Personas integradas, vidas íntegras, cereales integrales

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A través de la alimentación también se puede llevar una vida más integrada.Es posible que a algunas personas la palabra “integral” les recuerde, en primera resonancia, al “pan integral”. Pero este término tiene una diversidad de connotaciones que va mucho más allá. Es un vocablo bonito; suena a “completo”, que no le falta de nada, que está entero, de una pieza. Es lo que nos evoca cuando hablamos de una persona íntegra, éticamente entera, intachable, insobornable.

Para mucha gente la palabra “integración” tiene, además, alusiones sociales, en contraposición a «exclusión». Hablamos, así, de sociedades integradoras, que acogen y protegen sobre todo a los seres humanos más débiles, a los recién llegados, a los y las diferentes. Sociedades cohesionadas, con mecanismos que equilibran las diferencias sociales, donde nos integramos unas personas con otras.

Una vida íntegra-integradora implica también una vida integrada, donde todas las dimensiones de la persona se entrelazan y complementan de forma armónica. Es lo contrario de una forma de vida dispersa y desintegradora. Hablamos, entonces, de integración de los seres humanos con la naturaleza, de integración armónica del cuerpo y el espíritu, de la intimidad y la sociabilidad, del trabajo y del descanso, del cuidado personal y del compromiso por otro mundo mejor posible… ¡Preciosa raíz la de esta palabra con tantas resonancias y todas buenas!

Pero, como aquí estamos escribiendo “con los pies en la tierra”, volvamos a la primera resonancia, al “pan integral”. Éste, efectivamente, es un pan fabricado con harina integral, es decir, completa (en francés se dice precisamente así: farine complète), en contraposición a la harina refinada a la que se la quitado el salvado del grano. Se obtiene así un producto más “fino”, pero menos nutritivo. Porque el salvado del grano contiene vitaminas y minerales y, al retirarlos, eso que tomamos nos alimenta menos.

La epidemia de beriberi que asoló el sudeste asiático a finales del siglo XIX se debió a la introducción de maquinaria para moler el arroz, que desechaba la cáscara de los granos. Millones de personas, cuya dieta básica era el arroz y que estaban razonablemente sanos, enfermaron de la noche a la mañana con síntomas de debilidad y agotamiento sin que nadie supiera la causa. Cuando descubrieron la razón, la vuelta al arroz integral les devolvió rápidamente la salud.

En cuanto a los minerales que el cuerpo humano necesita, al no encontrarlos en los cereales refinados (y, en general, en todos los alimentos refinados, como el azúcar), los busca en el propio cuerpo, retirando, por ejemplo, el calcio de los huesos. Por eso a las personas con insuficiencia de calcio que toman suplementos de este mineral más les vale dejar esos medicamentos y empezar a comer cereales integrales, mucho más sanos, completos y nutritivos.

¿Por qué, entonces, seguimos comiendo cereales refinados (pan, pasta, arroz), que nos alimentan menos y nos proporcionan menos salud? Seguramente por una cuestión cultural. Pero al principio no era así y, ahora que nos damos cuenta del error nutricional que ha supuesto el refinado de los alimentos, podemos cambiar. Todo está relacionado. Una vida integral-íntegra-integrada-integradora supone una alimentación en consonancia. Empecemos por los cereales integrales. No es difícil.

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