede desbaratar un debate ciudadano crítico, plural y democrático que tiene presente “defender” la vida de las mujeres y el derecho de las mujeres, dadoras de vida, a decidir.
Quizá hayamos empezado por el nudo de nuestra reflexión y haya que contextualizarla primero. Nos ocupamos en este artículo de una reflexión con perspectiva creyente en la coyuntura de una posible reforma de la reciente ley sobre interrupción del embarazo. La Ley Orgánica 2/2010 de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, aprobada en la última legislatura de Zapatero, despenaliza la práctica de la interrupción voluntaria del embarazo durante las primeras 14 semanas. El Ministerio de Justicia del Gobierno actual ha anunciado su pretensión de eliminar el supuesto de aborto en caso de malformación del feto. Es decir, ante la difícil decisión de seguir adelante con un embarazo en el que se detectaran malformaciones en el feto, proponen que sea la ley la que decida por la mujeres y la decisión sea seguir adelante con el embarazo.
Por otra parte, el Comité Bioético, órgano consultivo independiente sobre materias relacionadas con las implicaciones éticas y sociales de la Biomedicina y Ciencias de la Salud, que fue creado en julio de 2007, ha sido recientemente reconstituido por miembros mayoritariamente afines a los postulados más retrógrados de la Iglesia católica. Cuando casi un 80% de la población española está de acuerdo con el aborto en un supuesto de malformación fetal, no lo consideramos en absoluto un órgano independiente ni un instrumento útil para una sociedad plural y abierta como es la española.
Tras la postura del Ministerio de Justicia hay una ideología ultraconservadora vinculada al pensamiento de la teología católica representada por la jerarquía. La tradición católica está profundamente marcada por el patriarcado, pero los varones no pueden gestar ni son ellos quienes pueden decidir negarse a llevar a término un embarazo, ¿cómo podría aceptar el patriarcado que algo tan vital como la reproducción de la especie humana escape a su control? La insistencia con tintes negativos moralizantes en todo lo relacionado con la sexualidad y la reproducción es un rasgo vigente y llamativo de la teología oficial de la Iglesia católica actual. Diríamos que en la jerarquía eclesial, constituida exclusivamente por varones célibes, sigue habiendo una obsesión por el control de la sexualidad y la capacidad reproductiva de las mujeres.
Encontramos en común, tanto en la postura conservadora política como en la eclesial, esa necesidad de vigilar y tutelar a las mujeres, una consideración de las mujeres como sujetos carentes de autonomía, incapaces de tomar decisiones libres y responsables por sí mismas. Claramente se conculca el derecho de las mujeres a decidir ante un supuesto de malformación en su embarazo, por lo que entendemos que se vulnera la imagen de las mujeres como seres autónomos y libres. Además, desde una razón ética contemporánea, la mayoría de la población, que juzgamos plural y con capacidad crítica, se posiciona a favor de abortar en el mencionado supuesto. También en ello advertimos ausente el respeto a su conciencia, máxima entidad decisoria del ser humano.
Ambas posturas desdeñan el valor de la conciencia humana en una sociedad libre y plural. En una combinación perfecta, la ideología religiosa refuerza perversamente esta visión al consignar en Dios, el ser supremo, la única capacidad de decisión que, en su nombre, se adjudican sus representantes temporales.
Volviendo al nudo de esta cuestión, como creyentes, como personas críticas, conscientes, capaces de interpretar nuestra fe con las claves que ofrece nuestra razón cívica, nos hacemos la pregunta: ¿en qué línea argumental se puede sustentar la propuesta de la reforma de Ley? ¿Y en qué teología?
Católicas por el derecho a decidir es un movimiento de personas católicas hombres y mujeres interesadas en la reflexión en torno a la desigualdad de género no solo en la sociedad sino también en el interior de la Iglesia católica y en las tradiciones religiosas. Apoyamos los derechos de las mujeres, especialmente aquellos que están relacionados con la sexualidad y la reproducción humanas. Promovemos debates para avanzar en estos derechos. Trabajamos por un cambio de patrones culturales para lograr una sociedad más justa, inclusiva y capaz de asumir la diversidad, de género, racial, sexual, etc.
Más información: http://cddespana.blogspot.com.es/
Un punto de vista creyente ante la reforma de la ley del aborto
Hola, Chini:
Me llamo Arantza y me animo a responder a tu artículo porque también me siento en movimiento a favor de la diversidad y del cambio de patrones culturales que provocan cualquier tipo de discriminación; para que siga el debate sobre los cambios que los seres humanos necesitamos para poder vivir vidas buenas.
