
El primer domingo de nuestra enclaustrada era leía en la prensa: “lo que estamos viendo son gobiernos desbordados (…) y una población que fluctúa entre la frivolidad y el pánico”. No sé desde dónde miraba el columnista, pero en mi barrio se veía un paisaje muy diferente (respecto a la población, claro). Unos días antes, algunos colectivos se convocaron en una plaza para crear una red de apoyo mutuo (Xarxa de suport mutu de Gràcia), con los canales comunicativos correspondientes. Además de apoyo para necesidades de la vida doméstica y la salud, incluye redes contra el racismo, problemas de vivienda, violencia de género y protección de derechos sociales y laborales.
Se adhirió tanta gente que se fueron creando subgrupos en torno a las plazas. En el mío, un par de días después, ya éramos más de un centenar, lo que significa que el vecindario de esos edificios -cuando esto escribo, unos 200- está conectado. Lo mismo se busca una bombona de butano en fin de semana para una vecina que no puede salir que se hace la compra, se fabrican mascarillas o se está pendiente de los padres de alguien que vive fuera (casos reales). Todos sabemos dónde vivimos, tenemos los teléfonos y ya hemos quedado en nuestra plaza para asociar nombres con caras cuando acabe el encierro.
Estoy orgullosa de mi barrio, sí, pero lo mejor es que no es nada original.
Lo mismo está pasando a lo largo y ancho de todo el Estado, como bien sabe cada cual de su localidad. Cuatro Caminos, Moratalaz, Usera, Villaverde, Móstoles, Chamberí, Galapagar, Rivas, Carabanchel, y tantos barrios y pueblos de Madrid, por poner un ejemplo, que es imposible ser exhaustiva. En pueblos pequeños sé de primera mano que la cosa funciona de manera espontánea porque el vecindario se conoce.
A las redes se añaden iniciativas individuales tipo cartel en la escalera «Vecino/as. Me ofrezco para el cuidado de niños/as, traer compra o medicamentos”. Tantos que incluso existe un mapa colaborativo, Frena La Curva (https://frenalacurva.net) que nació del Gobierno de Aragón y que rápidamente se convirtió en una plataforma ciudadana.
Luis González Reyes escribe en un interesantísimo artículo sobre las lecciones que nos ofrece el virus (https://bit.ly/2JiXIcA): “No hay posibilidad de que nadie se salve en solitario porque dependemos del trabajo de muchísimas otras personas”. Eso es lo que transparentan estas redes. Nos organizamos y nos cuidamos. No sólo por proximidad de primer y segundo grado, tercero, y así sucesivamente (no tengo lo que necesitas, pero conozco a alguien que conoce a alguien que…). Taxistas, psicólogos, matronas, fisioterapeutas, veterinarios, incluso personal sanitario que se ofrece a responder preguntas tras sus agotadoras jornadas. Sin olvidar a quienes socializan ideas para ayudar a las familias que tienen en casa a unas criaturas que añoran el parque y las amistades.
Neruda se pregunta en un poema “¿qué va a quedar de estos días?” La experiencia que tengo es que quedan vecinos y vecinas que nos conocemos y reconocemos, nos saludamos, contamos las unas con los otros.
- El mapa de la hostilidad urbana contra las personas sin techo - 27 de marzo de 2023
- Una ley para hacer frente al sinhogarismo con perspectiva de derechos - 21 de febrero de 2023
- Los pobres pagan el festín climático - 22 de diciembre de 2022