Cuando se cumplen 50 años de los Documentos de Medellín y 30 de la muerte de Leónidas Proaño, uno de los padres de la Teología de la Liberación, repasamos la evolución de la iglesia latinoamericana y los aprendizajes que podemos seguir adquiriendo a este lado del océano a través de una crónica presencial de las celebraciones celebradas el pasado mes de septiembre.
Por Rafael Rojo
Quito y Medellín: grito de la pobreza, grito por la vida
A finales del mes de agosto, del 22 al 1 de septiembre, la Iglesia latinoamericana ha hecho memoria de dos acontecimientos:
En Quito (Ecuador) ha celebrado el 30 aniversario de la muerte-pascua de D. Leonidas Proaño, hermano de los indígenas, profeta del pueblo y alma de la Conferencia de Medellín.
Después, en Medellín (Colombia), ha celebrado el 50 aniversario de la Conferencia Episcopal Latinoamericana que tuvo lugar en esa ciudad en 1968 y fue presidida por el papa Pablo VI para la aplicación y desarrollo del Concilio Vaticano II en el continente.
Entre las dos celebraciones hay un nexo de unión y es la figura original y ejemplar del obispo Leonidas Proaño.

Desde su nombramiento en el año 1954 como obispo de Riobamba, con amplia población indígena, su participación en el Concilio, su firma con otros obispos del llamado Pacto de las Catacumbas en Roma y su presencia decisiva en la Conferencia de Medellín significó, juntamente con D. Hélder Camara, los hermanos Ivo y Aloisio Lorscheider, D. Pablo Evaristo Arns, de Brasil, D. Samuel Ruiz y D. Sergio Mendez de Méjico, D. Eduardo Pironio de Argentina, D. Manuel Larraín de Chile, D. Eduardo Valencia de Ecuador y otros, la conversión de la mirada y de la práctica pastoral de la iglesia del continente.
De todos estos pastores el más conocido es, sin duda, Dom Hélder Cámara (famosa es su frase “Cuando doy limosna a un pobre me llaman santo. Cuando pregunto por qué es pobre, me llaman comunista”… y habitual su presencia en los medios).
En esta frase está el paso de la caridad asistencial a la lucha por la justicia y contra las injusticias, causas del empobrecimiento de las poblaciones indigenas, mestizas, de origen africano y europeo y su sentido era compartido también por el resto de pastores firmantes del Pacto de las Catacumbas que marcó el estilo de sus vidas y por lo que sufrieron persecución por causa de la justicia.
Proaño fue un practicante “avant la lettre” de la Teología de la Liberación. El y otros ejercieron un estilo pastoral liberador quince años antes de que Gustavo Gutiérrez publicase su primer libro sobre esta Teología e inventase el nombre.
De familia pobre que, como sacerdote y obispo, no renegó de su origen, eligió vivir entre los más pobres, los indígenas, “se despojó de su rango”, de vestimentas, anillos, solideos y mitras episcopales y se revistió del poncho de los pueblos originarios, como uno más.
Con ellos también compartió vida y suerte, les devolvió las llamadas ”tierras de la iglesia” que les pertenecían y de las que se les había despojado, sucesivamente en el tiempo, desde la conquista de la época colonial. Esta devolución de tierras produjo mucho malestar a otros obispos de línea conservadora y en alianza con los poderes tradicionales.
Proaño devolvió la voz y la palabra a los que habían sido reducidos al silencio, valoró su cultura y su experiencia religiosa y “evangelizó” desde el respeto y el servicio y, por ello, sufrió desprecio y persecución: sus opositores le llamaban “el indio Proaño” intentando insultarlo, y padeció persecución moral y física con dos intentos de asesinato a los que sobrevivió. Fue, en definitiva, un pastor “con olor a oveja”.
Junto con otros hermanos fue el alma de la Conferencia de Medellín con una ponencia que puso a la iglesia mirando a Jesús y su Buena Noticia de Liberación, comprometiéndose con los pobres-empobrecidos.