La verdad es que el hecho de que en una ley de plazos como esta haya un supuesto específico, el aborto por malformación (artículo 14), y que se haya oído poca cosa al respecto, a mí y a otra mucha gente nos llama negativamente la atención y nos enfada.
Vivimos en una sociedad profundamente segregadora de las personas con malformaciones (por seguir con la terminología de la ley y la que utilizas en el artículo), como comprueba a diario la población paralítica, sorda, coja, ciega, tonta, loca, entre la que me cuento: los sistemas sanitario y educativo, el mercado laboral, los espacios de ocio están construidos como si no existiéramos, como si no formáramos parte de la ciudadanía; como si no nos correspondiera estar en la plaza, con el resto de la gente. Los ejemplos para mostrar la verdad de lo que digo son, por desgracia, innumerables. Por dar uno reciente, traigo aquí lo ocurrido el pasado 2 de marzo en Sabadell, cuando a un grupo de personas entre las que había varias con síndrome de Down se le impidió entrar en la discoteca Puzzle. Según parece, la gente como la que formaba parte de ese grupo tiene que avisar con una semana de antelación para disfrutar de lo que ofrezca esa discoteca en una sala aparte. Sin mezclarse con los demás.
Si «las ideas se tienen y en las creencias se está», tendremos que tratar de formular cuál es la creencia sobre la que se construye este sistema segregador que no cuenta con nosotras y nosotros, las gentes con malformaciones. Una formulación que se me ocurre es esta: «las personas con malformaciones son menos humanas que las que no las tienen; por eso no tienen por qué tener reconocidos los mismos derechos ni tienen por qué acceder a las mismas oportunidades que ellas. Y por eso su nacimiento puede ser discrecional».
Si esa creencia horrible tiene alguna verosimilitud, y, por más que lo sienta, la tiene y mucha, creo que la capacidad de una mujer (cuando está en una posición especialmente vulnerable —tumbada en una camilla mientras le hacen una ecografía para ver cómo va su embarazo, viendo caras raras en el o la médica que, además, llama a otra u otro compañero que también pone cara y que le dice que algo no va bien) para tomar una decisión en libertad al respecto (al respecto de la malformación de su futura criatura, quiero decir), está gravemente limitada y sesgada. O por decirlo de otra forma: la capacidad que en general se tiene para valorar la vida posible del feto con malformación en crecimiento está muy por desarrollar. Y la carga de la prueba en este caso está en ese 80% de la población española que, según afirmas, «está de acuerdo con el aborto en un supuesto de malformación fetal».
Cuando ante personas con malformaciones se hacen juicios del tipo «qué pena», «yo así no podría vivir» (y su correlato moral, «así no merece la pena vivir»), «hay que decir la verdad, no es más que una carga», se está obviando qué es lo que en realidad sostiene toda vida, también la de quien emite ese juicio: una malla invisibilizada pero cierta de ayudas y cuidados que, cada quien en sus propios términos, contribuye a tejer. Una mirada menos prejuiciada por la ilusión del hiperautonomismo podría ver ese, esa otra malformada de una forma más ajustada y se reconocería más en él, en ella. Para gran y liberadora sorpresa de todas y todos.
Conozco a dos mujeres que esperaban criaturas con características tales que iban a morir apenas nacidas (ambas habían parido anteriormente a hijas con esas características) y que abortaron porque por nada querían que la corta vida de su bebé fuera dolor y dolor. Digo esto porque quiero subrayar la complejidad del debate; y porque creo que el término malformación nos ayuda, en realidad, muy poco, entre otras cosas porque se utiliza para designar diversas (¡muchas!) características corporales que se las tendrán que haber con un mundo que no quiere dialogar con ellas, con el dolor (en todo el sentido del término) que eso provoca. ¿Cómo valorar el sentido de la vida de nadie cuando se la está desconsiderando de partida? ¿Cómo obviar en el análisis ese desequilibrio en la relación de poder?
Atribuimos al patriarcado el control sobre nuestra sexualidad para mantener su dominio. Digo atribuimos porque yo también se lo atribuyo. Y ¿a qué poder atribuiremos la creencia capacitista (valemos quienes podemos y sabemos) que atribuye discapacidad a algunos seres humanos? ¿Qué diremos del control de la sexualidad de las mujeres con malformaciones, a las que se esteriliza sin mayor contemplación? ¿Cuándo vamos a hablar de estas cosas, de lo que hay debajo de estas prácticas? ¿Tiene que decidir una ley sobre las opciones reproductivas de las mujeres? ¿Qué otros patrones están decidiendo, de hecho, sin que los desenmascaremos? ¿Podremos hablar de estas cosas sin que tengamos que explicar, yo en este caso, que no se cuestiona el derecho a decidir sobre el cuerpo que somos y las oportunidades reproductivas que queremos tener?
