
En el mes de enero he tenido la posibilidad de hacer un viaje precioso a un país que me ha enamorado por su belleza, por su cultura y por sus gentes. He estado en Myanmar -la antigua Birmania- y he podido desplazarme por algunos lugares del país.
Uno de esos lugares ha sido el lago Inle. En los paseos que dimos en barca pudimos ver cómo la vida fluye a través de sus aguas, que sirven no solo para la pesca, sino para el cultivo flotante, para los desplazamientos, para la venta de productos…
Nuestra sorpresa fue cuando nos ofrecieron la posibilidad de visitar a las mujeres jirafa.
Muchas son las personas que recuerdan el documental que Carmen Sarmiento hizo hace 30 años sobre estas mujeres. Carmen había viajado a Tailandia y allí fue a su encuentro. Estas mujeres habían huido del gobierno comunista de Birmania porque quería acabar con esta costumbre ancestral y estaban en la frontera con Tailandia. Fueron secuestradas por los militares del ejército Karen, que, viendo la expectación que despertaban entre antropólogos y periodistas, las explotaban obligando a estos a pagar un canon del que estas mujeres no veían nada. Carmen, que denunció la situación a la que estaban siendo sometidas, fue desgraciadamente premonitora. Acababa su documental diciendo: “Mucho me temo que cuando alguna agencia de viajes descubra el negocio, el poblado formará parte de la ruta turística de los viajeros que visiten la ruta del triángulo de oro del norte de Tailandia”.
Ahora en este viaje, después de 30 años, nos encontramos con la misma realidad: las mujeres jirafa, pero esta vez expuestas a los turistas y su dolorosa situación convertida en objeto de souvenir. Nos asombró ver sus reproducciones en imanes para los frigoríficos, reproducciones en forma de figuras de madera y ellas allí para hacerse fotos y recibir el dinero que los turistas querían dejar en el cesto que tenían al lado.
No sabemos si ahora alguien las obligaba o si el dinero era para ellas o algún explotador era el que se beneficiaba. Lo que sí sabemos es que ninguna mujer se pone en el cuello, a partir de los 5 años y año tras año hasta alcanzar los 25 centímetros, aros que fuerzan su mentón hacia arriba y adelante impidiendo que puedan moverse de manera normal, que puedan asearse, dormir plácidamente o ver a sus hijos cuando les dan el pecho. Es posible que alguien argumente que es la tradición, una tradición impuesta por los hombres para someter siempre a las mujeres. Cuentan que cuando una mujer cometía adulterio le quitaban uno de los anillos de manera que el cuello quedaba en suspensión porque había quedado sin musculatura a través de los años.
Me ha horrorizado leer lo que de ellas dice Wikipedia: “…Muchas mujeres rompieron la tradición pero, viendo que los turistas en los últimos años van buscando a las famosas mujeres de cuello de jirafa y que es un negocio rentable, no han permitido que se pierda la tradición. Lo que en realidad es rentable no es solo la apariencia sino la laboriosidad de las mujeres de la tribu,”
¡Por Dios! ¿De verdad cree alguien que los turistas van a verlas trabajar? Nos encontramos a muchas mujeres trabajando duramente en el lago y ningún turista fotografiándolas. Lo que el turismo busca, como denunciaba Carmen Sarmiento, son los monstruos de feria, en este caso a unas mujeres deformadas y sufrientes, todo con el beneplácito de una sociedad machista que maltrata y discrimina a la mujer.