Mauritania. Un país enorme, desértico en su mayor parte, habitado apenas por cuatro millones de personas. Algo menos de la mitad, mujeres. Un lugar tranquilo -casi una década sin golpe de Estado-, que sale poco en las noticias. De repente, decenas de las enormes vallas publicitarias instaladas en las calles principales de Nuakchot, la capital, empezaron a mostrar unos anuncios inquietantes. No eran de telefonía móvil, ni de leche con cacao. ¿Y esto por qué?, decían los anuncios (Alach ça?, en hasanía, el dialecto árabe que se habla en Mauritania) Era una campaña publicitaria ideada para generar conversaciones sobre la violencia de género. Inaudita. Única. La primera en la historia del país.

En este Estado de fronteras rectilíneas, la densidad de población es bajísima, menos de cuatro habitantes por kilómetro cuadrado, pero los tipos de violencias que sufren las mujeres se multiplican: violencia conyugal, mutilación genital, matrimonios forzosos, agresiones sexuales. Atajarlas cuenta con el problema añadido de la distancia, relacionado con esa escasa densidad poblacional: un tercio de sus habitantes vive a más de 5 kilómetros del centro sanitario más próximo.
No hay cifras oficiales de violencia de género en Mauritania. Lo que es seguro es que hay víctimas, muchas. Pero sobre todo, hay supervivientes. Y hay luchadoras que no bajan la mirada ni las manos, ante nada ni ante nadie.
Esta combinación de altas tasas de violencia, pero también altas tasas de resistencia, da como resultado la posibilidad cercana de un cambio a mejor. Porque aquí las mujeres ya no se callan y van encontrando aliados. En este caso, ha sido la ONG española Médicos del Mundo, que, con financiación de la Unión Europea, ideó esa iniciativa pública que dejaba boquiabiertos a conductores y viandantes.
Campaña con trayectoria.
Obviamente, la campaña no surgió de la nada. En el país hay activistas que llevan años dando la batalla por los derechos de las mujeres. El momento es propicio; se huele cierto cambio en el ambiente, con un nuevo gobierno formado por altos cargos de perfiles técnicos y experiencia internacional. Ya han conseguido una ley que “protege” a las niñas menores de 18 años de las agresiones sexuales. Ahora pelean por extender la cobertura legal a las mujeres adultas y siempre, por vencer la impunidad de los agresores. La primera vez que un hombre entró en prisión en Mauritania como culpable de violación fue en 2008. Anteayer.
La legislación es imprescindible, pero no cura. Desde 2017, quienes ya han sufrido la violencia pueden al menos acudir al hospital sabiendo que el equipo sanitario no las juzgará y les practicará las pruebas necesarias y les facilitará los tratamientos que requieran sin pagar una ouguiya (la moneda mauritana). No podemos atrasar el reloj para evitarles el ataque que han padecido, pero podemos hacerles más llevaderas las consecuencias: prevenir un posible embarazo, suturar las heridas, proteger su salud física y mental. Ya hay dos hospitales en el país -el Mère Enfant de la capital y el de la región sureña de Guidimaka- en los que se han puesto en marcha unidades especializadas en violencia de género, que se ampliarán con una tercera en Nuadibú este año. Son unidades promovidas de nuevo por Médicos del Mundo, pero que se han insertado en el sistema público de salud, única manera de hacerlas sostenibles. Por el momento, la organización humanitaria cubre los gastos de las analíticas, las medicinas y los tratamientos de las mujeres que pasan por su puerta. Además, forman al personal sanitario, como matronas y trabajadoras sociales, para que la atención sea completa y respetuosa. Eso, en un país donde la atención sanitaria es de pago, marca la diferencia entre el cuidado y la nada.
En poco más de dos años, esas unidades han atendido a más de 1.200 supervivientes. “Al principio casi no llegaban víctimas. La violencia contra las mujeres es un tema tabú; hace una década no era ni imaginable que se hablara públicamente de ello y ahora estamos recibiendo una media de entre 40 y 50 víctimas al mes en la capital” detalla Amparo Fernández, la coordinadora de Médicos del Mundo en Mauritania.