Leonidas Proaño dejó escrito en su testamento que quería ser enterrado en una tumba de tierra, según un poema suyo compuesto a los dieciocho años (fue un poeta notable) que dice:
“Oh Patria mía, adiós, adiós…/ mas si vuelvo, una tumba no me niegues/ amorosa y abrigada/ y la tierra que me cubra/ flor ninguna crecer haga/ que produzca solamente/ de verbenas una mata/…”
Según la costumbre de enterrar al obispo en la catedral de la diócesis, las personas encargadas así quisieron hacerlo, pero sus colaboradores y colaboradoras consiguieron cumplir su voluntad y darle sepultura en medio de su pueblo, en un lugar “amoroso y abrigado” por el cariño de la población que le tiene por santo.
Lo que no consiguió es que no haya flores en su tumba…
“El soñador se fue, pero su sueño queda: la utopía de que, desde el seno de la Iglesia católica, llegue a nacer la IGLESIA INDÍGENA, con su propia espiritualidad y teología, con su propia cultura, con sus propios servidores, ésta es la herencia que nos deja” (Nidia Arrobo, “La Iglesia en la actual transformación de América Latina”).
Dice Josef Comblin: “…No creo que la preocupación de Leonidas Proaño fuera la de aplicar Medellín. Al revés, Medellín explicitó en sus documentos lo que estaba en la práctica de Proaño.
El mensaje de Medellín (1968) fue la necesidad de un cambio profundo en la sociedad y en el apoyo que la Iglesia había dado a las estructuras injustas durante casi cinco siglos…su mensaje no quedó en letra muerta porque había obispos que ya lo estaban viviendo en sus diócesis… sin el ejemplo de ese pequeño grupo, Medellín habría quedado en el papel” (“Quedan los árboles que sembraste” Quito, Ed. La Tierra).
En el encuentro habido en Quito del 22 al 27 de agosto pasado, se trabajó en torno a seis ejes:
- Pan y paz amenazadas
- El capitalismo, amenaza del pan y de la paz
- Beneficiarios del sistema económico
- Madre Tierra y pueblos amenazados
- Aportaciones en defensa de la Madre Tierra
- Democracia y justicia
El trabajo de los diferentes grupos se organizó de acuerdo al método de Ver, Juzgar y Actuar: Ver la realidad en toda su crudeza, Juzgar a la luz del Evangelio y Actuar en consecuencia, como comunidad servidora.
En el encuentro nos acompañó el Presidente de la Conferencia Episcopal ecuatoriana, D. Eugenio Arellano, navarro-ecuatoriano que presentó una magnífica ponencia titulada: “La Conferencia de Medellin y el pensamiento de D. Leonidas Proaño Hoy”.
Este “Hoy” da pie para hablar del segundo encuentro-memoria tenido a continuación del de Quito en la ciudad de Medellín del 28 de agosto al 1 de septiembre.
Convocado por las comunidades cristianas de base, a él han asistido cerca de 150 personas de todos los países del continente, algunas de Europa y de España especialmente, por aquello de la proximidad espiritual y de lengua.
En el encuentro se recordó cómo la Conferencia de Medellín del año 1968 tuvo su raíz, desarrollo y consecuencia:
La raíz fue el Concilio Vaticano II y sus aportaciones sobre la Iglesia y el mundo moderno. El reconocimiento de ésta como Pueblo de Dios y el subrayado de la común responsabilidad de todos sus miembros, supuso un cambio radical en la concepción mantenida hasta ese momento de iglesia piramidal, en la que la cúspide manda y la base obedece (unos años antes, así lo había manifestado Pío X en documento solemne).
Leonidas Proaño en el programa pastoral de la diócesis de Riobamba dijo “el Concilio Vaticano II fue una auténtica revolución copernicana: la mayor revolución del Espíritu Santo después de Pentecostés…el Vaticano II está llamado a barrer de la Iglesia el polvo de la era constantiniana según la intención manifestada por Juan XXIII”.
Su desarrollo: las ponencias y la elaboración del documento final contó con el aval de Pablo VI y sus delegados.
También tuvo su consecuencia que fue el entendimiento de que era necesario renunciar al estilo de iglesia colonial-conservadora y convertirse, pasando a ser una Iglesia servidora, especialmente de los pobres-empobrecidos a causa del expolio y la explotación.
