
Hay personas cuya biografía merece ser contada porque se metieron de tal manera en la aventura de vivir que la han convertido en una apasionante historia. Y además, son personas cuya peripecia vital está guiada por el pertinaz empeño de hacer el bien.
Es el caso de Patricio Larrosa, cincuenta años, los últimos veinte en Honduras. Este sacerdote granadino –al que todos llaman padre Patricio- llegó a Centroamérica con una idea, se puede decir que con una sola pero estimulante idea: ayudar a los demás a construir su propia vida. Y a hacerlo poniendo el acento en la educación de los niños y jóvenes hondureños. Veinte años después, doy fe de que lo ha conseguido.
Patricio nació en Huéneja, un pueblo de la comarca de Guadix. Sus primeros años de cura los pasó entre varios pueblos de aquella diócesis. Esa experiencia marcó también su futuro: “Yo vi que la gente compartía con los demás, se esforzaba por ayudar. Me enteré de que en Honduras había pocos curas y de que era un país con muchas necesidades. Y me fui”.
El mundo de Patricio lo forman las colonias y barrios que rodean Tegucigalpa, la capital hondureña. La ciudad está enclavada en el peor sitio posible para levantar una gran urbe y las colinas que la rodean son los lugares donde se asientan los más pobres. Aquí se dibuja un laberinto de calles y casas que parece que se van a precipitar por los barrancos. De hecho, miles de familias viven en la más cruda de las pobrezas y muchas de ellas pierden su casa cuando cada año las tormentas se empeñan en desmoronar las colinas de Tegucigalpa.
Patricio vive en una de esas colonias, Monterrey, en la parroquia de San José Obrero. Aquí está el centro de operaciones de todos los proyectos educativos y sociales: colegios, centros infantiles, residencias, viviendas… Para gestionarlos creó ACOES, “Asociación Colaboración Esfuerzo”. Pero la clave del proyecto de Patricio es que todo lo lleva un gran grupo de jóvenes a los que se les ha formado para ello. Son jóvenes a los que Patricio acogió para apoyarlos en sus estudios. Ahora ellos ya aprendieron a ayudar y dedican unas horas a este trabajo.
Uno de los ejes del proyecto de Patricio son las casas en las que viven jóvenes que provienen de zonas rurales y llegan a la capital a estudiar. El aislamiento geográfico en el que están y la falta de recursos hace muy difícil que los estudiantes de comunidades campesinas puedan progresar. Acogidos en estas casas tienen la posibilidad de continuar sus estudios y recibir una formación integral para luego poder ayudar a la promoción de sus comunidades de origen. Además, quienes viven aquí echan una mano en la gestión de los demás proyectos de la organización. Así se cierra el círculo: se ayuda a jóvenes que, a su vez, ayudan a otros.
145 estudiantes viven en las once casas que llevan el nombre de Populorum Progressio, en recuerdo de la encíclica de Pablo VI sobre el desarrollo de los pueblos.
Cuando cae la noche, visito la colonia San Francisco. Aquí, la asociación de Patricio ha levantado un colegio aprovechando el escaso terreno disponible. Por la mañana acuden cientos de alumnos del barrio. Por la noche, las clases también se llenan con un alumnado diferente. Son jóvenes y no tan jóvenes que, en su día, no pudieron continuar sus estudios porque se tuvieron que poner a trabajar para ganarse la vida. Patricio vio la necesidad y no dudó en abrir un proyecto de escuela nocturna que ha sido un éxito.
Aquí hay albañiles, cajeras, mozos de almacén, barberos, jóvenes que no quieren perder el tren de la formación y que saben que estudiando puede mejorar su vida. Trescientos alumnos aprovechan esta oportunidad en las tres escuelas de la asociación. Víctor, el profesor, vino un buen día a la capital de un pueblo perdido del sur de Honduras. Aquí consiguió estudiar y ahora dedica parte de su tiempo a formar a otros jóvenes.
