A finales del pasado año asistimos a un nuevo fracaso político en la lucha contra el cambio climático. La Cumbre de Copenhague se cerró sin el ansiado acuerdo. Pero desde la sociedad son cada vez más las voces que se alzan en defensa de la casa que compartimos. Las voces de los que ya están sufriendo las consecuencias del cambio climático y las de quienes llaman directamente a la puerta de los políticos para hacerse oír. Desde alandar queremos hacernos eco de unas y otras.
Las voces que no quieren oír
“El nivel del río está subiendo, sobre todo por las noches, y tengo miedo de la tormenta”, dice Anjana Koyal (en la foto). “No tenemos libros, ni pizarra para escribir. Tampoco hay camino para ir a la escuela, que está inundada. No hay médico y tenemos poca ropa. Es difícil desplazarse a ningún sitio y la temperatura está aumentando. Las márgenes del río no están preparadas y ya no hay casas. Caminamos con el agua hasta el cuello”. Anjana tiene doce años y vive en la región india de los Sundarbans.
La región india de los Sunderbans está formada por más de 100 islas, allí está el bosque de manglar más grande del mundo, hay abundante pesca y viven unos cuatro millones de personas. Hay también un parque nacional que es Patrimonio de la Humanidad. Pero es una de las zonas más sensibles a los efectos del cambio climático, pues corre el peligro de quedar inundada por las aguas con una pequeña subida del nivel del mar. De hecho, las familias que viven cerca del agua se ven obligadas a trasladarse tierra adentro, una y otra vez. Además, la intensificación de los ciclones a causa de la subida de la temperatura del mar (consecuencia del cambio climático) ha provocado graves inundaciones. El agua salada anega los cultivos y los suelos pierden su fertilidad. El pasado año, el ciclón Aila ocasionó la muerte de centenares de personas y dejó a miles sin hogar.
Lejos de allí, en las islas del Pacífico, otras voces hablan también de la realidad del cambio climático. Ursula Rakova es una de ellas. Dirige una organización que se dedica a trasladar a los habitantes de las Islas Carteret. Con la subida del nivel del mar, muchas islas del Pacífico acabarán bajo las aguas. En el mundo hay más de 200 millones de personas que viven en zonas costeras inundables.
Otras voces resuenan desde África, como la de Constance Okollet que vive en Uganda. Las fuertes lluvias destruyeron su pueblo hace un par de años. Antes de las lluvias habían padecido una sequía sin precedentes que acabó con los cultivos y secó los pozos de agua. Son muchas las regiones del continente africano en las que las alternaciones climáticas están afectando negativamente a la producción de alimentos. En Nigeria, la desertificación ha forzado el desplazamiento de campesinos y pastores. Según la Cruz Roja, los desastres ambientales están produciendo más desplazados que las guerras. Se ha acuñado un nuevo término, el de refugiados ambientales.
Son los más pobres –desde los Inuit del Ártico, a los pastores de Kenia o las poblaciones indígenas de la Amazonía– quienes están viendo transformadas sus vidas a consecuencia del cambio climático. Son quienes menos responsabilidad han tenido en la emisión de gases de efecto invernadero. Son a quienes menos se escucha en las salas –y en los pasillos– donde se debería negociar un acuerdo que marque un cambio de rumbo. Pero allí no se les escucha.
Las voces que se quiere silenciar
Ese es el motivo por el que en la pasada Cumbre de Copenhague el mensaje se llevó hasta la mismísima alfombra roja por la que desfilaban los mandatarios del mundo. Lo hicieron los activistas de Greenpeace. “Los políticos hablan, los líderes actúan” se leía en las pancartas que desplegaron, con el objetivo de ser el altavoz de millones de voces en el mundo. Pasaron las Navidades en la cárcel, en régimen de asilamiento, sin poder ni tan siquiera hablar con sus familias, como si de terroristas se tratara. Al cerrar esta edición están en libertad con cargos, a la espera de volver a la capital de Dinamarca para ser juzgados. La contundencia con que se ha tratado de silenciar sus voces no fue un hecho aislado, la policía se aplicó con dureza con quienes se manifestaron en las calles durante la cumbre.
Uno de los activistas de Greenpeace era el director de la organización en España, Juan López de Uralde, que poco antes de asistir a la cumbre del clima había participado en una expedición de Greenpeace al Ártico que estaba investigando y documentando los impactos del cambio climático en el lejano norte. Había sido testigo directo de la aceleración del deshielo en el Ártico, donde los glaciares se están derritiendo a un ritmo mayor del previsto lo que contribuye al aumento del nivel del mar. El fenómeno se retroalimenta puesto que la desaparición del hielo hace que las aguas reciban más radiación solar y se incrementen aún más las temperaturas. Es el mensaje de la Naturaleza, una voz imposible de acallar. Glaciares en retroceso, inundaciones, sequías, ciclones y huracanes más intensos, subidas del nivel del mar, pérdidas de cosechas, desertificación, extensión de enfermedades… siguen hablando alto y claro de la necesidad de actuar con urgencia para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.