«Las mujeres podemos aportar otra forma de mirar la realidad y la fe»
En marzo del pasado año se presentó en Madrid el libro titulado «Atraídos por lo humilde», de la Editorial PPC, cuya autora es la teóloga Marta Medina Balguerías. Su juventud y reciente maternidad no encajan en la imagen o idea que muchas personas tenemos de quien es «especialista en teología, la ciencia que trata de Dios fundada en los textos sagrados, la tradición y los dogmas», tal y como aparece definida esa ciencia por la RAE.

P.: Llama la atención que una mujer joven, casada y con un hijo, sea teóloga, profesora en la Universidad Pontificia Comillas y secretaria de la revista Razón y Fe. ¿Cómo surgió tu inquietud e interés por la teología?
Surgió a raíz de mis estudios de filosofía. Como filósofa me hacía muchas preguntas y necesitaba herramientas para contestar como creyente. Poco a poco sentí que la teología no era solo una herramienta, sino una vocación.
P.: Al hablar de una materia como la teología acude a mi mente la imagen de señores mayores y con barba blanca. ¿Tienes argumentos para que ese estereotipo vaya desapareciendo? ¿Cómo te sientes en un ámbito en el que todavía las mujeres no ocupan el puesto que se merecen?
Creo que hay más variedad de lo que parece entre las nuevas generaciones de teólogas y teólogos, pero es difícil conseguir ganarse la vida con ello. Hay gente que estudia teología, pero se dedica a otra profesión. Sigue siendo un mundo bastante masculino, pero cada vez hay más mujeres en él, y creo que podemos aportar otra forma de mirar la realidad y la fe; una mirada más integradora, relacional y holística.
P.: Pienso que, si bien muchas personas lectoras de Alandar poseen unos conocimientos profundos en teología, otras desconocen qué significa la teología hoy, qué aporta la teología al mundo del siglo XXI y, concretamente, qué retos se plantean actualmente a una mujer teóloga. ¿Nos lo puedes aclarar?
La teología intenta pensar la fe que tenemos y hacerla razonable. Nunca agota el misterio de Dios y del ser humano, pero ayuda a entender mejor en qué y cómo creemos. Hoy es muy necesaria para ayudar a poner la fe en diálogo con el avance de las ciencias y con otras maneras de pensar en una sociedad plural y un mundo globalizado. Creo que el reto mayor sigue siendo el mismo de todos los tiempos: ser capaz de permanecer fiel a la tradición cristiana y al mismo tiempo creativa para proponer el mensaje de una manera comprensible y atrayente hoy.
P.: Asistí a la presentación de tu libro “Atraídos por lo humilde”, cuyo origen, según afirmas en el prólogo, está en la memoria de síntesis que realizaste al finalizar los estudios de grado (o bachiller) en teología. ¿Por qué te sientes tan atraída por lo humilde hasta el punto de escribir un libro sobre este tema, libro que, además, dedicas “a quienes me atraen hacia la humildad”?
Las personas humildes transparentan mejor el valor que todos los seres humanos tenemos porque no necesitan artificios para mostrarlo. Me atraen las personas buenas que no necesitan hacerse publicidad, porque ahí es donde te das cuenta de que son buenas de verdad y no por “postureo”. Además, cuando alguien es humilde siempre tienes la sensación de que queda mucho por descubrir de esa persona y eso la hace más interesante.
P.: Reconozco que inicié la lectura de tu libro con interés, pero con cierto temor a sumergirme en un mundo, digamos que complicado para mí. Sin embargo, a medida que iba avanzando, me daba cuenta de todo lo contrario. Es decir, en mi opinión, escribes reflexiones de calado, reflexiones profundas, utilizando un lenguaje sencillo, cercano, transparente. ¿Me equivoco?
Cada vez estoy más convencida de que cada uno tiene un don diferente. Hay gente que escribe mucho mejor que yo, con más estilo o de manera más poética (y, no lo voy a negar, ¡a veces me da envidia!), pero cuando intento hacerlo así me sale forzado. Creo que lo mío es la claridad y la sencillez. Me sale así porque necesito simplificar al máximo las cosas para entenderlas. Y si no las entiendo no las puedo transmitir.
P.: Nada más empezar el libro, en el primer capítulo nos encontramos con una pregunta muy contundente: “¿Por qué y para qué vivimos?”
Por amor y para amar. Lo que pasa es que la palabra “amor” está muy manida y a veces la entendemos de manera superficial. Me refiero al amor que consiste en las relaciones con los demás, Dios, uno mismo y el mundo; relaciones de comunión en las que no falta la entrega recíproca, la alegría compartida y la compasión, entre otras muchas cosas. Un amor que se construye, no que se acaba, como se dice tanto hoy.
P.: En tu libro tratas la humildad desde muchas perspectivas, ¿cómo la defines?
Ser en verdad quien uno es (aceptando lo bueno y lo malo) y delicado con los demás (respetando la libertad ajena, sin imponernos). Verdad y delicadeza necesarias para amar de verdad. Por eso la humildad es contraria al orgullo y la imposición, pero también a la falta de autoestima y la falsa modestia.
P.: ¿Cómo librarnos del fundamentalismo que nos lleva a creer que poseemos la verdad y rechazar de plano a las personas cuya forma de vida es distinta a la nuestra?
El problema hoy es que tendemos a ser muy extremistas. O nos pasamos por el lado del fundamentalismo, o nos vendemos al relativismo. Creo que para hacer frente al fundamentalismo debemos ser humildes: delicados con las ideas ajenas (es decir, sin imponer las nuestras), pero también verdaderos con lo que nosotros pensamos (esto se traduce en no dejar de decir nuestra opinión ni relativizar la verdad). Es un equilibrio difícil, pero necesario. Si para ser dialogante renuncias a tus propias ideas, pierdes tu identidad. Sin embargo, si para mantener tu identidad eres inflexible con los demás, pierdes la capacidad de relacionarte con personas e ideas diferentes. La humildad nos permite mantener ambas actitudes en su justa medida.
P.: Dado que no he querido destacar ninguna frase de tu libro, me gustaría que fueras tú la que lo hicieras para cerrar esta entrevista.
Me quedaría con una frase que no es mía; es una de las citas más bonitas que hay en el libro. Creo que el autor, J.-L. Chrétien, da con la clave del ser humano, cuya humildad consiste en reconocer que todo en su vida es gracia de Dios y que está llamado a acogerla, agradecerla y transparentarla en su vida: “No existe mayor resplandor que el de la luz, y solo podrá resplandecer aquel que se haya expuesto a ella. Esta no es dada más que a aquellos que están desnudos y no reviste más que a aquellos que no tienen nada. Para ser revestido por la belleza misma de la luz hay que renunciar a hacerla brotar de nosotros mismos. La belleza del alma es la luz de Dios sobre ella”.