La vida es movimiento. Esto es lo que decía el cartel que una buena amiga y compañera tenía sobre su mesa. Todo se mueve. La tierra, las finanzas, la comunicación, los seres humanos… aunque estos sean los que más dificultades tienen para desplazarse de un lugar a otro, pero siempre se han movido, se han desplazado en busca de mejores condiciones de vida o se han visto forzados a dejar sus tierras y sus gentes porque pensaban distinto, por conflictos bélicos, por hambre, por catástrofes naturales… pero los seres humanos siempre han ido de un lugar a otro.
Hace unos meses estuve en Montevideo (Uruguay) y pude visitar el Hogar Español de Ancianos. Tiene 192 residentes, españoles y españolas. El 70% de ellos son asistidos. Cuando estuve en el hogar estaban celebrando una de las fiestas que hacen con el objetivo de recaudar fondos. Pude charlar con varias residentes:
Lola. Tiene 87 años. Cuando tenía 40 viajó desde Pontevedra, con sus hijos. Su marido había venido antes y puso una carnicería.
Victoria ya ha cumplido 105 años. Llegó con 15 a Uruguay, desde Antequera. Fue con su padre porque no tenía trabajo en España. Eran cuatro hermanos.
Carmen tiene 93 años y viajó desde La Coruña. Se casó en España con un uruguayo. Él regresó de España cuando la guerra. Carmen quedó en España con un hijo de un año. Estuvo 16 años sin ver al marido, hasta que él la reclamó desde Uruguay. Sin pensarlo cogió al hijo y se fue en un barco.
Mi última entrevista es con Manuel, 93 años, de Gijón (Asturias) republicano. El 1 de julio de 1949 embarcó hasta Uruguay, trabajando en un barco. En España no podía vivir porque pensaba distinto. Llegó sin un peso pero tuvo una buena acogida, le dieron asilo político y enseguida pudo salir adelante.
Todos ellos vivieron el desgarro de dejar la tierra y la familia, pero todas y todos cuentan que tuvieron una buena acogida y hoy se sienten uruguayos, sin olvidar España, y aman al país que les recibió y les ayudó a salir de la miseria y el drama de la que huían. Irremediablemente pienso en nuestro país, en las personas que han llegado en los últimos años huyendo del hambre, de la pobreza, personas muy valientes y capaces que han dejado su tierra para buscar en tierra ajena un futuro mejor, el suyo y el de sus hijas e hijos, el de sus padres, hermanos…
Pienso en Graciela, una gran mujer ecuatoriana que he tenido la suerte de conocer. Llegó sola. En Ecuador dejó a sus tres hijas, la más pequeña apenas tenía cinco años. Ya lleva once aquí. Se ha perdido ver a sus hijas crecer, no ha podido estar al lado de su madre cuando ésta murió. Graciela no ha podido comprarse un piso, ni siquiera tener una vivienda digna. Comparte un piso pequeño con otras dos personas. Lo que ella ha podido hacer ha sido dar estudios a sus hijas, porque sabe que la llave del futuro es la educación. La mayor de ellas ha estudiado Derecho. Ahora está pensando en volver porque aquí las cosas están difíciles y porque, en todo este tiempo, Graciela siempre ha sido una emigrante pobre.
Lo mismo que Jaquelin, boliviana, mujer trabajadora donde las haya, siempre dispuesta a hacer -y bien- lo que sea menester. Lleva diez años en España. Vino porque quería trabajar para pagar la hipoteca que tenía sobre su casa. Ha trabajado desde la mañana a la noche, haciendo de todo. En su país era profesora de corte y confección y enfermera. Ahora regresa a Bolivia, donde se ha podido hacer dos casitas y piensa montar un negocio. Ni Graciela ni Jaquelin se han sentido de aquí. Vinieron por los mismos motivos que los españoles fueron a Uruguay, pero la acogida no ha sido la misma ni las oportunidades tampoco. Ahora la crisis hace que puestos que antes los españoles no queríamos y ellas ocupaban, sean demandados por los propios del país. Muchos y muchas regresan a sus lugares de origen.
Y, mientras tanto, el movimiento sigue: ahora muchos jóvenes españoles salen en busca de un futuro que su país no les ofrece. Recordando el cartel de mi amiga, un deseo: que para todas y todos el movimiento sea vida.
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