El pasado mes de marzo fue un presagio del complejo, y entreverado, año que transitará Argentina.

Por un lado el Día Internacional de la Mujer estuvo atravesado por el dolor ya que hasta el 8 de marzo hubo un femicidio cada 23 horas y, también, por el reclamo para que se sancione una ley que garantice la interrupción del embarazo en forma libre, gratuita y segura.
Por otro lado el 24 de marzo se conmemoró el Día de la Verdad, la Memoria y la Justicia, en el que con espanto se rememora las atrocidades cometidas por la última dictadura cívico militar argentina que dejó tras de si 30.000 desaparecidos y una abismal deuda externa que desgarró el destino de varias generaciones.
También comenzó el ciclo lectivo en el que los estudiantes, además de adquirir herramientas para interpelar y transformar la realidad, tiene garantizada una comida diaria en los comedores escolares, lo cual es de vital importancia en un país donde la mitad de los niños, niñas y adolescentes, viven en la pobreza.
Así mismo, desde la economía popular argentina, que está habitada por millones de desocupados y de trabajadores informales, se aguardaba con ansias que el pasado mes se implementaran políticas económicas que dieran un impulso a este sector que históricamente fue maltratado y ninguneado.
Llegada del coronavirus
Por último este año se sumaron los primeros coletazos del macabro coronavirus y, teniendo en cuenta los estragos que la enfermedad está causando en el mundo, el gobierno argentino estableció una serie de medidas que se centraron en el aislamiento de las personas para intentar evitar que el contagio de la enfermedad crezca en forma exponencial.
Ante estas disposiciones proliferaron mensajes, y audiovisuales, que romantizan el aislamiento e invitan a la población a realizar diferentes actividades lúdicas, culinarias o educativas, en sus hogares.
Pero en el aislamiento, que es la única medida de prevención conocida, los violadores de los derechos humanos dan rienda suelta a su perversidad; las mujeres que sufren violencia de género queden atrapadas en una cotidianeidad trágica; la juventud que vive en la pobreza tiene cercenado su posibilidad de acceder al conocimiento y a una comida diaria; y millones de personas pierden sus trabajos precarios o la posibilidad de conseguirlos.
Sin duda este romanticismo del aislamiento está atravesado por una mirada de clase media y alta que no toma en cuenta, o desconoce, el calvario en el que viven muchas mujeres y la precariedad de la existencia de tantos argentinos que en esta pandemia, y desde antes, no tienen recursos económicos para comprar alimentos o elementos mínimos de higiene que previene la transmisión de la COVID-19 y la proliferación del Dengue, Zika y Chikungunya.
En este contexto es de augurar que en los meses venideros, en los que bajará la temperatura y la COVID-19 seguramente se propagará con mayor facilidad, el gobierno argentino tenga la destreza para implementar políticas que aminoren la circulación del virus y que le brinden recursos a niños, mujeres y adultos, para sobrellevar este dramático momento en forma digna y humana.
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