El derecho de propiedad privada (“ius utendi et abutendi”) ha sido definido así: “El derecho de propiedad privada es el poder de usar o de abusar de cualquier cosa en la medida que lo permite el derecho civil”. Definición de Hotman, jurista italiano del siglo XVI. Esta definición ha sido adoptada posteriormente por las estructuras jurídicas.
La naturaleza produce constantemente un serie de bienes, cuya propiedad es común para todos los hombres y mujeres del mundo: son bienes universales. Por otra parte, existe una serie de bienes que son necesarios para que viva todo ser humano. Y cada uno, cada una, toma de ese acervo común lo que necesita para vivir. Es el valor de uso. Si no tiene esos bienes, si no los puede tener, peligra su vida o se muere. Poseer esos bienes en régimen de propiedad privada, es decir, poder usarlos para vivir, es cuestión de vida o muerte. En eso consiste el derecho de propiedad privada. El valor de uso, de un uso sobrio de esos bienes, se puede decir que es de derecho natural. Estimo que estos bienes son de derecho natural, porque son necesarios para mantener la vida humana, son propios de la misma naturaleza humana. Los bienes superfluos, los que no son necesarios, no son de derecho natural. Y esos bienes necesarios se pueden resumir en estos cinco: trabajo, alimentación, vivienda, salud y cultura. La carencia de estos bienes hace casi imposible una vida humana, una vida de cierta calidad humana.
Esos bienes necesarios son “míos” porque los uso para satisfacer mis necesidades básicas, me los apropio, pasan a ser propiedad privada. Una vez cubiertas esas necesidades, esos otros bienes que me sobran son bienes superfluos, ya no son míos, no me pertenecen. Deberían ser propiedad del común, de todos aquellos seres humanos que todavía no han cubierto sus necesidades básicas, es decir, de los que pasan hambre, los que no tienen techo, los que aun no saben leer y escribir, los que no tienen médicos ni medicinas, etc. Entonces, tengo el deber, la obligación moral, de devolver lo que no es mío, de lo que me he apropiado indebidamente. Ya no es un “uso” de los bienes, sino un “abuso”. Al mismo tiempo que tengo el poder de usar esos bienes necesarios, tengo el poder de abusar de unos bienes que ya no me pertenecen porque son superfluos. Es el “ius abutendi”. Y lo que es un abuso ya no es ético. Evidentemente, tengo derecho a usar los bienes superfluos a condición de devolver su coste al Tercer Mundo. Si me gasto 3.000 € en una viaje de recreo debería devolver esa misma cantidad de 3.000 € a los necesitados del Tercer Mundo. Entonces, ya no sería un abuso sino un disfrute correcto, solidario, justo. Cuando me apropio de algo que no es mío, es un robo y lo tengo que devolver. En ese sentido no hay que “dar” al pobre cosas que necesita, sino devolverle lo que es suyo porque le pertenece y nosotros se lo hemos quitado. El pobre es un “robado”. El quedarse con esos bienes ya no entraría dentro del derecho de propiedad privada.
