«Con los pies en la tierra y la mirada en el cielo» es un buen lema y un buen principio vital que aúna realismo e idealismo. La vida consiste en este fascinante equilibrio entre la tierra y el cielo, la dura realidad cotidiana y el Reino que ya está aquí aunque todavía no en plenitud, el «esto es lo que hay» y el «otro mundo es posible».
Un equilibrio que, como todos, tiene sus dificultades y sus riesgos. Tener demasiado apego a las cosas terrenales nos hace «rastreros». Lo contrario es estar en las nubes o en la estratosfera, metáforas que indican que uno no pisa el suelo en el que vive y en el que sufre tanta gente. Sigamos manteniendo el equilibrio.
Con todo, conviene de vez en cuando darse un paseo por la estratosfera y ver lo que está pasando por esta capa de la atmósfera, responsable del efecto invernadero que, como sabemos, regula la temperatura de la Tierra. Pues bien, si nos diéramos tal paseo notaríamos la presencia cada vez mayor de gases de efecto invernadero (GEI), provocados por los seres humanos, que están trastocando ese equilibrio térmico.
Y si nos preguntamos qué actividad humana es la que aporta la mayor cantidad de GEI, si el transporte motorizado o la ganadería, seguramente señalaremos a la primera. Pero resulta que no es así. Hay variación en los datos según las fuentes, pero podemos quedarnos con una cifra: el 18% de los GEI están causados por el transporte (debido fundamentalmente a la emisión de CO2) y otro 18% por la ganadería (debido a la deforestación para pastos, emisión de metano por los animales y otras emisiones consecuencia del cultivo y transporte de piensos, incluyendo la producción y transporte de abonos químicos y pesticidas). Podríamos decir que un carnívoro en bicicleta contamina lo mismo que un vegetariano en un todo terreno.
De manera que, si nos preocupa la temperatura del planeta que vamos a dejar a nuestros descendientes, junto con un uso sobrio y responsable de los vehículos a motor, deberíamos reducir también la actividad ganadera; en otras palabras, comer menos carne.
Y, especialmente, evitar la carne de ternera, pues es la ganadería bovina la que más contribuye a la presencia en la atmósfera de metano, que afecta 23 veces más que el CO2 al calentamiento global. Aunque el metano es un gas producido por fenómenos naturales como la descomposición de la materia orgánica, actualmente la mayor parte de las emisiones de este gas son producidas por la actividad humana. Y, particularmente, por la cría de vacas y otros rumiantes, que lo emiten en sus ventosidades y excrementos. Por otra parte, si nuestras vacas se alimentaran de hierba del campo, el problema se limitaría a lo que expulsan por entre sus cuartos traseros; pero el hecho es que en España casi todas se alimentan de piensos, cuyo cultivo, procesado y transporte suponen enormes cantidades de GEI. Y hacen falta diez kilos de pienso para producir un kilo de ternera, el doble que para la carne de cerdo o cordero.
Evidentemente, lo menos perjudicial para el medio ambiente (¡y lo más sano!) es un vegetariano en bicicleta. Pero si no podemos renunciar al transporte motorizado, al menos demos algún paso en reducir nuestro consumo de carne, sobre todo de ternera. Seguro que en nuestro próximo paseo por la estratosfera notaremos los resultados. Al menos nos sentiremos más ligeros y ligeras…
Nuestras vacas y la estratosfera
Como siempre, querido José, tus mensajes son claros, directos y sumamente instructivos. Te felicito por ello, y concretamente por este breve artículo, que trata de un asunto que todavía mucha gente desconoce: la relación entre el sistema mundial de alimentación con la producción de gases de efecto invernadero.
Saludos.