Chini, no pretendía escribir un artículo y siento, de veras, ocupar tanto espacio, pero no sé cómo hacerlo de otra forma para poder dar razón de lo que pienso. Terminaría, por ahora, con la crítica a la razón ética contemporánea que no cuestiona el sistema segregador que he tratado de apuntar en este largo comentario.
Pero ojalá que sigamos hablando: la realidad, la vida lo requiere.
Eskerrik asko.
Arantza
Un punto de vista creyente ante la reforma de la ley del aborto
Comparto tus reflexiones, Arantza
Esta frase del artículo original me parece muy fuerte: «Cuando casi un 80% de la población española está de acuerdo con el aborto en un supuesto de malformación fetal, no lo consideramos en absoluto un órgano independiente ni un instrumento útil para una sociedad plural y abierta como es la española.» Quizá lo haya entendido mal, pero considerar que el feto no es un instrumento útil me sorprende. ¿Si fuera un instrumento útil, habría que llevar el embarazo hasta el final?
Estamos en una sociedad complicada: en Alemania, al mismo tiempo que hay fuertes asociaciones de apoyo a las personas con síndrome de Down, la ley permite interrumpir el embarazo si se detecta ese síndrome en el feto.
Un punto de vista creyente ante la reforma de la ley del aborto
Dado que estás abierta al debate, hago unas consideraciones sobre el artículo:
a) Ofreces una visión maniquea de un serio problema, cargando las tintas sobre una de las partes a la que se atribuyen varios adjetivos descalificadores, que poco tienen que ver con una argumentación seria: son cancerberos, retrógrados, sin atención al contexto social y científico, representantes de un patriarcado que denigra a las mujeres, cuya conciencia responsable no respeta, pues desdeñan la conciencia humana en una sociedad libre y plural… Después de esto, yo mismo, católico, creyente, racional, crítico (vamos, eso creo) no sé si puedo opinar.
b) El artículo, claro está, no aborda el problema de fondo, solo de pasada y al principio. Efectivametne el núcleo de la cuestión es considerar la vida como don, sea de Dios o simplemente don humano (Hanna Arendt, por ejemplo). Y en segundo lugar el problema central es el estatuto ontológico del embrión. Para algunos, no sólo los obispos, debe ser considerado persona desde el primer momento, y protegido como tal. Si quieres, puedo utilizar un antiguo precepto jurídico: en caso de duda se protege al reo. Es decir, la carga de la prueba está sobre los hombros de quienes son partidarios de la interrupción del embarazo. Todavía no veo riguroso el criterio que decide que hasta las 14 semanas se puede y después de esa semana no se puede.
c) En tercer lugar, convienen no mezclar las cuestiones. Uno puede estar en contra del patriarcado (más bien de los restos de patriarcado que subsisten en nuestra sociedad) y ser radicalmente feminista (creo sinceramente que esa es mi posición teórica y práctica) sin que de ahí se derive estar a favor del aborto. Planter el aborto como un derecho a decidir de la mujer es exigir a todos los que estamos en contra que juguemos en campo contrario y con las reglas del juego puestas por el contrincante.
d) Por último, es también muy endeble el argumento que aparece en la pancarta: «mi cuerpo es mío». El cuerpo no es algo que me pertenece, ni en su totalidad ni en sus partes. Yo soy mi cuerpo, aunque no sólo mi cuerpo. Y las leyes en esta sociedad libre, plural y democrática prohiben con mucha sensatez que consideremos el cuerpo una propiedad. Por eso no permiten la venta de órganos, ni las automutilaciones, ni siquiera al venta de sangre. Incluso en una sociedad que ha llevado la libertad individual al límite como última justificación (algo, por cierto muy acorde con el neoliberalismo dominante), existen límites al ejercicio de esa libertad.
e) Por último y volviendo al punto b). si el feto es persona (en proceso, claro) desde el principio,nada justifica el aborto. Si no lo es, no hay que poner excepciones. En ese sentido es más coherente (no mejor) la ley vigente que lo que parece quiere imponer el PP. Si la mayoría de la población decide que la ley de plazos, obviamente habrá que acatar la ley, pero se podrá seguir luchando contra ella, sobre todo cuando uno piensa que es una ley injusta. En las democracias, deciden las mayorías, pero de ahí no se sigue que sea justo o verdadero lo que deciden. Lo justo, el bien, la verdad…, no se votan. os esforzamos por acercarnos a ello y nuestras leyes son siempre formulaciones provisionales.