Peter, Erik y Dalton Butetera son tres hermanos que viven en el distrito de Ibanda, al suroeste de Uganda. Podríamos pensar que, por su similar tamaño, son hermanos trillizos, pero lo cierto es que tienen cuatro, tres y dos años de edad respectivamente. Los protagonistas de esta historia apenas se mueven mientras una trabajadora social explica a su padre la causa del retraso en el crecimiento que están sufriendo sus hijos: la desnutrición.
La situación de estos hermanos ugandeses y su familia se reproduce en muchos lugares del mundo por diferentes motivos. En el caso concreto de los Butetera, su hogar está rodeado de vegetación salvaje y pequeños cultivos de alimentos muy saludables como el plátano, la papaya, la piña, la batata, las espinacas o la calabaza. Sin embargo -y debido a la falta de información- los padres han estado alimentando a sus hijos solo una vez al día a base de uno de estos productos, el plátano. UNICEF ha puesto en marcha un programa en esta zona para mejorar las prácticas de nutrición en las comunidades rurales. En cambio, en zonas como el Sahel, otras familias tienen todavía menos suerte que ellos. Las extremas condiciones climáticas impiden que puedan disponer de la variedad de alimentos necesaria para alimentar correctamente a los niños sin posibilidad de elección alguna. La desnutrición, por tanto, está presente en países con diferentes características y problemáticas, siendo India, Nigeria, Pakistán, China e Indonesia los cinco estados con mayor volumen de desnutrición crónica en menores de cinco años según datos del año 2011.
La desnutrición crónica es un mal silencioso que, en estos momentos, afecta a 162 millones de niños en todo el mundo. Además, se calcula que es la culpable de casi la mitad de las 18.000 muertes infantiles que se producen cada día. Un gesto como llevar una cuchara a la boca de un niño, tan naturalizado en nuestras sociedades, podría salvar a estos niños y conseguir que disfruten del derecho a una vida libre del hambre y la desnutrición. Y hay que actuar pronto. Para acabar con la desnutrición crónica hay que intervenir en los primeros mil días de vida de un niño o niña, es decir, desde el embarazo hasta los dos años. De no ser así, las consecuencias podrían ser irreversibles. UNICEF trabaja también para fomentar la lactancia materna, ya que los niños alimentados de esta forma en sus seis primeros meses tienen hasta catorce veces más probabilidades de sobrevivir.
Al mismo tiempo, la solución de este fenómeno contribuiría notablemente al desarrollo de los países que más la sufren. Son muchos los estudios que relacionan directamente la desnutrición infantil con el menor rendimiento de los niños y el consiguiente fracaso escolar. Imaginemos que Peter, Erik y Dalton siguen padeciendo desnutrición. Al ser más propensos a caer enfermos, acudirán menos a la escuela y tendrán más dificultades para aprender. Si finalmente consiguen sobrevivir, cuando crezcan, se enfrentarán a una búsqueda de empleo en clara desigualdad de condiciones por el complicado proceso de aprendizaje que han tenido. El hambre destruye la formación del futuro capital humano del país, lo que tiene una incidencia macroeconómica directa. Según los últimos estudios de The Lancet, la desnutrición puede originar pérdidas de hasta un 8% en la productividad de los países.
Además de la desnutrición crónica, que tiene como rasgo fundamental la carencia de nutrientes necesarios durante un tiempo prolongado, existen otros dos tipos de desnutrición que afectan directamente al desarrollo de los niños. Un niño diagnosticado con desnutrición aguda moderada pesa menos de lo que le corresponde en relación a su altura, lo que altera todos sus procesos vitales. Si no se ataja de inmediato, puede desembocar en el tercer tipo de esta problemática, la desnutrición aguda grave, que implica un riesgo de muerte nueve veces superior que en un niño normal.
El plazo propuesto para cumplir los Objetivos del Milenio está cerca de cumplirse. En relación a la reducción de la mortalidad infantil, se han conseguido avances, pero estamos lejos de alcanzar el objetivo. Desde 1990 hasta 2012 la desnutrición crónica se ha reducido en un 35%. Si tenemos en cuenta que las muertes infantiles por esta causa suponen casi la mitad del total, todavía queda mucho trabajo por hacer. En el horizonte tenemos algunos casos de éxito que pueden servirnos como ejemplos a seguir.
En Asia Oriental y Pacífico se han experimentado los mayores descensos en desnutrición infantil del mundo. Esta región ha experimentado una reducción del 70% desde 1990, pasando del 42% en 1990 al 12% en 2011. Por países, también se han recogido buenos resultados en Perú, donde se ha reducido un tercio la tasa de prevalencia de desnutrición crónica desde 2004; Ruanda, donde desde 2005 a 2010 se redujo un estimado del 52% al 44%; o Haití, donde los resultados preliminares de las encuestas indican que la cifra disminuyó de un estimado del 29% en 2006 al 22% en 2012. Estos países han logrado resultados gracias al activismo, a una mejor adjudicación de los recursos y a la inversión en programas y políticas específicas.
Estos datos demuestran que por fin se está tomando conciencia de la gravedad de la desnutrición y de sus efectos a largo plazo. Se están adoptando medidas al respecto cada vez con más urgencia gracias a la creciente concienciación de las repercusiones que la desnutrición tiene sobre el retraso en el crecimiento de los niños y sobre su propia vida. Sin embargo, UNICEF seguirá luchando hasta reducir por completo la desnutrición infantil en el mundo. Se lo debemos a Peter, Erik y Dalton. Se lo debemos a todos.
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