Con una intensidad inusitada, América Latina está sufriendo un avance de las corporaciones del agronegocio, que recuerda a la primera embestida en el marco de la Revolución Verde en los años 60 o al primer desembarco de los transgénicos en los 90. De punta a punta del continente americano, con diferentes matices, la invasión de transgénicos amenaza la posibilidad del cultivo de la tierra y de la alimentación para millones de campesinos, pueblos originarios y consumidores. La lista abarca a casi la totalidad de los países y, por mencionar únicamente los casos emergentes, podemos empezar nuestro recorrido desde el Sur con el golpe parlamentario en Paraguay que tuvo como uno de sus ejes la intención de lograr la autorización del maíz transgénico que el gobierno de facto ya intenta instrumentar.
En Argentina, Monsanto quiere montar la planta más grande de América Latina para procesar maíz transgénico y existe la intención de modificar la Ley de Semillas para adecuarla a las necesidades de dicha empresa. En la región andina hay intentos inquietantes de quebrar la prohibición de los transgénicos en Bolivia y Ecuador con argumentos insostenibles. En Costa Rica la Comisión de Bioseguridad intenta también aprobar un maíz transgénico.
No es casual que en casi todos los casos sea el maíz el principal objeto de estas agresiones. Y no es casual tampoco que México esté siendo el punto focal de una de las más brutales agresiones.
Aquí viene la avalancha
Es posible que uno de los primeros actos de gobierno del nuevo presidente de México, Enrique Peña Nieto, abra la siembra comercial de maíz transgénico en más de dos millones de hectáreas del territorio mexicano, repartidas en los estados de Sinaloa y Tamaulipas para empezar y se esparcirá por México a mediados de 2013.
Será un maíz que, siguiendo los canales convencionales de distribución, inundará las grandes ciudades, poniendo en grave riesgo a la población que lo consuma en directo –como masa para tortillas, atole, tamales o pozol– o indirectamente como parte de la inmensa cantidad de alimentos procesados que lo contendrán como edulcorante, emulsificante, estabilizador o excipiente –y al que es muy difícil rastrearle el camino. Además, el gobierno de México se ha opuesto siempre al etiquetado de los productos transgénicos, así que será muy difícil saber si se está consumiendo maíz procedente de estos cultivos.
¿Por qué la alerta roja?
Las comunidades campesinas, indígenas, la gente de los barrios de todas las grandes ciudades, las organizaciones de la sociedad civil, claman una alerta roja total por lo que consideran “una contaminación planeada con toda la intención”. La extensión a ser sembrada es tan vasta que podemos considerar que es una verdadera avalancha de maíz transgénico la que se cierne sobre México, tanto en el campo para los cultivos, como en las ciudades para la gente que lo consuma.
Hablamos de una alerta roja ambiental, porque significará la erosión de la inmensa variedad de las semillas nativas del maíz en su centro de origen. Las comunidades y las organizaciones de la sociedad civil insisten, junto con investigadores y expertos, en que “la contaminación es un tema que concierne a todo el mundo, en tanto que el maíz es uno de nuestros cultivos alimentarios más importantes y México es reservorio de su diversidad genética, de la cual todos dependemos”, tal y como señalaban ya en 2003 en una carta firmada por más de 300 organizaciones.
Más tarde, entre marzo y mayo de 2009, se pronunciaron más de 750 organizaciones de 56 países que firmaron alarmadas una nueva carta dirigida al pueblo de México, al gobierno mexicano, a la FAO, al Convenio de Diversidad Biológica y a la Comisión de Desarrollo Sustentable de Naciones Unidas, en la que rechazaban el acto del gobierno mexicano por el cual ponía fin a la moratoria al maíz transgénico que estaba en vigor desde finales de 1998 y que preparaba el terreno para la siembra comercial que hoy está a punto de aprobarse.
En esa carta, junto con la Red en Defensa del Maíz –un espacio de confluencia de más de mil comunidades de 22 estados de la república mexicana–, las entidades firmantes insistían en que “México es centro de origen y diversidad del maíz: existen más de 59 razas reconocidas y miles de variedades, que serán indefectiblemente contaminadas”.
