La pandemia de Covid-19 ha revelado la fragilidad de las estructuras sociales que hemos construido y las desigualdades que crea el mercado libre. El número de personas viviendo en la pobreza ha aumentado y seguirá aumentando a lo largo de los próximos meses. Basándose en los datos de varios informes de Oxfam, Jaime Atienza hace para Alandar una radiografía de la situación.
“Se ha comparado al COVID-19 con una radiografía que ha revelado fracturas en el frágil esqueleto de las sociedades que hemos construido y que por doquier está sacando a la luz falacias y falsedades: la mentira de que los mercados libres pueden proporcionar asistencia sanitaria para todos; la ficción de que el trabajo de cuidados no remunerado no es trabajo; el engaño de que vivimos en un mundo post-racista; el mito de que todos estamos en el mismo barco. Pues si bien todos flotamos en el mismo mar, está claro que algunos navegan en súper-yates mientras otros se aferran a desechos flotantes«.
Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas.
Desde que el 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud declarase que nos encontramos ante una pandemia, los impactos de la misma sobre la salud, la sociedad y la economía globales se han dejado ver en toda su crudeza.
Al comienzo de esta profunda crisis, tuvimos una visión engañosa de la misma: se decía que el virus no discrimina a las personas y afecta por igual “a los príncipes y al pueblo llano”. Vimos cómo se contagiaban presidentes de Gobiernos, ministros o figuras de la realeza y eso nos nubló el juicio.
Muy pronto empezamos a tomar conciencia de que, si bien el virus no puede distinguir la extracción social de las personas a las que contagia, su impacto era muy diferente según la procedencia y situación de las personas en la sociedad. Quienes tienen trabajos más expuestos al contacto directo con otras personas han sufrido una mayor incidencia, y esto vale para los trabajos sanitarios, de cuidados y de atención al público. Esa “primera línea” de funcionamiento de la sociedad, los esenciales, han sido los más impactados sanitariamente. Pero es que además también han sido los más afectados por los confinamientos y el impacto de la crisis.

La pérdida de empleo se ha concentrado en sectores de trabajadoras y trabajadores con una elevada exigencia de presencialidad. Y quienes no han padecido el impacto directo del virus, o la suspensión temporal de sus trabajos, han estado visiblemente expuestos: al no poder teletrabajar, han tenido que desplazarse, casi siempre en metro, con alto riesgo de contagio. Los trabajos que más se han perdido emplean de forma mayoritaria a mujeres. Y de forma más que proporcional a población migrante.
Cuando miramos las cifras más importantes, es inevitable confirmar que la crisis se ha cebado con las clases trabajadoras, ha dado un respiro a quienes tienen la posibilidad de teletrabajar y cuentan con todas las opciones para ayudar en la educación de los niños y niñas, y apenas ha afectado a las clases más privilegiadas.
Desigualdad creciente
En su reciente informe El virus de la desigualdad, Oxfam analiza estos impactos para concluir que el aterrizaje del virus COVID19 ha disparado la desigualdad de forma casi instantánea y medible en el mundo en 2020, y además la perspectiva es que esa desigualdad se acreciente. Subraya que en tan solo 9 meses, las 100 mayores fortunas del planeta habían recuperado las pérdidas iniciales sufridas, mientras que la población más pobre tardará una media de siete años en recuperarse. Además, las diez mayores fortunas habían tenido ganancias extraordinarias por más de 500.000 millones de dólares. Tanto dinero como para vacunar a toda la población mundial solamente con las ganancias extraordinarias de la crisis.
El informe indica que la crisis se ha cebado especialmente con las mujeres –que suponen el 70% de las trabajadoras en el sector de la salud, por ejemplo- que además han sufrido índices crecientes de violencia doméstica. Si en los sectores más afectados por la pandemia trabajasen por igual hombres y mujeres, 122 millones de mujeres no estarían en riesgo de perder sus empleos.

En otro informe reciente, Oxfam Intermon, nos recuerda que se estima que 47 millones de mujeres no podrán acceder a anticonceptivos y evitar así 7 millones de embarazos no deseados tan solo en seis meses de medidas de confinamiento. Según UNESCO, 990 millones de estudiantes se han visto afectados por cierres de escuelas, colegios y universidades en 130 países.
Las consecuencias más graves se dan sobre los sectores más empobrecidos, en los que no asistir a la escuela puede afectar a su seguridad alimentaria, llegando a implicar el abandono escolar definitivo. La OIT estima que ya se han perdido el equivalente a 305 millones de empleos a tiempo completo a causa de la pandemia, una pérdida que se ha cebado especialmente con jóvenes y mujeres.
548 millones de personas más podrían haber caído en la pobreza (definida en menos de 5,50 $/día PPA) en 2020, y según el Banco Mundial, en el caso de la pobreza extrema (definida por debajo de 1,90 $/día PPA), ese aumento habría sido de entre 88 y 115 millones de personas hasta el final de 2020 y llegará hasta los 150 millones al final de 2021. Ambas previsiones representan un retroceso acumulado de entre 5 y 20 años en los logros en materia de reducción de la pobreza, que solo se ven mitigados por la rápida recuperación de China, la segunda economía del planeta y su país más poblado.
En 9 meses, las 100 mayores fortunas habían recuperado las pérdidas iniciales, mientras que la población más pobre tardará una media de siete años en recuperarse
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) —que ha recibido el Premio Nobel de la Paz en 2020— estima que el número de personas que sufren hambrunas de nivel de crisis se habrá incrementado desde 149 hasta 270 millones de personas antes de que acabe el año; con un 82% de este aumento siendo atribuible a la pandemia. Todas estas cifras globales resultan mareantes.
Un último elemento que merece la pena mencionar es la importancia de la raza –que va asociada al mayor nivel de renta de las personas de raza blanca- y cómo ese es también un factor de desigualdad: de haber impactado el virus de forma equilibrada a las diferentes razas, 9.200 personas afrodescendientes no habrían fallecido en Brasil en 2020, y tampoco lo habrían hecho 22.000 personas latinas y afroamericanas en los Estados Unidos.

