Yemen ya destacaba negativamente como el más pobre de los países árabes antes de que en 2011 arrancara un proceso de movilizaciones ciudadanas que terminó ese mismo año con la caída del presidente Ali Abdullah Saleh. Y hoy, cuando no se adivina un final para la violencia que se disparó todavía más tras la entrada en escena de Arabia Saudí en marzo de 2015, esa inquietante imagen se oscurece aún más con una crisis humanitaria que la ONU califica como la más grave del planeta.
En el terreno político no se ha logrado enderezar un rumbo que comenzó definitivamente a torcerse en 2011, cuando se constató la imposibilidad de implementar la propuesta elaborada por el Consejo de Cooperación del Golfo para que Saleh llevara a cabo unas reformas que permitieran a los opositores —encabezados por el partido islamista Al Islah, Congregación Yemení por la Reforma— compartir el poder que ostentaba desde la unificación del país, en 1990.

Su forzada renuncia, en septiembre de ese mismo año, llevó a Abd al-Rahman Rabbuh al-Mansur al-Hadi (mano derecha del anterior) a la presidencia en febrero de 2012. Su falta de verdadera voluntad reformista, la reiterada injerencia de Saleh en los asuntos nacionales aprovechando que contaba con el apoyo de, al menos, la mitad de las fuerzas armadas y dominaba el partido gubernamental Congreso General Popular y, por último, el estallido de una nueva revuelta de la minoría huzi terminaron por precipitar la caída en el abismo.
El hecho de que en septiembre de aquel mismo año los rebeldes huzíes (autodenominados Ansar Allah) lograran controlar la capital y detener al presidente Hadi propició, ya desde marzo de 2015, la intervención militar directa de una Arabia Saudí preocupada por la inestabilidad en su frontera sur y temerosa de perder el control de un vecino en el que Al Qaeda para la Península Arábiga (AQPA) (y Dáesh poco más tarde) significaba una amenaza muy directa.
Fracasos en varios ámbitos
Desde entonces, con las bendiciones de Donald Trump, Mohamed bin Salman, en su doble condición de príncipe heredero al trono saudí y ministro de Defensa, no solo ha cosechado un rotundo fracaso en términos militares al frente de una disfuncional coalición internacional, sino que, en compañía de Emiratos Árabes Unidos (EAU), ha ido acumulando un costoso balance negativo.
Negativo, en primer lugar, por las recurrentes violaciones del derecho internacional y los reiterados ataques a civiles desarmados, pero también porque ni ha logrado imponerse a su aliado Hadi, huido inicialmente a Adén y recluido en estos últimos años en suelo saudí, ni mucho menos eliminar la amenaza de Ansar Allah y los yihadistas.
Se han superado las 233.000 víctimas mortales y los desplazados forzosos pasan de los 2,5 millones de personas. Más del 80% de los 30 millones de yemeníes dependen para sobrevivir de la ayuda humanitaria
De hecho, los huzíes no solo siguen siendo capaces de batir objetivos en territorio saudí, sino que ahora mismo están a punto de conquistar Marib, último reducto de los leales de Hadi en el norte del país. Mientras tanto, no solo AQPA y Dáesh siguen muy activos, sino que también el movimiento separatista liderado por el Consejo Sureño de Transición amenaza abiertamente la unidad de Yemen.
En el ámbito social y económico el panorama no es menos oscuro. Actualmente, según la Oficina de la ONU para la Coordinación de los Asuntos Humanitarios, se han superado las 233.000 víctimas mortales y los desplazados forzosos pasan de los 2,5 millones de personas. Más del 80% de los 30 millones de yemeníes dependen para sobrevivir de la ayuda humanitaria, en un territorio en el que hay más de un millón de personas afectadas por el cólera y en el que la COVID-19 también se ha hecho presente.

Sin embargo, la comunidad internacional no ha comprometido más que 1.350 millones de dólares en la conferencia de donantes convocada en junio del pasado año, lo que significa que faltan 1.060 para atender el llamamiento realizado por la ONU para cubrir las necesidades más perentorias hasta final de año. En esas condiciones no puede extrañar que su índice de desarrollo humano lo sitúe en el puesto 179 de la clasificación mundial (de un total de 189 países).
En mitad de este escenario de violencia y crisis humanitaria se han repetido los fracasos, asimismo, en el terreno diplomático, sin que ninguna de las iniciativas impulsadas por Riad u otros actores hayan logrado resultado alguno. Por eso, tratando de identificar alguna señal de mínima esperanza, apenas queda por ver si ahora, con Joe Biden en la Casa Blanca, es posible imaginar una salida al final del túnel.
Gestos de este tipo ya se han repetido demasiadas veces, mientras la vida de los yemeníes no hace más que empeorar
De momento, el pasado 4 de febrero Biden designó un nuevo enviado especial (Timothy Lenderking) con la intención de poner fin al conflicto y resolver la crisis humanitaria, al tiempo que anunciaba que Estados Unidos dejaba de apoyar las operaciones ofensivas realizadas por Riad y sus aliados en suelo yemení (aunque en paralelo reiteraba su compromiso en la defensa de Arabia Saudí y la continuación del suministro de material “defensivo”).
Dos días después decidió revocar la identificación de Ansar Allah como organización terrorista, abriendo el paso a posibles canales de negociación. Mientras tanto EAU ha ido aligerando su huella militar en el marco de la coalición (intentando no perder los favores estadounidenses) y hasta Riad procura mejorar su muy dañada imagen ante Biden.
Lo malo es que gestos y anuncios de este tipo ya se han repetido demasiadas veces, mientras la vida de los yemeníes no hace más que empeorar.
Efectivamente, gestos que son postureo. En la conferencia de ayer (1/03) para reunir fondos, la ONU sólo consiguió compromisos (promesas, no dineros contantes y sonantes) por 1.700 millones de dólares, frente a los 3.850 millones necesarios, menos que en los dos últimos años. El secretario general de la ONU, António Guterres, advierte que este recorte significa una «sentencia de muerte» para muchos yemeníes, pero parece que eso no importa a los países poderosos.
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) calcula que hay unas 50.000 personas en situación similar a la hambruna y hasta cinco millones están en peligro inminente de caer en ella. Eso sí, esta guerra genera pingües beneficios alos comerciantes de armas. Al capitalismo le resulta más rentable la muerte que la vida.
Sólo por ilustrar:
Las cifras aportadas por [el Ministerio de] Comercio en distintos informes anuales indican que entre 2015 y junio de 2020 –último periodo del que existe información oficial– hubo ventas de armamento a la coalición liderada por Arabia por un valor superior a los 2.050 millones de euros, de los cuales 1.234 millones de euros fueron facturados al gobierno saudí.
En ese mismo periodo, España otorgó 2,3 millones de euros a Yemen en concepto de «aportaciones» para fines humanitarios, lo que supone aproximadamente 1.000 veces menos de lo que se facturó en el ámbito armamentístico a la coalición que realiza los ataques en territorio yemení. Distintas estimaciones apuntan que entre 2015 y 2019 hubo al menos 200.000 muertos en el marco de ese conflicto. Save the Children indicó además que entre abril de 2015 y octubre de 2018 habrían fallecido 85.000 niños yemeníes a causa de hambre y enfermedades.
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