Es necesario tener una casa para vivir, por eso se llama vivienda. Y eso es de derecho natural porque la uso para vivir, sea en régimen de propiedad o de alquiler. El capitalismo promueve y prefiere el régimen de propiedad al régimen de alquiler y se llega a la “burbuja inmobiliaria”. El capitalismo controla perfectamente las propiedades inmobiliarias. Pero, tener varias casas, pisos o viviendas, como un chalet en la sierra o un apartamento en la playa, no es de derecho natural. No las tengo para vivir, sino para invertir o para disfrutar. No solo tienen un valor de uso sino que además tienen un valor de cambio. Tienen un precio. Pueden ser un aval para pedir un préstamo al banco. Es lo propio del capitalismo, que favorece no solo el uso sino el abuso de propiedades. Ya no son bienes necesarios, sino bienes superfluos. Abusa, porque acumula casa sobre casa. Y el capitalismo, a fuerza de acumular, va despojando a otros del derecho natural de tener bienes necesarios, como es tener una vivienda, un sitio para vivir. Unos pocos abundan en casas y hay otros muchísimos que carecen de vivienda. El tener varias casas no es una necesidad, es un lujo. Son bienes superfluos, como viajes de turismo, de recreo, compras de artículos caros, inversiones beneficiosas, espectáculos, fiestas, comidas, trajes, vestidos, etc. Suponen un volumen de gastos que exceden, con mucho, los bienes necesarios. No se necesita tanto para vivir, sino para comodidad o para disfrute. Mi comodidad o disfrute se basa entonces en negar bienes básicos a la mayoría. No es problema individual, no es asunto estrictamente personal: “Con mis bienes hago lo que me da la gana”. Es un tema estructural. El capitalismo ampara y protege la propiedad privada lo mismo el “ius utendi” (de los bienes necesarios) que el “ius abutendi” (de los bienes superfluos) , como uno de los pilares de la acumulación incesante de beneficios. El capitalismo ha hecho de los bienes superfluos, bienes necesarios; ha creado la sociedad del consumo para enriquecimiento de unos pocos. Lo público, lo que es de todos y de todas, incluidas las generaciones futuras, es siempre prioritario sobre lo particular y lo privado. La propiedad privada es un invento del capitalismo para poder dominar, no para poder vivir. Recordemos que los bienes de la Tierra son patrimonio de la humanidad para vivir, como el agua, la tierra, los minerales, el aire, etc. que no pueden ser propiedad de nadie, son para uso y disfrute de todos los seres humanos junto con el planeta. El capitalismo ha creado una conciencia individualista que no mira a su entorno, ha promovido una mentalidad sumisa. Para el capitalismo, la propiedad privada es sagrada, algo divino y eso no se toca. Es un concepto de propiedad privada que solo beneficia a unos pocos en contra de la mayoría. Los que se atreven a tocarla son malos, son populistas, son comunistas.
Los que disfrutan de propiedades superfluas, tienen una mentalidad capitalista. No quieren devolver nada, porque no consideran que hayan quitado nada a nadie, todo es suyo y con lo suyo hacen lo que les viene en gana. Devolver significa, de alguna manera, empobrecerse, quedarse con menos. Y eso no se puede tolerar. Lo que hay que hacer es elevar el nivel de los pobres, de los que no tienen. Sí, de acuerdo, pero que no me toquen el bolsillo, la propiedad privada es sagrada. Eso es cuestión del Estado, que reparte muy mal o no reparte nada. No todos los Seres Humanos del planeta pueden alcanzar el grado de desarrollo tecnológico que tenemos en Occidente, se hundiría el planeta. Para que la inmensa mayoría de la humanidad pueda sencillamente vivir, es preciso que todos y todas vivamos con sencillez, es decir, sin abusar de los bienes comunes que nos corresponden. Eso decía Ghandi. No sería ético que me comprara un Ferrari que cuesta 45 millones de €, porque no es universalizable, me puedo comprar un coche más modesto que, de hecho, está más extendido a todos y todas. Lo que no es universalizable es tener, al mismo tiempo, lavadora, coche, microondas, nevera, ordenador, móvil, lavavajillas, licuadora, etc. Eso no es exportable a toda la humanidad. Y se puede vivir sin muchas de esas cosas y, de hecho, se vive mejor.
Todas estas reflexiones son muy actuales, de este verano de 2015, pero no son nuevas. Ya lo decía un sabio del siglo XIII llamado Tomás de Aquino. Es la doctrina más ortodoxa que existe sobre la propiedad privada, aunque parezca revolucionario. Lo que puede ser más moderno es la definición del siglo XVI, de Hotman, pero el contenido es el mismo. A Tomás de Aquino le hacemos caso cuando nos conviene. Cuando toca nuestro bolsillo se nos olvida completamente.
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