Covid 19: el posible sendero de la desazón a la esperanza

Nadie sabe a ciencia cierta cuándo finalizará este tiempo de pandemia, aislamiento y desazón, pero sin embargo muchos se aventuran a conjeturar cómo será el entramado social que dejará tras el sí el Covid19.

Sin duda alguna este tiempo tan desconcertante e inquietante ha dejado al descubierto fragilidades, y fortalezas, desconocidas o naturalizadas que serán necesario repensar y problematizar. Todos pudimos caer en la cuenta, como si nos hubiese hecho falta algún dato para corroborarlo una vez más, lo efímera y endeble que es nuestra existencia.  Y a partir de este redescubrimiento muchos se encerraron en si mismos y jugaron al “sálvese quien pueda” sin comprender que el COVID 19 es un problema de salud pública que, por ende, afecta a todos como sociedad.

Así, por ejemplo, algunos se “abroquelaron” sobre sí mismos y dejaron de impostar una personalidad abierta y comprometida y, sin deslices, mostraron y desplegaron sus miserias.  Aquellas mismas que, en mayor o gran medida, todos tenemos y contra las cuales combatimos con disímil destreza y esfuerzo.

En efecto, muchos seres humanos comenzaron a estigmatizar a los enfermos recuperados o a los trabajadores de la salud y, además de discriminarlos en los lugares donde vivían o transitaban, cuando un conocido o familiar recuperado necesitaba ayuda no se la ofrecieron por temor o ignorancia.

También en algunos países quedó al descubierto la endeblez del sistema sanitario y los escasos recursos que éste tiene para enfrentar una pandemia y sus inconmensurables flagelos.  Así, desde los primeros días en los que comenzó a propagarse el Covid 19, en algunas comarcas de la tierra proliferaron imágenes desgarradoras que mostraban cuerpos sin vida -que habían sido arrasados por el virus- en la calle.

Así mismo el coronavirus dejó desenmascarada la precaria economía por la que transita gran parte de la humanidad que en este contexto, desgarrador y mortecino, perdió sus empleos informales o precarizados y cayó bajo la línea de la pobreza sin una red de contención capaz de sostener dignamente su existencia.

Y sin duda alguna en el sistema educativo, que por necesidad y no por planificación se tornó virtual, se han ensanchado la brecha que diferencia y distancia a quienes disponen de los recursos digitales necesarios para transitar con destreza por la virtualidad de quienes, a duras penas, tienen un celular obsoleto con una débil conexión a internet con los cuales les resulta casi imposible seguir las clases a distancia de un sistema educativo que, ni en la presencialidad ni en este contexto, pensó estrategias adecuadas que propicien la inclusión de quienes menos recursos tienen.

Motivos para la esperanza

Sin embargo, en este tiempo tan inquietante y desconcertante, que en muchos casos desangró aún más el endeble entramado social que estaba construido, han surgido o se han reafirmado maneras de relacionarse que sin romanticismos nos permiten sostener la esperanza de que un nuevo mundo es posible.

Unas de ellas, sin lugar a dudas, son las que provienen del personal de salud que durante todo este tiempo coloca el cuerpo y el conocimiento para luchar contra un virus sobre el cual, además de su implacable poder letal, poco se conoce aún.  En efecto, el personal de salud ha demostrado en este tiempo que con sapiencia y ternura, y muchas veces sin recursos necesarios ni suficientes, se puede acompañar y sostener en su lucha diaria y solitaria a quienes son portadores de este virus mortecino.

Por último, cabe ser destacado que entre tanto dolor y pesar son los más humildes quienes también muestran una luz de esperanza, entre tanto egoísmo y mezquindad, que nos muestra una vez más como el camino de la solidaridad y el amor fraternal puede ser la salida a tanto pesar.

En efecto, quienes poco o nada tienen en este contexto se organizan comunitariamente para que ante la falta de trabajo que los azota, y la escasez de recursos económicos que los hermana, a nadie le falte un plato de comida que alimenta el cuerpo o una palabra de amor y ternura que abriga el corazón y apapacha el alma.

Entonces, si bien el futuro es incierto e impredecible, el presente de esta pandemia nos muestra actitudes que deberíamos repensar y acciones que tendríamos que continuar poniendo en marcha por si acaso quisiéramos, de una vez por todas, construir una sociedad más humana, justa e igualitaria.

Autoría

  • Daniel Benadava

    Nací en 1973 en "una tierra hermosa, de América del Sur, mezcla gaucha de indio con español" llamada Argentina.  Además de psicólogo y catequista, soy docente y referente pedagógico en barrios vulnerados en sus derechos por el Estado.  Desde hace más de una década, y siempre con "un oído en el pueblo y otro en el Evangelio", escribo en Alandar intentando dar cuenta del entramado de esperanzas y fragilidades por el que transita Latinoamérica. 

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