Creo que, en cierta medida, lo que sobran estos días son palabras, reflexiones… Se ha desencadenado un exceso de comunicación…aunque, al tiempo, ¿cómo seguiríamos siendo sin esa comunicación? De ahí una primera dificultad para articular mi pensamiento y, además, compartirlo.
Mi segunda dificultad se produce porque no voy a compartir buenos deseos, ni expectativas positivas a corto/medio plazo, ni aplausos a diestro y siniestro, ni estrategias para superar el día a día…
Solemos decir que un viaje es una experiencia que nos permite conocer, de forma privilegiada, a aquellas personas con las que viajamos, también el hecho de conducir nos expresa más allá de lo que creemos ser…y estamos experimentando que también una pandemia es ocasión para conocernos un poco más.

Para tener “coartada” en mi crítica voy a empezar por mí misma: el jueves 12 de marzo yo tenía un billete de tren que me habría permitido dormir esa noche en el paradisíaco lugar del norte de España que he elegido para vivir desde hace dos años.
No descansé bien la noche anterior a pesar de mi decisión de irme, porque la duda sobre si viajar o no se instaló en mi cabeza y en mi corazón; al día siguiente no fui tanto yo la que decidió quedarse en Madrid, cuando ya empezaban a recomendar que no viajáramos, cuanto la lucidez de mis hijas recomendándome que permaneciera en la ciudad. Me quedé, creo fue lo correcto… pero necesité de la mirada de otras personas para reaccionar. Por mí, hubiera volado hacia el mar.
En estos días descubro cerca personas que no asumen quedarse en casa, que la ansiedad les puede y esgrimen argumentos y estrategias para salir, a pesar de que nos estén diciendo que si no nos quedamos en casa la situación se va a alargar con el perjuicio correspondiente sanitario, económico y en vidas…
A quienes estamos en casa se nos pone cara de idiotas, como cuando vas por la autopista, respetas el límite de velocidad y te pasa el listo o lista que, entiende, que los límites no son para él o ella… Cuentan en las noticias que hay personas que arrasan en sus carros de compra las estanterías de los establecimientos, a pesar de que las diferentes administraciones dicen tenemos el suministro asegurado.
Otras personas bajan cada día a comprar algo porque así se dan un garbeo, las dependientas y dependientes no importan y tienen que enviar memes diciendo: “por favor, compra una vez a la semana”…
Escuchamos que hay personas conocidas (y quizás otras anónimas pero bien relacionadas) a las que se les realizan las pruebas para valorar su carga vírica, mientras la mayoría de quienes tienen algún síntoma esperan en sus casas el contacto telefónico que no llega con el Centro de Salud o se hacen un autodiagnóstico con la app correspondiente…
Es posible que las situaciones anteriores sean matizables, que no cuente con todos los datos, que haya más subjetividad de la deseable para abordar con rigor un mínimo análisis de lo que estamos viviendo, pero lo que observo y cómo lo observo me preocupa porque si esto se produce en un país occidental, rico, con recursos de todo tipo a pesar de otros déficits, entre personas privilegiadas que tenemos casa, trabajo, bienes… y hasta valores morales y éticos…
¿Cómo reaccionaríamos si otras pandemias nos llevaran a tener que vivir en campos de refugiados, a guardar largas colas para conseguir comida y otros bienes de primera necesidad, para acceder a las duchas o acceder a los baños las mujeres “acompañadas” para evitar agresiones…?
¿Resistiríamos?
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