Dificultades para denunciar
En Nuakchot solo hay dos asociaciones que protegen a las mujeres que se atreven a denunciar, la Asociación Mauritana para la Salud de la Mujer y de la Infancia (ASMSE) y la Asociación de Mujeres Cabezas de Familia. Las animan a ir a comisaría y las acompañan en todo el proceso, porque en este país, sin denuncia no hay asistencia sanitaria, ni estadística alguna. De hecho, los casos de violencia que sufren las mujeres a manos de sus maridos o las agresiones sexuales en su entorno familiar, muy comunes, se catalogan como “accidentes en la vía pública”. Exactamente igual que si les muerde un perro.
La mayoría de los casos que reciben son de adolescentes de 13, 14, 15 años. Pero hay registros de niñas de entre 2 y 8, e incluso de bebés. Son registros que duele mirar.
¿Por qué esas edades tan tiernas? Porque las mujeres adultas apenas denuncian. Si lo hacen, corren el riesgo de ser encarceladas por “adulterio”, por la Zina, como se llama el pecado y el delito de las mujeres que tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio. O consiguen demostrarlo con testigos o presentan signos muy evidentes de haber sido forzadas a tener relaciones sexuales, o al final acaban siendo doblemente víctimas y pueden hasta acabar en la cárcel. No es fácil atreverse.
Otra de las consecuencias de la extensión de las agresiones sexuales es el miedo de las mujeres a moverse por las calles y de una ciudad a otra. Nada nuevo tampoco para nuestros oídos occidentales, pero aquí se da con mayor intensidad. Muchos de los ataques se producen camino de la escuela, en el caso de las más jóvenes, y en el transporte público, incluidos los taxis. De eso se dio cuenta enseguida Dioully Oumar Diallo, una joven ingeniera mauritana que volvía a su país tras pasar varios años estudiando en el vecino Senegal. Ni corta ni perezosa, puso en marcha una app que permitía, vía teléfono móvil, controlar la identidad del taxista, la trayectoria del coche y emitir una señal de alarma si se salía de la ruta prevista. No ha encontrado toda la colaboración de autoridades y conductores que necesita para que realmente sea efectiva, pero sigue intentándolo. “La aplicación es útil, pero limitada”, cuenta su desarrolladora, que recientemente se ha embarcado en un nuevo proyecto con el que da clases de defensa personal a las jóvenes de distintos barrios de Nuakchot.
Un 65% de mutiladas
Mauritania es una república islámica cuya legislación emana de la Sharia. No hay minorías religiosas y los clérigos musulmanes tienen un enorme poder. Tanto, como para bloquear en el Parlamento, aliados con los señores cuasi feudales de las distintas regiones del país, una ley contra la violencia de género propuesta por el Gobierno. Cierto es que también han emitido dos fatwas afirmando que la ablación del clítoris no la exige el Corán, pero en eso han tenido menos éxito a la hora de convencer a los fieles. Casi el 65% de las mujeres mauritanas están mutiladas; cifra que alcanza hasta el 94% en algunas zonas rurales. Pocas escapan.
Quien más quien menos, todas las mauritanas han sufrido uno o varios tipos de violencia y todas las discriminaciones posibles. Así lo cuenta Zeinabou Taleb Moussa, presidenta AMSME y una de las veteranas de la lucha por los derechos de las mujeres. “Las mujeres sufrimos siempre, pero vamos a ganar esta lucha, porque tenemos la determinación para hacerlo”, declama clavándote la mirada y con el dedo en alto. Como para no creerla.
Cultura contra la violencia
Después de las vallas publicitarias, llegaron los conciertos. De repente, miles de chicos y chicas coreaban las canciones de Adviser y Ceepee, los dos raperos más famosos del país, en el concierto que se celebró en el Estadio Nacional en diciembre pasado. En el Estadio Nacional, ni más ni menos. Junto a ellos, Noura Mint Seylami, Thiedel Mbaye y Coumba Sala Bailaban con sus camisetas alusivas a la protección de las mujeres. Habría quien los mirara atónito, pero ahí estaban. Luego la música se trasladó a otros puntos del país, y se inauguró una exposición de fotos, y se difundieron videoclips en televisión. La campaña exploró todos los canales posibles para llegar al público que buscaba: los más jóvenes, porque ellos son la garantía para que el mensaje cale, se fortalezca y se extienda.
En Mauritania, por cada mujer que sufre hay otra determinada a que la primera deje de hacerlo. Las organizaciones humanitarias, como Médicos del Mundo, pueden y deben acompañarlas, darles recursos, amplificar su mensaje. Pero la lucha es suya y solo así será perdurable.