El eco de una mujer abrahámica

personal-2.jpgEl pasado 16 de noviembre nos dejaba para siempre Mary Salas, tras una larga y fecunda vida de dedicación a los demás y las grandes causas que siempre defendió. Militante de Acción Católica desde su juventud, promotora de la Campaña contra el Hambre, de la que sería su primera presidenta, iniciadora de los Centros de Cultura Popular, fundadora del Foro de Estudios sobre la Mujer… su rica trayectoria vital y eclesial resume gran parte de la historia de la Iglesia española del último siglo.

Es mucho lo que tenemos que agradecer a Dios por el regalo de haber conocido, compartido y disfrutado de esta extraordinaria mujer. Hace ya algún tiempo, ella misma escribía reflexionando sobre su vida: “Yo diría que mi vida ha tenido sentido. Que lo importante no es lo que se te ha dado, sino lo que tú haces con lo que se te ha dado”.

Los que hemos tenido la gran suerte de haberla conocido, podemos hoy testificar de qué modo supo hacer fructificar los dones recibidos. Y es que Mary ha sido una mujer ‘abrahámica’ pues ella, como el patriarca Abraham, siguió siendo fecunda hasta el final de su vida, a pesar de sus años a cuestas. Y como Dios es así, que no mira los calendarios y no sabe de edades, le pide que se ponga a crear, a engendrar, a tener un rol de juventud permanente…. Y ella con su fidelidad y su coherencia, supo estar atenta a los signos de los tiempos.

Sus iniciativas, intuiciones, y la creatividad de sus últimos años se plasmaron en el FEM (Foro de estudios sobre la Mujer). En él dejó parte de sus energías, tomando el relevo de su querida y gran amiga Pilar Bellosillo. La asociación, fundada en 1986, aunaba dos preocupaciones presentes en la vida de ambas: la promoción de la mujer y el ecumenismo. La cuestión de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, el diálogo ecuménico e interreligioso (especialmente con el Islam), el trabajo, colaboración y participación con el Forum Ecuménico de Mujeres Cristianas de Europa, fueron sus prioridades en la etapa final de su fructífera vida. Pero algunas de ellas estuvieron presentes desde sus comienzos: “La preocupación por la problemática de la mujer ha sido una constante en mi vida desde que me hice consciente de su situación al final de los años cincuenta”.

Siete Palabras

Hace unos años, la editorial PPC le invitaba a seleccionar siete palabras representativas de su experiencia vital. Éstas fueron las palabras que escogió: amigos, responsabilidad-compromiso, Iglesia, mujer, tolerancia, Dios-fe, y vida. En aquella pequeña obra hacía un recorrido agradecido por su vida, deteniéndose en aquellos acontecimientos, personas, organizaciones, que marcaron su existencia. A la Acción Católica le debía -como ella misma afirmaba- su apertura a una vida eclesial que le descubrió la dimensión social de la fe y le abrió a un fuerte sentido del compromiso en la construcción de la ciudad temporal que se concretó en dos ámbitos: un empeño en la promoción de la cultura popular, “ayudando a formular su palabra a mujeres que no habían tenido ocasión de adquirir instrucción en su infancia y juventud”; y un compromiso con el Tercer Mundo, dando inicio a la Campaña contra el Hambre, intentando dar así respuesta al “hambre de pan, de cultura y de Dios”. Del primero de ellos, ha dejado escrito: “En esta obra inicié una de las actividades más gratificantes que he realizado en mi vida, la promoción de la cultura popular en el sentido más profundo del término. Ver crecer y desarrollarse como personas a quienes ya habían renunciado a su protagonismo en la vida es una tarea verdaderamente apasionante que, además, te ayuda a crecer a la par de ellas”.

Con Pilar Bellosillo

Su incorporación a la UMOFC (Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas), le enriqueció profundamente, abriéndole a la dimensión universal, católica, de la Iglesia, mostrándole su rica diversidad y conectándola con las corrientes teológicas que iluminaron los trabajos del Concilio Vaticano II. En ambas organizaciones contaría con el apoyo y aliento de su querida y gran amiga Pilar Bellosillo. A ella le dedicó en una ocasión estas palabras: “Además de amiga, ha sido mi maestra, mi estímulo, la persona que ha sabido despertar en mí posibilidades que nunca hubiese soñado en poseer. Con ella he viajado por medio mundo, con ella he disfrutado y con ella he sufrido. Considero una gran gracia de Dios haberla conocido y un privilegio haber trabajado con ella”.

También de la mano de Pilar Bellosillo, testigo de excepción del Concilio Vaticano II, descubrió lo que sería una profunda vocación ecuménica. Pilar había sido pionera en el diálogo ecuménico oficial de la parte femenina de las Iglesias, encabezando el grupo de mujeres católicas que, por iniciativa conjunta del Consejo Ecuménico de Iglesias y el Secretariado para la Unidad de los Cristianos de la Iglesia Católica, se reunieron en Vicarello en 1965. Con ello se compensaba el hecho de que al Concilio habían sido invitados hermanos protestantes y ortodoxos, pero no mujeres. El encuentro marcó profundamente a Pilar, quien pronto contagió su entusiasmo a Mary. Su incorporación al mundo ecuménico enriqueció nuevamente su experiencia eclesial: “Fue para mí la ocasión de conocer, trabajar y convivir con mujeres de otras Iglesias cristianas. Ha sido una experiencia muy enriquecedora que abre unas perspectivas nuevas a mi visión eclesial (…) En estas convivencias he llegado a valorar lo que nuestras hermanas tienen y nosotros no hemos sabido mantener y me he visto obligada a profundizar en nuestros propios valores”. La fundación del FEM y la participación en el Forum Ecuménico de Mujeres Cristianas de Europa sería el resultado de su compromiso ecuménico.

Hija de la Iglesia

En el año 1996, escribía: “Amo a la Iglesia. Me siento hija de la Iglesia. Me conmueve repetir las palabras que Santa Teresa de Jesús pronunció a la hora de su muerte: En fin, muero hija de la Iglesia y me gustaría poder decir lo mismo en su momento”. Éste es otro de los rasgos que caracterizó la vida de Mary: su profundo amor a la Iglesia, hacia la que supo siempre mantener una actitud a un tiempo fiel y crítica. Su sentido eclesial, fraguado en el seno familiar y de la Acción Católica, se vio enormemente enriquecido por el gran acontecimiento del Concilio Vaticano II, y por la doctrina eclesiológica conciliar.

Pionera en muchos ámbitos -baste recordar su obra Nosotras, las solteras– Mary muere, como Moisés, sin pisar la tierra prometida hacia la que abrió caminos a tantas mujeres a través del desierto de la vida. Pero viendo, con su estremecedora lucidez, que ése es el mundo que hará realidad el sueño de Dios. Sólo la fe, en la que ella vivió y murió, puede ayudarnos a sentir que ese abundante Dios-amor en el que nos movemos es la única fuerza capaz de transformar la muerte en vida.

Siempre estará con nosotras y con su recuerdo gozaremos de su resurrección. Gracias Mary, para siempre.

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