“Hay que buscar una relación personal con Dios en clave de amor”

Mari Mar Graña es especialista en mística femenina. Mari Mar Graña es profesora de historia de la Iglesia medieval en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid) y se ha especializado en mística femenina, estudiando la vida de esas mujeres que, de los siglos XII al XV, inauguraron una nueva manera de estar en la Iglesia, desde la base de una experiencia espiritual profunda. Unas laicas, otras religiosas, unas casadas y otras voluntariamente solas, todas se dedicaron al servicio de la comunidad y gozaron de gran autoridad en su tiempo. Ángela de Foligno, Juliana de Norwich, Hildegarda de Bingen, Brígida de Suecia o Hadewijch de Amberes son mujeres cuya memoria hay que recuperar: constituyen un patrimonio a conocer y del que aprender, tras siglos de desconocimiento y olvido. Y en ello está la profesora Graña.

¿Cómo se le ocurrió dedicarse a la mística femenina?

Mi vocación es el estudio de la historia de la Iglesia medieval, porque desde pequeña nosotros hemos viajado en familia a ver “piedras viejas” y siempre me sedujo la Edad Media, el románico, la catedral de Santiago, toda esa espiritualidad me ha acompañado desde que tengo memoria. Me inicié en la investigación con una tesina sobre frailes mendicantes en la Galicia medieval. Cuando me planteé hacer la tesis doctoral, mi directora, que es especialista en historia de las mujeres, me propuso hacerla sobre las monjas mendicantes. Así, estudiando a las monjas, llegué al mundo de la espiritualidad femenina. Me fascinó por completo. Fue un choque grande constatar que un tema tan rico e importante fuese tan desconocido. Tiempo después, siendo ya profesora en Comillas, me pidieron que crease una asignatura con el título “Maestras de la Mística Medieval”, lo que me obligó a profundizar más.

¿Qué es lo que uno descubre cuando se aproxima a este mundo de la mística femenina?

Es un fenómeno muy amplio y variado, difícil de sintetizar, porque hay mujeres de todo tipo: monjas de múltiples órdenes religiosas, laicas con trayectorias de vida muy diferentes, distintas edades y estatus social, contextos geográficos y culturales heterogéneos… Sin embargo, la perspectiva histórica nos permite afirmar que la mística ha sido una vía de expresión femenina a lo largo de los siglos y que hay un vínculo especial entre ser mujer y ser mística. Estas mujeres subrayan la dignidad de la persona en cuanto creada por Dios a su imagen y semejanza. Lo cual, en última instancia, implica defender el valor del sexo femenino en una cultura con hondas raíces misóginas. Enseñan, entre otras, dos cosas importantes: primera, que el ser humano puede entablar una relación amorosa directa con Dios; segunda, que tiene una voz que merece ser escuchada. De ahí han sacado su fuerza para hacerse presentes en el mundo y producir una obra propia, un pensamiento propio que nos da claves para situarnos en la vida y abrirnos a la trascendencia.

¿Son las beguinas las que hablan de Dios en femenino?

Las beguinas hablan de Dios en femenino, pero la que elabora una teología del Dios madre es Juliana de Norwich, una laica que decidió vivir como reclusa en una celda. En aquel terrible siglo XIV, época de la peste negra, esta forma de vida que nos parece tan extraña constituyó el marco en el que ella alumbró una teología luminosa y esperanzada, verdaderamente profética. Las beguinas crearon una nueva forma de consagración laica independiente de las autoridades eclesiásticas y se dedicaron al servicio de la comunidad de formas muy diversas. Además, en el siglo XIII dieron origen a la teología en lengua materna: son las primeras que escriben de Dios y sobre Dios en vernáculo, en lengua viva. Esto no es sólo una cuestión formal, pues afecta al fondo del discurso teológico, que por aquel entonces se pensaba y escribía en latín.

Estas místicas tenían autoridad, eran reconocidas. ¿Cómo lo logran?

El mundo medieval es considerado, injustamente, una época de oscurantismo. Hubo entonces posibilidades de expresión religiosa que hoy nos sorprenden. Las místicas no se limitaron a la experiencia personal de Dios: quisieron beneficiar con ella a la comunidad. Son mistagogas con autoridad porque en aquel contexto se reconocía la capacidad femenina para la mística y la posibilidad del encuentro con Dios plasmado en visiones o experiencias extraordinarias. No estoy hablando de credulidad ignorante -algo que, indudablemente, también se daba. Me refiero a la capacidad de aquel mundo para recibir y valorar un mensaje teológico nuevo, profundo y coherente, avalado por sus contenidos y por la experiencia de vida de quienes lo elaboraban. Hoy hemos perdido en una medida importante esa “capacidad de divino” que tenían entonces, en parte porque estamos muy condicionados por el racionalismo moderno y tendemos a ponernos a la defensiva frente a las experiencias extraordinarias o el lenguaje de las visiones.

