Testimonio de la guerra civil española

punto252.jpgEn honor a la verdad es necesario reconocer que en la guerra civil española se cometieron graves violaciones de los derechos humanos por ambos bandos. Se habla mucho de la matanza de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz, donde fueron fusilados por los republicanos 1.200 presos, entre ellos varios sacerdotes y religiosos. La violencia anticlerical en la zona republicana ocasionó 6.832 víctimas (4.184 sacerdotes diocesanos, 2.365 religiosos y 283 religiosas). Otras muchas personas fueron, asimismo, fusiladas por causas muy diversas. Acciones todas ellas condenables.

Sin embargo, son más desconocidas las violaciones de los derechos humanos en la zona franquista en donde se cometieron más de 90.000 asesinatos durante y después de la guerra. Sólo en los tres primeros meses “los sublevados fusilaron a 2.768 personas en Canarias, Ceuta y Melilla; 3,120 en Galicia; 3430 en Valladolid; 2980 en Zamora y 2.789 en Navarra” (Paul Preston). En Huelva, en el primer año de guerra, los franquistas fusilaron a más 6.000 personas, campesinos en su mayoría. En el caso de Badajoz, en donde la resistencia fue encarnizada, los franquistas mataron a 3.920 personas en una semana. Y en los últimos meses del conflicto armado se configuró un campo de concentración en Castuera (Extremadura) en donde hubo más de mil asesinatos en masa, cuyos cadáveres fueron arrojados en fosas comunes.

El número total de muertos, según los historiadores, sobrepasa los 600.000, de los cuales alrededor de 100.000 corresponden a la violencia desatada en la zona franquista, 55.080 a la violencia de la zona republicana. Después de la guerra alrededor de 49.000 personas fueron ejecutadas en los diez años que siguieron al final de la contienda (Julián Casanova).

Es necesario ser justos. No hay mayor ceguera que la de aquel que no quiere ver. Todas las masacres, asesinatos y violaciones a los derechos humanos, vengan de donde vengan, son condenables. Las que se cometieron en un bando y en otro.

Curar las heridas

“Conocer la verdad nos hace libres”, dice Jesús. Es necesario conocer la verdad para que nunca más se repita esa historia de dolor y de muerte. Algunos políticos, ingenua o maliciosamente, dicen que la recuperación de la memoria abre heridas del pasado. Al contrario, hay heridas que no han cicatrizado y es necesario curarlas. Y sólo se curan reconociendo con objetividad la verdad de los hechos. Siempre afirmo que un pueblo sin memoria es un pueblo sin historia, y un pueblo sin historia es una masa informe, de gente manipulable, sin identidad y sin sentido de pertenencia. Winston Churchill decía, asimismo, que “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”, tesis que repetía también monseñor Juan Gerardi de Guatemala. A este obispo lo mataron dos días después de que diera el informe en la Catedral de Guatemala sobre la Memoria Histórica.

En España todavía muchos cuelan un mosquito y se tragan un camello. Sólo con una investigación serena, objetiva y seria se puede llegar al conocimiento de la verdad histórica. Y esto es necesario por tres razones: una, por el respeto que se merecen las víctimas de la guerra sean del lado en que estuvieran; dos, porque, como decíamos, conociendo el pasado evitaremos caer en los mismos errores; y tres, porque la verdad conduce a la reconciliación y a la unidad nacional, que es lo que hace falta en España.

Juan Pablo II, cuando beatificó a un numeroso grupo de sacerdotes y religiosos mártires de la guerra (muertos por los republicanos), dijo que es necesario investigar y conocer también lo que pasó en la otra parte y dignificar a todas las víctimas. Los vencedores de la guerra sufrieron, efectivamente, ejecuciones a todas luces condenables, pero tuvieron 40 años para rendir homenaje a sus muertos. La otra parte no tuvo esa oportunidad. Y la justicia debe ser imparcial. Quien ama la justicia busca la verdad. Por eso, la recuperación de la memoria histórica no sólo es justa sino necesaria y profundamente humana.

Elecciones libres

Hay una pregunta clave: ¿quién fue el responsable de una guerra civil que dejó cerca de un millón de muertos? España eligió, a través de unas elecciones libres, al Frente Popular. En toda democracia el pueblo es el soberano. Y los militares tienen del deber de respetar al gobierno electo democráticamente a través de las urnas. Pues bien, un grupo de militares encabezados por el general Franco dio un golpe de estado, que no fraguó. Unos militares le apoyaron y otros no. Y, como decía el Cardenal Herrera Oria “no está justificada la sublevación, ni es lícito alzarse contra el poder constituido” (Vida Nueva, nº 1554).

La sublevación del general Franco, al no ser secundada por la mayoría de los cuadros castrenses, degeneró en una guerra que trajo destrucción y muerte. Los responsables últimos de tantas matanzas colectivas, asesinatos, enfrentamientos bélicos y odio no son otros sino los generales sublevados.

Testimonio personal

Mi padre, Fernando Bermúdez Martínez, hombre íntegro y militar coherente, recibe con consternación la sublevación del general Franco. Él estaba en Cartagena. Para él, un principio de lealtad y de honradez fue permanecer fiel al gobierno legal y legítimamente constituido, electo por votación popular. Pretender sumarse a la sublevación franquista significaba una traición. Así me lo expresó en diversas ocasiones. En él no cabía el oportunismo, o lo que vulgarmente se dice “cambiarse de chaqueta”. Para un hombre auténtico y con principios éticos y morales no son los intereses personales o ideológicos los que deben regir la vida, sino la convicción de lo que uno es y hace. Su vocación militar tuvo una fuerte motivación: la defensa de la España democrática y el servicio al pueblo español. Por eso nunca justificó la guerra, como tampoco la justificó el Cardenal Herrera Oria. Mi padre era un hombre de paz.

Franco ganó la guerra apoyado por los nazis de Hitler y los fascistas de Mussolini. Dejó una España destrozada, llena de hogares enlutados, y lo que es peor, una España dividida llena de heridas interiores.

Estando mi padre en Cartagena fue testigo del bombardeo que Hitler realizó el 25 de noviembre de 1936, un bombardeo que duró cuatro horas ininterrumpidas, causando un elevado número de víctimas. Él se salvó por puro milagro de Dios. Posteriormente, Mussolini, con el visto bueno del general Franco, arrojó sobre Cartagena 8 toneladas de bombas (La Opinión de Murcia 30, 8. 2008, pag. 12). Sólo dolor, destrucción y muerte dejó esa guerra fraticida iniciada por Franco.

Yo nací en esa noche oscura de la postguerra. Mi padre sufrió la represión. Fue expulsado del ejército y estuvo un tiempo en la cárcel sin delito alguno, ¡qué injusticia! Su delito fue la lealtad. Cuarenta y nueve años después, se le hace justicia, se le reconocen sus méritos y se le eleva a título post mortem de Comandante.

Hoy, a setenta años de aquella guerra, es necesaria mucha madurez y criticidad para analizarla con objetividad, imparcialidad y realismo, y de esta manera crear las condiciones para que nunca más se vuelva a repetir aquella historia de traiciones, de dolor y de muerte. Y para eso es necesario conocer la historia y hacer justicia a las víctimas de ambos bandos, entre los cuales hubo gente inocente y héroes anónimos que antepusieron el sentido de humanidad a cualquier ideología política.

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