“Hasta entonces, a pesar de la separación de la Iglesia y el Estado, proclamada en la mayoría de las naciones, a pesar de fuertes persecuciones anticlericales como en Méjico o Ecuador, el clero permanecía fiel a la alianza con las clases dominantes…El Vaticano II les enseñó que era concebible una iglesia libre del dominio de los grandes, libre para defender a los pobres y libre para evangelizar sin restricciones” (J. Comblin op.cit.).
La Conferencia de Medellín
La Conferencia de Medellín en 1968 utilizó un lenguaje político porque abordó los problemas sociales de los que era responsable la política/los poderes públicos.
En una de las ponencias se afirmó que “los problemas que hoy vive la Iglesia Latinoamericana son innumerables, enormes, complejos. Ante ellos surge la tendencia a evadirse, no sólo del compromiso de la acción atrevida, sino incluso de la visión misma de las realidades. Sólo de esta manera puede explicarse la resistencia apasionada de algunos al ver las situaciones lamentables que se nos ofrecen a la vista”.
Uno de los protagonistas de esta resistencia a todo lo que sonase a comunidad, pueblo, base, liberación… fue el papa Juan Pablo II como demostró en sus viajes a algunos países sudamericanos y, dentro del episcopado, el colombiano Alfonso López Trujillo.
Después de la Conferencia, “las clases económicamente pudientes se han sentido abandonadas y se han quejado amargamente y, como resultado de ello, no podía proponerse denunciar, como Iglesia, el pecado social de la injusticia” (Proaño)… pero Medellín exige a la Iglesia un enorme cambio en su misión pastoral al desatar sus vinculaciones anteriores con todo lo que pudiera representar el poder constituido (L.M. Gavilanes, Quito, Fondo Populorum Progressio).
Años después, en la Conferencia de Puebla (Méjico, 1979) se echó agua el vino de Medellín y a los retos de renovación que allí se propusieron. También están en la mente de muchos los documentos de la Congregación de la Doctrina de la Fe, presidida por Joseph Ratzinger, en los que carga contra la Teología de la Liberación.
En el encuentro-memoria de los días 28 de agosto al 1 de septiembre pasados, en Medellín, como consecuencia de la reflexión compartida y de la metodología utilizada, el “HOY” ofrece un panorama claroscuro a juicio de los asistentes, testigos cualificados que trabajan en las comunidades de los diferentes países.
Del mismo modo que no todos los pastores y cristianos en general, asumieron en su momento el Concilio y se resistieron a los cambios exigidos, tampoco en la Iglesia Latinoamericana fueron aceptadas y asumidas totalmente las propuestas de Medellín, su espíritu y sus documentos.
En el momento presente, en el “HOY” constatado por los asistentes, la Iglesia está dividida en dos tipos de acción: la tradicional, conservadora, sacramentalista, de cumplimiento litúrgico y de piedad al margen de la realidad social del pueblo…y la pastoral comunitaria, de mística de ojos abiertos hacia dentro y hacia fuera, sobre todo abierta al sufrimiento de los más vulnerables; una pastoral acorde con el Evangelio de Jesús, que no admite restricciones ni interpretaciones espiritualistas.
Cinco siglos de un determinado estilo pastoral no se cambian en unos años. Podemos esperar que la nueva levadura, es decir, el trabajo al servicio de la liberación integral, el esfuerzo y la lucidez de tantos cristianos y cristianas hagan la tarea de fermento, como dice el Evangelio, y vaya transformando la masa hasta convertirla en Pan.
La Conferencia de Medellín (1968) dejó libre y escuchó la voz de los profetas y creó una escuela de profetismo que, cincuenta años después, ejercen cientos, miles, de sus herederos: mujeres y hombres, algunos de los cuales han asistido a estos dos encuentros-memoria y han dejado testimonio del servicio y entrega total a sus pueblos.
Profetas ellas y ellos, con un pie en la fe profunda y el otro en el compromiso social y político, que desarrollan su vocación de forma incansable al servicio de las personas y la tierra de ese continente amado.