El pasado mes de noviembre viajaba en un ‘busito’ de Managua a Chinandega para desde allí entrar en el sur hondureño. En la carretera encontramos varios piquetes de jóvenes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que cortaban la ruta con troncos y neumáticos prendidos con fuego. Con su acción pretendían apuntalar la victoria de su partido en las elecciones municipales, que por otra parte reivindicaba el Partido Liberal Constitucionalista (PLC). Delante de mí iban hablando un hombre y una mujer sobre la situación política que se vivía en el país.
En un momento de la charla la señora –tendría entre 55 y 60 años- elevó un poco el tono de voz, como si quisiera que el extranjero que viajaba en el asiento de atrás le escuchara, y dijo a su interlocutor: “Ortega se está convirtiendo en un nuevo Somoza”.
La verdad es que esta frase me hizo pensar en la actual situación de Nicaragua y se la he planteado, meses después, a Fernando Cardenal en su recorrido por España para presentar sus memorias Junto a mi pueblo, con su revolución, editadas por Trotta. El jesuita, que fuera ministro de Educación con el gobierno surgido de la revolución sandinista, me dijo que “en Nicaragua se pueden ver pancartas que dicen ‘Daniel y Somoza son la misma cosa’. La verdad es que hay corrupción, el Gobierno se está convirtiendo en una dictadura con el dominio de la Asamblea, de la Corte Suprema, con el pacto con Arnoldo Alemán… En esta situación hay cosas muy parecidas a Somoza, aunque también hay que decir que no hay ningún preso político, que no ha torturado ni matado a nadie, lo cual supone una gran diferencia con lo que hizo Anastasio Somoza –los tres Somoza-, que gobernó con una dictadura sanguinaria. Por eso no podemos decir que Somoza y Daniel son la misma cosa, aunque sea lo que se comenta en la calle”.
Crítico con el Gobierno
Si hay algo que entristece a Fernando Cardenal es la corrupción, que le hace sufrir y que, de hecho, le hizo abandonar en 1995 el Frente Sandinista, “porque era imposible continuar allí sin convertirme en cómplice”. Es muy crítico con el actual Gobierno, “que hace lo que quiere”, sin tener en cuenta que a Nicaragua “le sobra miseria y le falta desarrollo”. El 70% de los nicaragüenses es pobre y un 34% de esas personas vive en la extrema pobreza. “Cualquier otra cifra sobra, dice Cardenal. Yo vivo en contacto con esa realidad, porque tengo amigos que son muy pobres y los veo todos los días. La cifras son frías, pero el sufrimiento de esta gente es enorme”. De esta manera mantiene el compromiso que adquirió con los pobres en 1970, cuando terminaba su proceso de formación como jesuita en el barrio Pablo VI, en la colombiana ciudad de Medellín.
El tono de hablar de Fernando Cardenal es suave, entrañable diría, pero ello no es obstáculo para denunciar que en estos momentos en su país hay una enorme ‘confusión’ entre Estado, gobierno y familia Ortega, lo que hace difícil creer que Nicaragua sea una verdadera democracia. Aunque cuando se le plantea qué queda de la revolución sandinista no duda en afirmar con rotundidad que “muchas cosas” y empieza a señalar que “los campesinos que recibieron dos millones de hectáreas ahí las tienen y no se las quita nadie; quien aprendió a leer, nadie se lo puedo impedir; las casas que se construyeron ahí están; la organización popular sigue adelante con un gran sentido de dignidad… Todo esto queda”.
Compromiso con la justicia
En sus memorias, Fernando Cardenal va relatando de manera sencilla, como si se tratara de una charla con un grupo de amigos, su vida desde el año 1970, cuando está en Medellín, hasta nuestros días, quedando patente su compromiso con los pobres, la justicia y los derechos humanos. Las páginas reflejan los 22 años de militancia en la revolución, en los que expuso su vida, en los que estuvo varias veces a punto de ser asesinado por el Ejército, en los que tuvo problemas con los obispos y con el Vaticano, en los que fue expulsado de la Compañía de Jesús, en los que fue ministro de Educación, en los que admiró –y admira- a tantas personas que lucharon y murieron por la justicia, en los que no se ha cansado de proclamar que el diálogo es fundamental en cualquier faceta de la vida política y social.
Cuando uno habla con Fernando Cardenal enseguida se percibe que si hay una cosa con la que se siente infinitamente identificado es con la de ser jesuita, aunque oficialmente fue expulsado en 1984 de la Compañía fundada por San Ignacio de Loyola. Ante este hecho y al plantearle la cuestión de si un jesuita puede dejar de ser jesuita, responde: “Legalmente sí y la legalidad es muy importante, aunque a veces pienso si me expulsaron de verdad”. No hay que olvidar que durante los años que estuvo fuera de la orden siguió viviendo en una comunidad jesuítica. Con humor y agradecimiento cuenta que “estuve viviendo como jesuita sin ser jesuita. El mismo que me expulsó decidió, doce años después, que volviera”.
No hablo del Papa
Desde su faceta sacerdotal asegura que “el pueblo sencillo nicaragüense sigue siendo profundamente religioso”, aunque a su manera, que tiene poco que ver con aquellos formados teológicamente. Habla muy bien del actual arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes Solórzano, a quien califica de “persona excelente, hombre comprometido con los pobres, asequible y muy humilde”. Pero cuando se le pide opinión sobre Benedicto XVI es claro y directo: “Yo del Papa no quiero hablar, soy un simple sacerdote. El Papa es el Papa. No me conviene juzgarlo”. Y pide que se pase a otro tema.
El círculo de la conversación con Fernando Cardenal se va cerrando y hablamos sobre el futuro de Nicaragua, que “necesita un cambio radical, urgente, si bien la lucha armada ya no tiene ningún sentido”. Reconoce que la sociedad civil y algunos partidos están protestando, pero es consciente de que quizá no tienen la fuerza de antaño.
El que fuera promotor de la Cruzada Nacional de Alfabetización, en la que se enseñó a leer y a escribir a más de medio millón de personas, fundamentalmente campesinas, con la participación de miles de jóvenes voluntarios, mantiene la esperanza y la confianza en la juventud. “Sé que las cosas van a cambiar, dice Cardenal. Tal vez yo no lo vea, pero la juventud de Nicaragua volverá a la calle y volverá a hacer historia”.