No perdona. La crisis no perdona. Ni respeta. Al menos, no atiende a criterios –más o menos- sagrados para respetar. No diremos que iguala, que a estas alturas ya sabemos que no, pero arrasa lo que alguna vez se consideró intocable.
Así las cosas, tal vez llevan algo de razón quienes dicen que será ocasión de poner algunas cosas en su sitio, de discernir qué es más importante y qué es menos o nada importante. Y, en fin, si se trata de salvar lo verdaderamente sustancial – costa de lo superfluo- hay que admirar el buen criterio de estas gentes lisboetas. Y desear que cunda el ejemplo.
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