Desde el año 1986, cuando se concedió por primera vez, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia ha distinguido a un variopinto, quizá inclasificable, grupo de galardonados. Tan inclasificable que hay, entre ellos, hasta una ciudad (Berlín) y un “territorio” (el Camino de Santiago). Junto a éstos brillan, por citar algunos, músicos como Menuhin, Barenboim y Rostropóvich, los políticos Adolfo Suárez e Ingrid Betancourt, el célebre científico Stephen Hawking, la escritora J. K. Rowling y, por supuesto, numerosas ONG. Este año, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia ha vuelto a recaer en una de ellas y este año, una vez más, en una organización cristiana.
Manos Unidas se define a sí misma como Asociación de la Iglesia de España para la ayuda, promoción y desarrollo en los países más desfavorecidos. Es a su vez una Organización no Gubernamental para el Desarrollo (ONGD), de voluntarios/as, católica, seglar, sin ánimo de lucro y de carácter benéfico. Desde 1960, lucha contra el hambre, la deficiente nutrición, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo y las causas que lo producen.
Desde alandar celebramos el reconocimiento que se hace a esta organización, por lo que tiene de indicador de los logros y los hechos y, por supuesto, por cuanto supone un homenaje al voluntariado que la sostiene y que, desde hace cincuenta años, trabaja para que los objetivos de los meses, los años, las décadas y los milenios se cumplan y construyan el Reino.
En casos como éste, donde el día de la entrega quizá una pequeña representación recogerá el premio en nombre de una organización enorme y de imagen sobradamente conocida, siempre existe el riesgo de que el reconocimiento no alcance a todos. Por eso, queremos enfatizar ese homenaje al que aludíamos, para que la labor anónima, pequeña y silenciosa (“el apoyo generoso y entregado”, según el jurado del premio) de los numerosos voluntarios que en el norte y en el sur están comprometidos con el trabajo de Manos Unidas no quede diluida entre la alharaca y el glamour de una ceremonia.
Como el grano que no hace granero pero ayuda al molinero, esa labor anónima (pero con nombres y apellidos), pequeña (pero de valiosas consecuencias) y silenciosa (aunque la música del Premio recibido rompa ese silencio) ha estado dirigida todos estos años contra la pobreza, el hambre y la mortalidad materna. Como han declarado los propios responsables de Manos Unidas, “confiamos en que el estímulo que ahora reciben renueve sus fuerzas y sirva para ayudar a los no privilegiados del mundo”.
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