Foto: Brenda Alcântara / Oxfam Brasil
Brechas sociales, raciales y de género
Si nos fijamos en la realidad española, encontramos también cifras que señalan la urgencia de atacar y corregir las desigualdades. Según cálculos de Oxfam Intermon, la pobreza severa (personas con ingresos inferiores al 40% de la renta mediana) podría incrementarse en España desde el 9,2% pre-covid hasta el 10,86%, con casi 790.000 personas más viviendo por debajo de este umbral de pobreza, alcanzando hasta los 5,1 millones de personas viviendo con menos de 16 euros al día.
Mientras, la pobreza relativa (personas con ingresos inferiores al 60% de la renta mediana) pasaría del 20,7% hasta el 22,95% del total de la población, con más de un millón de nuevas personas por debajo de este umbral, hasta alcanzar los 10,9 millones de personas durante este año 2020. Si fijamos nuestra atención en la población migrante, la caída por debajo de ese umbral de la pobreza relativa afectaría ahora al 57% del colectivo. Por último, la población joven es la más impactada, al cegarse sus vías de acceso al empleo, llegando el desempleo juvenil a tasas escandalosas superiores al 40%. Hemos sabido que 300.000 jóvenes han retornado a las casas de sus padres desde el inicio de la pandemia.
Las llamadas “colas del hambre” y la proliferación y el importante papel de los bancos de alimentos son un reflejo desolador de todos estos impactos que hemos podido vivir en nuestros barrios durante la pandemia.
En lo que se refiere a la desigualdad, el 10% más pobre podría llegar a perder, en términos proporcionales, hasta siete veces la renta que pierde el 10% de renta más alto. El índice de Gini que podría ascender hasta el 34,15 desde el actual 33, haciendo perder lo ganado durante los últimos años en términos de reducción de desigualdad. Se trata del mayor incremento de la desigualdad, en un único año de toda la década.
En el informe por último, se destaca la importancia de los ERTE para mitigar el impacto económico y social (habrían evitado que más de 710.000 personas adicionales cayesen en situación de pobreza relativa), pero también destacamos la necesidad de mejorar el funcionamiento y la cobertura del Ingreso Mínimo Vital (a finales de 2020 tan sólo ha llegado a 160.000 hogares, de los 850.000 previstos).
El acceso a vacunas aparece como una nueva barrera de desigualdad entre países ricos y pobres
En definitiva, la crisis COVID19 ha desvelado y profundizado las brechas sociales, raciales y de género. Y hemos podido ver la importancia de las medidas para ayudar a los sectores más afectados por la crisis, aunque sean muy insuficientes. En las economías más avanzadas, como la española, esas medidas han protegido a un gran número de personas. También hemos visto lo mejor de nuestra sociedad con cientos de miles de personas volcadas en ayudar y acompañar a personas solas o en situación de necesidad.
La combinación de los sistemas de protección y ayuda públicas, las actuaciones de las organizaciones sociales que han redoblado esfuerzos y canalizado ayudas, y los abrazos y el apoyo directo de cada una de las personas que componemos nuestra sociedad se muestran ahora imprescindibles.
No podemos terminar este recorrido sin referirnos al “apartheid de las vacunas”: los países más ricos que tienen un 16% de la población mundial copan el 54% de las compras anticipadas de vacunas y se oponen de forma vergonzante a imponer medidas de suspensión de las patentes y la obligatoriedad de compartir la tecnología y la ciencia utilizada en su desarrollo para beneficio de la humanidad. El acceso a vacunas aparece como una nueva barrera de desigualdad entre países ricos y pobres que debe ser superada: es necesaria una vacuna de acceso universal y gratuita para todas las personas que la necesiten, independientemente de su renta y su procedencia.
Tal vez el último pernicioso impacto que nos deje esta pandemia sea un nacionalismo acrecentado, opuesto al internacionalismo, más necesario que nunca, para dar la vuelta al gran virus de la desigualdad que la COVID19 ha agravado.
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