La hora del trabajo decente

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Por Jaime del Río

Desde que un fantasma recorriera Europa, según atestiguaban Marx y Engels en su manifiesto comunista, hasta que la Iglesia dijo algo “sobre la situación de los obreros”, la reflexión que publicó León XIII con el título Rerum novarum en 1891, pasaron más de 40 años. No ha hecho falta tanto tiempo para que el Pueblo Dios enarbole, en cambio, la bandera por el trabajo decente.

Este término fue acuñado por el el chileno Juan Somavia en 1999, entonces director general de la OIT, la agencia de la ONU que reúne a trabajadores, empresarios y gobiernos. La idea de este chileno procedente de la democracia cristiana y que tuvo que exiliarse por colaborar con Salvador Allende era introducir los derechos humanos en el proceso en curso de la globalización económica, claramente decantada hacia los intereses económicos de las grandes corporaciones.

El trabajo decente es una cuestión fundamental para el ser humano. Foto. HOAC Ubrique

Foto. HOAC Ubrique

Al año siguiente Juan Pablo II, cuya tercera encíclica fue Laborem exercens a los 90 años de la que dedicó León XIII a la cuestión social, recogió la expresión en su discurso con ocasión del Jubileo de los trabajadores: “Todos debemos colaborar para que el sistema económico, en el que vivimos, no altere el orden fundamental de la prioridad del trabajo sobre el capital, del bien común sobre el privado. Como acaba de recordar el señor Juan Somavia, es muy necesario constituir en el mundo una coalición en favor del ‘trabajo digno’. La globalización es hoy un fenómeno presente en todos los ámbitos de la vida humana, pero es un fenómeno que hay que gestionar con sabiduría. Es preciso globalizar la solidaridad”.

[quote_center]Se trata de poner en el centro a la persona, rompiendo la actual lógica de pensar y organizar el trabajo desde lo económico y los intereses de unos pocos[/quote_center]

Posteriormente, Benedicto XVI reforzó esta apuesta en su encíclica Caritas in Veritate y definió el trabajo decente así: “Un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”.

Por su parte, Francisco no se cansa de insistir en la importancia del trabajo para la vida humana y el desarrollo de la sociedad a la menor oportunidad que tiene. “El desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son inevitables, son resultado de una previa opción social, de un sistema económico que pone los beneficios por encima de la persona”, afirmó en el segundo Encuentro Mundial de Movimientos Populares, celebrado en 2015 en Santa Cruz (Bolivia).

La Iglesia no ha sido la única en hacer suya la aspiración del trabajo decente. Ya en su congreso fundacional de 2007, la Confederación Sindical Internacional aprobó la conmemoración de una Jornada Mundial para el 7 de octubre. Algo que han estado haciendo desde 2008. De momento no es un día internacional reconocido por la ONU, aunque su agencia dedicada al ámbito del trabajo, la OIT, con una composición única en el entramado de Naciones Unidas, tripartita al incluir a gobiernos, patronos y trabajadores, ve la iniciativa con simpatía.

Las organizaciones de inspiración cristiana relacionadas con el mundo del trabajo, como Justicia y Paz, el Movimiento de Trabajadores Cristianos y la Unión Internacional Cristiana de Dirigentes de Empresa (UNIAPAC, por sus siglas en inglés) están haciéndose eco de esta movilización prácticamente desde su origen. Pero no ha sido hasta el año 2014, una vez que la OIT -en su empeño por incluir el trabajo decente en los Objetivos de Desarrollo Sostenible- pidió también a las organizaciones de inspiración cristiana que respaldaran su petición, que se han implicado activamente en la promoción del empleo sostenible, con derechos y protección social.

El modelo de colaboración y compromiso se ha replicado en nuestro país de la mano de Cáritas, CONFER, HOAC, Justicia y Paz, JEC y JOC, quienes el pasado mes de mayo lanzaron la declaración Iglesia Unida por el Trabajo Decente, apoyada por unas 70 entidades eclesiales. A raíz de ella, se ha creado un espacio de colaboración estable que, entre otras cosas, se encarga de dinamizar y coordinar las actividades de la Jornada Mundial del Trabajo Decente, en torno al 7 de octubre.

Se espera que en 2016 una gran mayoría de diócesis realicen algún gesto o acto reivindicativo, con la participación de los departamentos de Pastoral Obrera locales, con la intención de animar a los responsables en el Gobierno, a los sindicatos, organizaciones sociales, organizaciones empresariales y vecinos y vecinas de nuestros barrios a colaborar para “poner en el centro a la persona, rompiendo la actual lógica de pensar y organizar el trabajo desde lo económico y los intereses de unos pocos y  plantear el sentido y el valor del trabajo más allá del empleo. Distribuir de manera justa y digna el empleo y reconocer socialmente todos los trabajos de cuidados, necesarios para el desarrollo de la vida; luchar por condiciones dignas de empleo. Sin la lucha por la afirmación de los derechos de las personas en el empleo no es posible humanizar el trabajo; articular de forma humanizadora el trabajo y el descanso; y luchar para que el acceso a derechos humanos como sanidad, vivienda, educación, etc. no esté condicionado a tener un empleo”.

El manifiesto de este año insiste en que “toda sociedad está llamada a visibilizar y denunciar, a través de todos los medios al alcance, la situación de desigualdad en el acceso al trabajo decente y la negación de dignidad que esto supone. Todos y todas podemos hacer algo desde nuestras organizaciones y lugares de compromiso”. Un loable objetivo que sólo se hará realidad si esta aspiración común de la humanidad recorre todos los rincones del planeta e inflama nuestros corazones.

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