En uno de los barrios del extrarradio de Tegucigalpa, la asociación de Patricio ha levantado la escuela Santa Clara. Nada más y nada menos que 1.300 niños y niñas de la colonia se han beneficiado de la iniciativa y están cumpliendo su sueño de poder estudiar y, además, hacerlo en un lugar digno.
Para sostener todas las iniciativas, que no paran de crecer, la asociación ACOES cuenta con una red de pequeños grupos de apoyo en España. A ello se añaden instituciones públicas y privadas que financian parte de los muchos proyectos que Patricio y su gente emprenden. El criterio básico por el que se rigen los centros educativos de ACOES es que están destinados a lo más pobres. Aquí sólo pueden venir los niños de las familias más necesitadas.
A los proyectos de la asociación, acuden continuamente voluntarios españoles que vienen a echar una mano en lo que pueden. El año pasado 120 voluntarios españoles vinieron a Tegucigalpa. Son jóvenes atraídos por la dura realidad hondureña y por cómo la asociación del padre Patricio intenta hacerle frente. El contacto con este mundo deja una huella indeleble en quienes emprenden esta aventura humana.
Me voy con Patricio a la colonia Nueva Capital. Antes del huracán Mitch, en 1998, la colonia no existía. Aquí se asentaron muchos que lo perdieron todo para comenzar una nueva vida. Estos lugares, dejados de la mano de los políticos, son los preferidos por el padre Patricio. Aquí, trabajando y compartiendo su vida con esta gente, es donde él encuentra razones para continuar luchando, tantas como personas salen a su encuentro.
Acompaño a Patricio camino de una de las joyas de la corona de su trabajo: una gran escuela en este barrio. Cuando estoy aquí pienso que la solidaridad- bien entendida y gestionada- es eficaz, muy eficaz. Lástima que haya que recurrir a ella cuando flaquea la justicia. Porque viendo los colegios, centros infantiles, viviendas y otros servicios que pone en marcha Patricio con ayuda, sobre todo española ¿qué no podría hacer un gobierno con una buena gestión y preocupado por sus ciudadanos? La pregunta aparece, hiriente y acuciante, viendo a los 1.600 alumnos que se benefician de la escuela Santa Teresa, en el corazón de un barrio demasiado lejos del interés de los políticos.
Las escuelas públicas hondureñas no implican total gratuidad. Siempre, por un concepto u otro, al final los padres tienen que pagar. Por eso, los colegios de ACOES son gratuitos. Para conseguir esto, 3.118 niños son becados y se les da el material escolar, uniforme y los zapatos.
La colonia Nueva Capital, donde está el colegio, es un foco de problemas sociales graves. Entre otros, las pandillas juveniles violentas, también conocidas como maras. Por eso, una educación integral, donde no sólo se enseñan conocimientos sino que se transmiten valores, tiene un gran interés social. Entro en el aula de los mayores: muchos de ellos, si no fuese por los educadores del centro, habrían caído en manos de las maras. Me lo confirman algunos chavales y su profesor.
De vuelta a la sede de ACOES me encuentro con que ha llegado un contenedor y hay que echar una mano para descargar la mercancía. El año pasado llegaron 36 contenedores como éste. Los envían los grupos de apoyo al padre Patricio que hay repartidos por España, además de una ONG canadiense. El contenido de los envíos abastece los proyectos de ACOES. Desde mobiliario para las escuelas hasta libros pasando por ropa o alimentos que incluso se distribuyen en las comunidades rurales de las que provienen los estudiantes.
Cae la tarde en Tegucigalpa y, como cada viernes, Patricio se reúne con los estudiantes, colaboradores y voluntarios de los distintos proyectos. Me invitan a participar en la eucaristía que celebran una vez por semana, una misa intensamente vivida porque fe y vida van de la mano en este rincón de Honduras.
La intuición que tuvo este granadino hace veinte años le ha llevado por los mejores caminos de la existencia, los que se recorren en compañía de otros, empeñados todos en humanizar el mundo que nos tocó en suerte.