Ellas eligen la vía del conocimiento amoroso de Dios y sus expresiones son muy eróticas, carnales, afectivas.

Sí, tienen una relación personal con Jesucristo el resucitado y, habitualmente, eso implica que lo pueden tocar y besar. Este es un aspecto fundamental de su experiencia. En su condición de consagradas, son esposas de Cristo y llevan esa relación esponsal a manifestaciones de gran intensidad, a veces radicales. Son especialmente intensas las beguinas o místicas como Ángela de Foligno, que otorgan al erotismo un lugar fundamental en su experiencia. No deja de ser algo tan necesario como poner en juego a la persona integral, cuerpo y alma, en la relación con Dios.

Le he oído decir en alguna ocasión que la mística femenina suscita reticencias, si no desprecio, en algunos ámbitos del mundo académico.

Es por el tema femenino en general, no solo la espiritualidad femenina, sino la historia de las mujeres, muy reconocida en algunos ámbitos pero poco o nada en otros. Algunas importantes historiadoras defienden actualmente que la tarea que tenemos pendiente es que la historia de las mujeres sea incluida en la historia y deje de ser un reducto aparte. Estoy totalmente de acuerdo. Pero esto no es fácil. Requiere un importante cambio de mentalidad. Básicamente, admitir que las mujeres también hemos sido agentes de la historia.

¿Cuál cree que es principal aportación de estas mujeres a la Iglesia?

Creo que la búsqueda de una relación personal con Dios en clave de amor. Esto tan elemental quizá los cristianos no lo tenemos suficientemente interiorizado. No basta con cumplir las normas: el cristiano ha de aspirar a más. Conocer a estas místicas nos ayuda a abrimos a Dios. La mística cristiana –femenina y masculina– es un filón, un tesoro que, en mi opinión, convendría que la Iglesia utilizase más en su pastoral. Estas mujeres nos recuerdan el mensaje cristiano más básico, ese que debe ocupar el centro de nuestra vida y que es el encuentro y relación con Dios. De ahí brota todo lo demás. Pero estamos un poco huérfanos de la experiencia espiritual de las místicas y los místicos, no hay un acceso generalizado a ellos y son poco conocidos. En este mundo de hoy, a menudo tan embrutecido, es fundamental conocer el camino de humanización, de realización y mejora -personal y social-, que nos proponen. Ese camino del amor que es, en definitiva, la utopía cristiana. El papa Francisco va muy en esta línea.

1 comentario en «“Hay que buscar una relación personal con Dios en clave de amor”»

  1. “Hay que buscar una relación personal con Dios en clave de amor”
    Acabo de leer esta entrevista y me parece espléndida, por su lucidez, por su profundidad y por su temblor religioso. Estoy de acuerdo en todo: creo que la sensibilidad de la mujer llega a ser muchas veces más receptiva respecto a lo numinoso o misterioso que la del hombre. Una mujer que haya cultivado su perfil espiritual tiene casi siempre una línea abierta-y, acaso, más llena de matices que la de un hombre en circunstancias similares-con el Absoluto. Por eso deploro tanto que, a mi juicio, no haya utilizado la iglesia suficientemente, durante siglos, su carisma renovador. Efectivamente, ese supuesto oscurantismo medieval (¡el que dejó catedrales de piedra y de sueño irrepetibles!) supo lo que un androcentrismo impuesto más tarde ni siquiera llegó a sospechar: que el pensamiento religioso, apoyado con obras, de una mujer puede repensar el mundo y repensarlo tan creativamente como se está viendo en teólogas como la propia Mari Mar Graña, a quien tengo el honor de conocer y algo y de querer mucho. Sé que ella, ahora mismo, es depositaria de una «auctoritas» que hace unos años-digamos cuarenta y cinco- ninguno de mis profesores (muchos de ellos graduados en Comillas) hubiera podido sospechar. Como Dios es Todo y lo recapitula Todo, naturalmente tiene que ser, también, mujer y se sentirá muy bien interpretado por una sensiblidad femenina tan aguda como la de nuestra entrevistada. Me gusta lo que dice y la fuerza con la que lo sabe decir. Feliz Navidad.

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