Casa de arena y niebla

alandacin.jpgCASA DE ARENA Y NIEBLA”. Estados Unidos, 2003. Duración: 126 minutos. Director: Vadim Perelman. Guión: Vadim Perelman y Shawn Lawrence Otto (basado en la novela de André Dubus). Fotografía: Roger Deakins. Música: James Horner. Intérpretes: Ben Kingsley ( Massoud Amir Behrani), Jennifer Conelly (Kathy Lazaro), Ron Eldard (Lester Burdon), Shohreh Aghdashloo (Nadi Behrani), JonathanAhdout (Esmail Behrani), Frances Fisher (Connie Walsh), Navi Rawat (Soraya).

Un error burocrático obliga a desalojar una casa a su propietaria, una joven desempleada y recientemente divorciada. La propiedad es adjudicada a un matrimonio de inmigrantes iraníes que la compran por un valor mucho menor. La joven se niega a abandonar su propiedad y, a partir de aquí, comienza una relación conflictiva con la familia inmigrante. En esta disputa, Kathy será ayudada por una agente de la policía local, quien se enamora de ella.

Lo que empieza como un pequeño conflicto sobre una destartalada casa degenera en un choque de culturas, árabe y norteamericana, que pone de manifiesto las diferencias de valores, las barreras mentales y filosóficas entre el antiguo coronel iraní y la insegura y frágil chica. Ambos actores demuestran una gran fuerza interpretativa. Massoud ha pasado de ser una persona importante en su país a ser un vulgar inmigrante, que tiene que aceptar empleos no cualificados para salir adelante. Con esta casa, que va a reformar y luego vender acaricia el llamado “sueño americano”, que le permitirá volver a conseguir algo del esplendor que tuvo en el pasado.

Por su parte, Kathy es una mujer débil, dependiente y perdida que quiere recuperar a toda costa el vínculo que le unía a sus años más felices, la herencia de sus padres, el recuerdo de un tiempo que está lejos. Ambos huyen de un pasado tormentoso y se aferran con desesperación a lo único que les permitirá salir de su situación. Es, pues, una película sin buenos ni malos. Todos intentan hacer prevalecer sus derechos y la pasión con la que lo hacen es lo que lleva a un final dramático.

El director utiliza la casa, el hogar, que es un lugar de armonía, de paz, de convivencia para mostrarnos la fragilidad de la naturaleza humana. Sobre todo, cuando predomina la desesperanza y se mira a los otros desde lo que nos separa y no desde lo que nos une. Éste es el principal conflicto que trae consigo la inmigración, situación que está muy presente en los países desarrollados. La pervivencia de tradiciones, de valores autóctonos es problemática cuando se intenta transplantar una cultura íntegra a un marco que le es ajeno.

Es una película dura, de gran carga emotiva que no deja al espectador indiferente y, una vez haya acabado su visionado continúa resonando en uno con intensidad creciente.

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