Esperando la Navidad, hoy

nacho.jpgHay muchas Navidades, seguramente demasiadas. A mí, al menos, me sobran unas cuantas. Inevitablemente, la Navidad se ha hecho cultura, y no sólo cultura, sino también -y paradójicamente- consumo. Y desde luego, nada que tenga menos que ver con la Navidad que el consumo.

Desde el turrón a la solidaridad de diseño, una colección de acontecimientos presuntamente navideños satura nuestros sentidos con una sobredosis de bienestar obligatorio, en el que todo el mundo acaba echando algo de menos. Un tiempo repleto de buenas intenciones -de esas que llenan el infierno- en el que las familias se pelean, los estudiantes vuelven a casa, como en el anuncio, y el precio del marisco desplaza a las cotizaciones bursátiles en el telediario de cada día. Todo eso me, nos produce, un formidable empacho, del que las comilonas navideñas son el mejor símbolo.

Por debajo de toda esta montaña de naftalina y de consumo facilón, si seguimos escarbando, llegamos a una capa donde yacen sepultados objetos, paisajes y evocaciones que nos devuelven a una patria perdida. Un lugar lleno de ilusiones infantiles y encuentros familiares que nos sitúan en un paraíso originario, de una inocencia casi mítica y por idealizado, inexistente. El reflejo de aquello que anhelamos, una especie de regresión infantil, en el que todos podemos volver a ser niños por un día. Paraíso que compone un bello rincón de nuestro imaginario. Una Navidad más familiar, más tradicional y costumbrista, de dulces hechos en casa, villancicos y misas del gallo. Un territorio familiar y piadoso, pero irremediablemente cargado de nostalgia. Cargado de cultura cristiana, de entrañable cultura cristiana europea. De esa cultura, capaz de hacer que los soldados de la I Guerra Mundial salieran de sus trincheras para dejar de matarse -aunque sólo fuera por un rato-, jugar un partidito de fútbol, beber algo caliente, cantar juntos y descubrir que no eran tan diferentes. En ese lugar de la memoria nos sentimos más auténticos, menos alienados por el consumo, más cerca de las personas que queremos y más cerca de lo que anhelamos, pero parece que todavía el niño Dios no acaba de nacer del todo.

Pero contemplando un poco, podemos seguir buscando debajo de todo eso para acceder a una Navidad que nos llena más y que nos hace sentir que es verdad que la esperanza puede volver a nacer de nuevo. Basta con dejar que los relatos de la infancia de Jesús se vayan apoderando de nuestro imaginario, para devolvernos a un mundo donde, a pesar de todo, es posible la esperanza. Un mundo donde es posible encontrar gente del linaje de los profetas del Antiguo Testamento. Tan pacientes como Job, para cuidar a los suyos hasta el final, tan políticamente visionarios como Isaías, para soñar con un futuro utópico, donde el lobo y el cordero conviven en paz y sin matarse. Un futuro dónde de las lanzas se hacen arados, y de los cañones, tractores. Un futuro que ya está aquí, en una Europa que ya no se desangra en los campos de batalla, aunque le falte atreverse a mirar más allá de sí misma.

A pesar de que la tierra de los profetas siga siendo hoy un lugar ensangrentado, su herencia y su descendencia ha sido larga y fructífera. Hoy en Israel y Palestina no todos son halcones, y hay gente capaz de creer en la paz, por encima de todo, gente que es incluso capaz de ser objetor de conciencia en un país tan militarizado como Israel. O hasta de reunir a palestinos e israelíes en una orquesta, sabiendo que la música amansa las fieras. Un futuro utópico que se hace presente en presidentes de color que se hacen profetas en su tierra. Sin engañarnos, ni dejarnos deslumbrar por los mitos ni la púrpura, pero hay cosas que hace 40 años no sólo eran imposibles, sino también impensables. Un mundo profético y utópico, donde el lobo y el cordero conviven de la mano de personas que defienden que las civilizaciones y las religiones se sienten a dialogar, para crear alianzas por la paz y el desarme.

¿Quién iba a pensar que en el futuro una de las cosas que definiría a un verdadero creyente no iba a ser su capacidad de imponerse a las “falsas religiones” sino su talante para buscar con otros la verdad? ¿Quién iba a pensar que después de tantas guerras de religión, católicos, protestantes y ortodoxos iban a sentirse más cerca de lo que algunos dirigentes eclesiásticos les gustaría? Jesús llevó la Buena Noticia más allá de los límites del judaísmo, la llevó a los paganos, buscaba formar un nuevo Pueblo de Dios. Sigue encarnándose hoy en los que buscan entender la espiritualidad más allá de los dogmas de sus respectivas creencias y religiones, para buscar una frontera que englobe a todos los que creen que un mundo mejor es posible. Sin miedo a perder la identidad en el encuentro de la diferencia y la multiplicidad, sino buscando lo universal que nos une y vertebra. Porque lo que importa es si expulsan demonios, no si son de los nuestros. Porque a pesar de todo, vivimos rodeados de profetas. Profetas de colores diversos, como esos inmigrantes que cruzan el Estrecho buscando una tierra prometida con un arrojo que haría palidecer al mismísimo Moisés. O esas profetisas de la igualdad, discípulas aventajadas de Jesús, que no trazan rayas divisorias por razones de género o sexo, como no las trazó Jesús. Sabemos que a Jesús le preocupaban las diferencias que creaba el dinero, no las del género.

Hoy, de la mano de nuevos profetas que reclaman una austeridad verde, parece posible vivir en una Creación donde hagamos posibles los sueños de los profetas que vivían en el desierto; una tierra y una humanidad reconciliada consigo misma. Unos nuevos cielos y una nueva tierra. A pesar de toda la injusticia que nos rodea, vivimos en un mundo que por primera vez en la historia de la humanidad tiene la suficiente capacidad técnica para acabar con el hambre y el subdesarrollo. Sólo es una cuestión de justicia, de los Objetivos del Milenio, sólo nos separan el 2-3% del PIB mundial y sobre todo, mucha falta de voluntad política. Dios sigue naciendo en Belén, en los últimos y en los pobres, y en tantos militantes que siguen creyendo que la función primordial de la política es la búsqueda de la justicia. La Navidad es todavía posible hoy, a condición de que sepamos mirar como mira Dios al mundo.

www.asociacionkarlrahner.org

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