Las luces que ciegan

Imagen de Jeremy Kyejo en Pixabay 

Se acerca la Navidad. Desde hace años estas fechas me producen sentimientos encontrados, muy encontrados. Por un lado, toda la liturgia, las lecturas de estos días, invitan a la esperanza, a creer que llegará un día en que de las armas se harán arados, de las lanzas podaderas… que los oprimidos serán liberados, que no alzará espada nación contra nación, ni se adiestraran más para la guerra… el lobo pacerá junto al cordero… el páramo se convertirá en estanque y el suelo sediento en manantial… Y así tantas lecturas del profeta Isaías que nos hacen esperar y soñar con un mundo justo y solidario donde todas y todos podamos vivir en paz, sin tener que dejar el lugar donde has nacido para llegar a una tierra extranjera donde se alcen muros infranqueables, muros de insolidaridad incapaces de sentir empatía por el sufrimiento ajeno. Estas lecturas ayudan a mantener la esperanza en ese mundo donde todas y todos tengamos lo necesario para vivir con dignidad.  Estos son los sentimientos que cada mañana se renuevan en mí.

Y ahora viene la realidad, la triste cotidianidad que tronca los sueños casi en pesadilla. 

El pasado 20 de noviembre, el alcalde de Vigo, Abel Caballero encendía las luces de la ciudad,  11 millones de luces LED, por un valor aproximado de 1,3 millones de euros, según afirma la Voz de Galicia:  «Damos por empezada la Navidad en todo el planeta” decía eufórico en su discurso de inauguración. 

Ese mismo día, el 20 de noviembre, era el día Universal de la Infancia y Save the Children nos recordaba los “cuatro grandes retos a los que se enfrentan los niños y niñas en España: la lucha contra la pobreza infantil, la violencia contra la infancia en todas sus formas, conseguir una educación de calidad y equitativa y garantizar la protección de los niños migrantes y refugiados”.

Sólo me voy a fijar en el primero de los retos: la pobreza infantil. El 31,1% de los menores de 18 años en España está en riesgo de pobreza o exclusión social, más de 2,5 millones de niños y niñas se encuentra en esta situación. 

Más de 742.000 niños y niñas menores de 18 años en España sufren carencia material severa. Forman parte de familias que no pueden permitirse una comida de carne, pescado o equivalentes al menos cada dos días, mantener la vivienda a temperatura adecuada o atender al pago del alquiler o la hipoteca, lo que condiciona gravemente su bienestar.

Y lo que duele profundamente es la situación que viven a pocos kilómetros del centro de Madrid, en la Cañada Real, 4000 vecinos, 1800 de ellos niños y niñas. Llevan más de un año sin luz. ¿Forman parte de ese planeta que ha dado por comenzada la Navidad a bombo y platillo como declaraba el Alcalde de Vigo? ¿Esos niños que veíamos en plena borrasca Filomena hacer los deberes a la luz de una vela, esos niños y niñas que no querían ir a clase porque sus compañeros se reían de ellos porque olían al humo y leña del fuego con el que se tenían que calentar, cómo van a vivir la Navidad?

El cardenal Osoro decía en unas recientes declaraciones: «Lo que pasa en la Cañada Real me duele, me conmueve y me indigna. ¡No puede ser! ¡No hay derecho! No podemos normalizar ni validar la falta de electricidad y de una vida digna para quienes viven allí. Hay que decir con toda firmeza que esto no es tolerable y menos para cualquier creyente, que si reza en serio el padrenuestro, verá que allí hay hijos de Dios y hermanos».

Podríamos seguir hablando de todos los hogares, de todas las personas, que están sufriendo la pobreza energética, esa posibilidad de un hogar de satisfacer una cantidad mínima de energía para sus necesidades básicas, de mantener la vivienda en unas condiciones de climatización adecuadas para la salud. Y mientras tanto vemos con estupor como las compañías eléctricas siguen subiendo las tarifas… y mientras tanto vemos como sus beneficios van aumentando a costa del empobrecimiento de gran parte de la población.

Por todo esto, cuantas más luces se encienden más me cuesta ver un rayo de esperanza. Necesito seguir leyendo, orando mucho con Isaías, pero quiero y pido que estas luces no me cieguen ni me hagan olvidarme de la realidad de tantos millones de personas que viven en sus vidas la pobreza y el desarraigo de la familia de Belén.

Que las luces no nos cieguen. Feliz Navidad.

Charo Mármol
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1 comentario en «Las luces que ciegan»

  1. Me alegro muchísimo de haberme encontrado con este artículo. Este tema lleva inquietándome desde que se encendieron las luces en Madrid. Efectivamente pensé en las familias de La Cañada que estaban sin luz. Gracias Charo por expresarlo tan bien.

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