¿Crisis alimentaria o crisis del sistema alimentario?

Estamos viviendo tiempos recios en los que la amenaza de una gran crisis alimentaria es cada vez más intensa y frecuente; la manera en que reorientemos los sistemas alimentarios a nivel global condicionará el resultado.

Foto de la web de la ONG Enraíza Derechos

Es paradójico que, desde 2015, año en que Naciones Unidas acordó la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que incluyen la erradicación del hambre y todas las formas de malnutrición antes de 2030, el hambre ha ido aumentando. Actualmente, según el último informe “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo”, elaborado por cinco agencias de Naciones Unidas (FAO, FIDA, PMA, UNICEF y OMS), hay más de 800 millones de personas hambrientas –alrededor del 10% de la población mundial–. La estimación de Naciones Unidas es que el impacto de la pandemia de COVID-19 y el de la guerra en Ucrania han añadido 150 millones de personas hambrientas en poco más de dos años.

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Si el indicador que utilizamos es el de la inseguridad alimentaria moderada y severa, es decir, el de las personas que carecen de acceso regular y estable a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida activa y saludable, la cifra actual es de 2.300 millones de seres humanos en esta situación.

Estas dos referencias indican que estamos ante una situación alimentaria mundial crítica y que los sistemas alimentarios cuya función primordial es proveer una alimentación suficiente, saludable y adecuada a todas las personas en todo momento, no lo están consiguiendo. No es una cuestión de falta de alimentos -se producen los suficientes para alimentar a toda la población mundial- sino un problema de distribución y de acceso a los mismos de la población vulnerable.

Con los sistemas alimentarios existentes se está generando un impacto ambiental muy negativo que se traduce en enormes emisiones de gases de efecto invernadero, sobreexplotación de acuíferos, degradación de suelos, pérdida de biodiversidad, agotamiento de los bancos de peces… También se está provocando grandes cargas de enfermedad (diabetes, hipertensión, determinados tipos de cáncer, entre otras). Se estima que cada año se producen en el mundo 11 millones de muertes por causas asociadas a la mala alimentación.

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Se necesitan cambios importantes a medio y largo plazo en los sistemas alimentarios, en la forma en que producimos y consumimos los alimentos, para evitar una situación límite. A corto plazo se debe hacer frente a tres factores con fuerte impacto en la crisis alimentaria: el cambio climático, las pandemias y los conflictos.

El cambio climático

Siendo ya evidente, a lo largo del siglo XXI sus efectos repercutirán en la seguridad alimentaria, en la disponibilidad y el acceso a los alimentos, en la estabilidad de las reservas alimentarias y en la volatilidad de los precios.

De todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) causadas por la acción humana, entre el 30% y 37% son provocadas por el sistema agroalimentario en su conjunto, desde la producción hasta el consumo, pasando por la transformación y la distribución. Actualmente, el sistema agroalimentario global enfrenta el doble desafío de reducir considerablemente las emisiones de GEI y de producir más alimentos ante el aumento de la población.

Además de ser un gran emisor de GEI, el sistema agroalimentario es uno de los sectores más vulnerables a los impactos del cambio climático. El calentamiento global puede afectar la producción agrícola y los agroecosistemas de los que depende a partir de cambios en los ritmos y calendarios agrícolas, desplazamiento de las áreas de cultivo, pérdida de suelos, cambios en el suministro de agua y la demanda de riego, efectos en el crecimiento de las plantas, aumento de plagas, enfermedades y especies invasoras… Los efectos no serán uniformes entre países ni al interior de los mismos; dependerán en gran medida de las condiciones locales y de cómo se modifiquen con el tiempo en respuesta al cambio climático y a otros fenómenos.

Las pandemias

A lo largo de la historia se han producido multitud de pandemias provocadas por zoonosis -enfermedades que se transmiten de animales a humanos- causantes de más del 70% de las infecciones emergentes de los últimos cuarenta años. Sin duda, la pandemia de mayor repercusión hasta el momento ha sido provocada por la enfermedad del coronavirus SARS-CoV-2, conocida como COVID-19, sin precedentes por su escala global.  

Las relaciones entre estas pandemias, y concretamente la de COVID-19, y el sistema alimentario son múltiples. La primera relación destacable es el papel del sistema alimentario global en el surgimiento de las zoonosis. Los altos niveles de deforestación, la expansión descontrolada de la frontera agrícola, la cría intensiva de ganado, la minería, el desarrollo de infraestructuras y la explotación de especies silvestres han creado las condiciones óptimas para la transmisión de enfermedades de la fauna y flora silvestres a las personas. La pérdida de biodiversidad -más del 25% en los últimos 50 años- aumenta el riesgo de que los patógenos pasen de los animales a las personas y la configuración del sistema alimentario global en las últimas décadas está provocando una enorme pérdida de biodiversidad.

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La segunda relación del sistema alimentario con la pandemia de COVID-19 está en las dietas poco sanas, uno de los principales factores de riesgo de fallecimiento por COVID-19, ya que el virus SARS-CoV-2 afecta desproporcionadamente a personas con sobrepeso, diabetes o con cardiopatías, afecciones vinculadas a dietas de baja calidad. Además, las personas malnutridas tienen el sistema inmune debilitado para hacer frente a la infección.

La tercera relación es la que identifica la pandemia de COVID-19 como elemento agravante de las crisis alimentarias, al limitar el acceso de las personas a los alimentos a través de múltiples dinámicas, en unos casos por la interrupción de las cadenas de suministro de alimentos a raíz de los bloqueos provocados por las medidas adoptadas para prevenir y paliar los brotes de COVID-19; en otros por la desaceleración económica mundial, la desigual recuperación a medida que circulaban nuevas variantes del virus y la pérdida de ingresos por parte de muchas personas.

Los conflictos

Se estima que tres cuartas partes de los conflictos están relacionados, en su origen, con la inseguridad alimentaria. De hecho, más del 60% de la población que padece hambre vive en países en conflicto.

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La guerra en Ucrania ha puesto de relieve otra conexión entre los conflictos y la crisis alimentaria. La Federación Rusa y Ucrania se encuentran entre los productores más importantes de productos básicos agrícolas, situándose en 2021 entre los tres principales exportadores mundiales de trigo, maíz, colza, semillas de girasol y aceite de girasol. Hasta 47 países tienen una dependencia mayor del 30% de las importaciones de trigo proveniente de Ucrania y Rusia.

La confluencia sobre los sistemas alimentarios de las consecuencias de la pandemia, el cambio climático, las devaluaciones monetarias, el encarecimiento del petróleo y las repercusiones de la guerra en Ucrania están afectando a la disponibilidad y accesibilidad económica a los alimentos, dado su efecto en la formación de precios, que han subido más del 60% por el impacto acumulado de la pandemia y la guerra en Ucrania. Como siempre, las personas más vulnerables son las que más sufren las consecuencias.

Por tanto, tenemos por delante no solo una crisis alimentaria global, sino una crisis de los sistemas alimentarios, tal como se han configurado en las últimas décadas. Todo esto debería llevar a una revisión profunda de los sistemas alimentarios para hacerlos sostenibles. Pero no parece que haya ni la voluntad política ni el liderazgo necesario para acometer una reforma de tal calado.

Por José María Medina Rey. Responsable de gestión del conocimiento de la ONG Enraíza Derechos

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