8. Cristianos = Encarnados

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Porque hay placer en elegir ser herético (en griego, “herético” significa el que elige y, también, el que conquista), cuando comprendes que lo que te mantenía unido a cierta ortodoxia era todavía un cordón umbilical.

Para experimentar el misterio no nos hace falta recurrir a la Santísima Trinidad. Para hablar de la encarnación de Dios no es necesario contar historias “basadas en hechos reales” (Galilea, siglo I).

Dios, para nosotros (Enmanuel), está encarnado, “en-capsulado” en toda la realidad que nos rodea, dentro y fuera de nosotros. Nuestra religión no consiste en re-ligarnos a un gran tótem imaginario (“dios”), sino en ligarnos arrebatadamente a lo real. Solo la estructura de la realidad nos revela al Dios real, no esas representaciones fantasiosas que desde el catecismo nos enseñan a llamar “sobre-naturales” y que los siglos van desautorizando irremediablemente (¡Qué mal ha envejecido el más allá!). Es en lo natural donde habita para nosotros lo transcendente. Una espiritualidad profundamente materialista (de mater = madre).

 Experimentamos la encarnación de Dios, pues, ahondando en lo existente. Pero ahondando con toda la profundidad de que somos capaces. La superficialidad, la rutina, es el pecado.

 La conducta que da sentido a nuestra existencia como seres inteligentes es, en consecuencia, colocarnos en el proceso de más y mayor complejidad, que es el que ha seguido la evolución de la vida desde el big bang.

 Lo moral consiste, por tanto, en favorecer la propagación de la vida (de toda vida, no solo la reproducción sexual, que también). Y no solo la vida propia: también la de todo lo demás existente o que puede llegar a existir. Es ético practicar la justicia; es ético amar a los enemigos; pero también lo es la investigación científica, defender a los animales, cultivar las plantas, cuidar el planeta… Todo lo que da vida o la hace crecer. Ahí se establecen los criterios de bien y mal.

 Y nuestra actitud virtuosa (la santidad) es, en fin, vivir en comunión y armonía con todo lo que existe, siendo lo más panteístas que podamos, aunque sin caer otra vez en ideologías y superestructuras.

En esta “re-ligión” las partículas subatómicas son una continua fuente de asombro (“misterio”) y la mecánica cuántica, que ha dinamitado nuestras certezas, es argumento para la más profunda meditación. La física alcanza a la metafísica y no digamos ya a la teología (“Theo” = Zeus). La mística surge de la cosmología (ya desde los tiempos de Francisco de Asís)… Esos y otros aspectos desentrañables (el psicoanálisis, las neurociencias, la química orgánica, la biogenética…) deberían ser los capítulos de una teología basada en la realidad, no en fantasías kitsch (cielo, infierno, pecado original, redención por la sangre, vírgenes…).

Seguir planteándonos la religión en términos ultranaturales (más allá de la “naturaleza” en la que nos movemos y somos), puede ser entretenido (hay un montón de congresos al año y hasta sínodos) pero es ilusorio, gratuito, videojuego.

NB. Esta teología encarnada no es fácil, pero tampoco lo era la otra, la “trascendentalista”. Y por lo menos ésta es de carne y hueso.
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