Los pueblos indígenas y campesinos son quienes han creado y mantienen este tesoro genético del maíz, uno de los principales cultivos de los que depende la alimentación humana y animal en el planeta. “El maíz es alimento básico de la población mexicana”, recordaban, “en ninguna parte se ha evaluado su consumo cotidiano y en grandes cantidades, como sucede aquí” y existen estudios científicos que, con mucho menor consumo, reportan alergias y otros impactos a la salud humana y de los animales alimentados con transgénicos.
“Todo México es centro de origen del maíz, es más, toda Mesoamérica y sus vecindades –que van desde el sur de Estados Unidos hasta el norte de América del Sur– son el territorio que consideramos como centro de origen”, reclamaron también los colectivos campesinos en un comunicado en 2011. “Porque, además, el maíz nunca ha sido solito, siempre ha estado en una profunda relación con los pueblos”.
Efectivamente, el examen de la complejidad parece confirmar una estrecha relación entre lo biológico y lo social. Según Paul Weatherwax, uno de los historiadores del maíz, “cuando se estableció el contacto entre el Nuevo y el Viejo Mundo, el maíz se cultivaba desde los 45 grados de latitud norte, donde hoy se encuentra Montreal en Canadá, hasta los 40 grados de latitud sur, casi mil kilómetros al sur de Santiago de Chile”, y así lo citó Arturo Warman, investigador y luego funcionario en su hoy legendario libro sobre la expansión del maíz en el mundo.
Además, por su parte, el Relator Especial para la Alimentación, Olivier de Schutter, recomendó expresamente restablecer la moratoria a la siembra y comercialización del maíz transgénico en su informe de misión a México en 2011. Nunca antes se ha erosionado en tal escala de magnitud, extensión y volumen el acervo genético de un cultivo en su centro de origen, ni se ha atentado tan directa y masivamente contra la vida de una población que consume 115 kilos de maíz anuales por persona en promedio.
Ante esto, las organizaciones campesinas, los espacios indígenas, las redes de organizaciones de la sociedad civil, comienzan a pronunciarse, hacen plantones, comunicados, carteles. Así, al exigirle al gobierno que niegue los permisos de siembra comercial de maíz a Monsanto, Olegario Carrillo Meza, presidente de la Unión de Organizaciones Campesinas Autónomas (Unorca), organización integrante de Vía Campesina-Norteamérica, argumentó: “No existe ninguna razón tecnológica, económica ni ética en beneficio de la población y la mayoría de los productores del campo que justifique la autorización de la siembra comercial de maíz transgénico en por lo menos un millón de hectáreas en los estados de Sinaloa y Tamaulipas”.
Si el gobierno mexicano aprueba los permisos pendientes “sería un atentado contra el cumplimiento del derecho a la alimentación, pues reduciría más las posibilidades de que la población acceda a comida sana, suficiente y de calidad; las pretensiones de las empresas Monsanto y Pioneer, representan un peligro para la salud humana, la biodiversidad, la cultura y la soberanía del país”.
El trabajo insistente y cariñoso de la Red en Defensa del Maíz ha sido durante once años un freno real. Pero la gente de las comunidades campesinas tiene la claridad suficiente para saber que una avalancha de esta magnitud terminará irremediablemente contaminando siembras, ni siquiera tan vecinas de los enormes campos sembrados con Organismos Modificados Genéticamente (OMG) y se introducirá a la alimentación de la población mexicana sin freno alguno.
Por eso, las organizaciones insisten en que “defender el maíz en México pasa necesariamente por el respeto a la libre determinación y autonomía de las comunidades y pueblos indígenas y campesinos”.
La soberanía alimentaria radicará siempre en el respeto del derecho colectivo a tener, guardar e intercambiar libremente semillas nativas sin la imposición de mecanismo alguno de control estatal, federal o empresarial (sea certificación, inventario, banco de semillas, catálogo de variedades, patentes, denominaciones de origen o derechos de obtentor).
La soberanía alimentaria requiere condiciones que permitan la producción libre y autónoma de alimentos a nivel local, regional y nacional, el respeto a nuestros territorios, amenazados ahora por proyectos mineros, hidroeléctricos, petroleros, carreteros, de servicios ambientales, reservas de la biósfera, privatización de los mantos de agua; territorios amenazados también por la industrialización y urbanización salvaje y por la política ambiental oficial de conservación sin gente”.
Para descargar el informe completo y las referencias científicas y documentales:
http://vsf.org.es/amenazas/alarma-avalancha-transgenica-en-mexico
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