A mediados del siglo XX surgió en América Latina la teología de la liberación, que impulsa a los cristianos y cristianas a realizar una opción preferencial por la gente pobre y transformar las estructuras que mancillan la dignidad humana.
Uno de los sacerdotes adherentes a este movimiento fue el argentino Carlos Múgica, quien era conocido como “el cura villero”, ya que -principalmente- trabajaba pastoral y socialmente en villas miserias, es decir en los barrios precarios donde viven personas en situación de extrema vulnerabilidad.
Como discípulo de Cristo fue “signo de contradicción” en su tiempo, dado que cosechó el amor de quienes buscaban el bien común y el rechazo de grupos paramilitares (ligados al poder financiero y económico) que, el 11 de mayo de 1974, lo asesinaron después de haber celebrado una misa en la iglesia de San Francisco Solano.
Su compromiso con las personas desposeídas lo condujo a realizar una opción política a favor de la construcción de un “socialismo cristiano” en donde -sostenía- cesarían las relaciones de dominación entre las personas, existiría una forma de vida más cercana al Espíritu del Evangelio y nadie confundiría a Dios con la opresión a las personas pobres, encarnada en el imperialismo y el capitalismo.
Asimismo, entendía que el cristiano no podía quedarse pasivamente tranquilo ante una situación de violencia institucionalizada porque, en ese caso, sería un asesino de su pueblo que estaba muriendo de hambre. Por tal motivo, comprendía que la paz, además de la ausencia de violencia y el derramamiento de sangre, implicaba la construcción de nuevas estructuras sociales en donde no existan desigualdades sociales.
En 1999 los restos de Múgica fueron trasladados a la parroquia Cristo Obrero de la Villa 31 de la capital de Argentina. En aquella ocasión asistieron una multitud de personas, entre las cuales estaba el entonces cardenal Bergoglio, hoy papa Francisco, quien, en el último gobierno dictatorial argentino (1976 – 1983) le brindó cobijo a seminaristas cuyas vidas corrían peligro y salvó de la muerte a un joven que era perseguido por cuestiones ideológicas dándole su documento para que cruzara la frontera del país.
Al igual que Múgica (y tantos otros), Francisco, llamado por muchos el “papa villero” porque solía recorrer los rincones de las villas y compartir la vida con sus habitantes, entiende que el aumento de la pobreza tiene sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes de mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad de las personas y de los pueblos.
Por tales motivos es entendible que Francisco sueñe con una Iglesia pobre y para los pobres en la que (como sostenía cuando era cardenal) no nos acostumbremos al paisaje habitual de pobreza y de la miseria, a la tracción a sangre de los chicos y las mujeres en las noches cargando lo que otros tiran, ya que el acostumbramiento nos anestesia el corazón.
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